Edgar Badia, el nuevo Santo del Elche

En Elche le conocen como el Santo y no por una cuestión caprichosa. En el Martínez Valero se han acostumbrado a los milagros de Edgar Badia (Barcelona, 1992), tanto que los asumen con una naturalidad sorprendente. Badia ha convertido lo imposible en rutina y el histórico Elche lo celebra. Hace pocas semanas conmemoró un ascenso inesperado a Primera con su arquero como alma máter del grupo. En el play off, Badia no recibió un solo gol en cuatro envites. Atajó un penalti decisivo al Zaragoza y elevó a aquel equipo de Pacheta a los altares. Su influencia en el juego no admite sospechas.

La llegada de Almirón al banco del Elche, en la nueva aventura en la máxima categoría, no ha modificado el estatus de Badia, titular incontestable en las tres primeras fechas. El equipo ha sumado cuatro puntos en los dos últimos compromisos bajo una premisa casi innegociable; Badia no ha encajado un solo gol. Y no porque no haya necesitado intervenir, lo ha hecho con una madurez impropia del debutante. Ha mantenido la jerarquía y los argumentos que le distinguen bajo el arco; extraordinarios reflejos, capacidad de anticipación, compromiso con el juego y sutil manejo del balón con los pies. Nada de eso sería posible sin la capacidad de progreso que ha mostrado Badia. Entrena con minuciosidad y cuida la alimentación al milímetro. Vive la profesión las 24 horas del día.

La evolución de este arquero se remonta a años atrás, cuando Natxo González e Yvan Castillo se cruzaron en su camino en el Reus (2014-15). El técnico de Vitoria y el preparador de porteros ebrense creyeron en las virtudes de este portero al que se le ha mirado demasiado con lupa su estatura. Da la impresión de que si no ha alcanzado la élite antes tiene que ver con ese complejo que le ha frenado las aspiraciones. En cambio, su rendimiento personal, desde ese curso 2014-15 todavía en Segunda B, ha mejorado registros año tras año. Badia no se ha detenido, le ha dado igual la categoría en la que ha competido. Y ahora recoge el premio a esa ambición a veces incluso desmedida.

En Reus, Edgar Badia todavía conserva la vitola de emblema. Se la ganó en el césped, donde generó admiración entre los hinchas. A él también le marcaron esas casi seis temporadas que vistió de rojinegro. Junto a su mujer, Miriam, lleva tatuado el Campanar de Reus en el rostro. Sin duda, se transformó en pieza indispensable del ascenso pionero del Reus a Segunda División en 2016. En el Reus completó casi 200 domingos en el arco.

La aparición en la élite de Badia ha escapado de la indiferencia. Han llamado la atención sus cualidades, sobre todo después de sus peripecias en el Gamper, donde se exhibió en un escaparate mundial tan glamouroso como el del FC Barcelona. Si había especialistas que no le conocían, aquel día hallaron a un nuevo perfeccionista del oficio. El Elche cayó ante el Barcelona por la mínima (1-0), en parte gracias a las extraordinarias intervenciones del guardameta del Elche.

Ante la batería incontenible de elogios, Badia ha decidido no relamerse demasiado y mantener los hábitos que le han llevado a la élite. Responde al perfil de currante del fútbol, no lo ha tenido sencillo para alcanzar la posición que ahora mismo ostenta y por eso valora el camino que ha recorrido. Ha precisado remangarse en los campos de césped sintético de Segunda B, conoce el barro y las angustias que a veces trae el fútbol. “Nunca olvido que lo pasé mal” suele repetir.

El portero y su Elche persiguen el sueño de una permanencia que les va a plantear dificultad, aunque el estreno ha resultado esperanzador. Cuatro puntos en tres partidos, con el nuevo Santo de la ciudad a pleno rendimiento. Definitivamente, Edgar Badia ha derribado la puerta de la élite.