El Barcelona recupera la jerarquía

Conquistó la Copa de Europa en el Dragao Caixa y ante el anfitrión, el Porto (2-4), en un partido científico de los azulgranas, que gestionaron con solvencia la presión ambiental

13 mayo 2018 13:25 | Actualizado a 14 mayo 2018 18:49
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El Barça frenó esa especie de huracán portista que suele distinguir cada puesta en escena del Porto, un equipo volcánico, vertical, terriblemente estético. Ataca a una velocidad supersónica. De hecho,su única forma de expresarse es el ataque. Odia correr detrás de la pelota, desgastarse en la intendencia. El Porto disparó de todos los rincones, aculó al Barcelona por acoso y derribo,pero Egurrola había bajado su persiana a primera hora de la mañana, incomodado por el sol. Hizo tan pequeña su portería que dejó al rival sin aciertos, un milagro si echamos un vistazo a los registros. El Porto suele romper los partidos con su talante madrugador. Ante el Barça se le presentó otro escenario.

Con el consumo del tiempo, los azulgranas alcanzaron la comodidad, refugiados en ese sistema defensivo militar que han instaurado. Resulta conmovedor contemplar como ese ramillete de estrellas sacrifica el foco por la fontanería. Nadie defiende como el Barcelona y eso también es una forma muy lícita de comportarse. Más allá de los gustos del consumidor.

No sólo alejó de la portería al enemigo. El Barça secuestró un tesoro que le ofreció oxigeno vital. En una cuchara de Lucas, que trazó la diagonal hacia ese perfil, se adelantó. La pelota se ajustó al poste de Grau, que pedía a los jueces la invalidez. Según el arquero portista porque alguien se la había desviado con el pie. Los lamentos no borraron el  0-1, aunque el primer tiempo rozó la maravilla. Dos estilos antagónicos. Dos súper equipos y un ambiente de etiqueta.

El colofón a la vieja batalla europea del primer acto lo pusieron dos tiros lejanos al poste de Barroso y Alves, los lusos vieron gol cuando la pelota cayó tras la ejecución de Gonzalo. Los jueces no. Para el desenlace quedaron las emociones fuertes. No había espacio ni para perder dos segundos e intentar cazar un café en la cantina. El Barcelona tampoco dejó lugar para las sospechas. Fue un gigante en el laboratorio. Gestonó un segundo tiempo científico, arropado en la exhibición de su portero. Los años no pasan para Aitor Egurrola. Tampoco pierde el apetito.

Pablo Álvarez silenció el Dragao Caixa cuando nadie creía en su aventura. Parecía estéril. Salió de un rincón y en lugar de optar por un pase de seguridad armó la cuchara. Le salió una obra majestuosa. Al ángulo. Sin respuesta posible de Grau, tapado por una multitud de piernas. Alves y Helder se dejaron pelotas paradas por el camino con aroma decisivo. No hallaron grietas en Egurrola, como impasible ante la amenaza. También sus compañeros exhibieron hielo ante la presión ambiental. Pau Bargalló se encargó de corroborarlo con 0-3 de anestesia. Parecía definitivo. Sólo parecía. El Porto volvió al partido con esa supervivencia ante la dificultad que exige su escudo.

Alves, de tiro directo, al segundo intento, incendió de nuevo a los hinchas. Les obsequió con esperanza. Helder, segundos después, llevó la final al manicomio. De media distancia, con la cuchara, acercó al Porto a la gesta. Restaban 10 minutos para la enciclopedia. 

Los sujetó el Barcelona, que apretó los dientes y suturó su refugio. No concedió espacios ni se equivocó a nivel colectivo. Del resto se encargó Aitor Egurrola, el eterno portero. Una azul a Reinaldo Garcia abrió el camino al nuevo campeón. Restaba minuto y medio y Bargalló culminó el éxito desde el punto de castigo. Devolvió la jerarquía al poderoso Barcelona.

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