El Nàstic tira de oficio y se impone en Zorrilla (Valladolid 1 - 2 Nàstic)

Con goles de Perone y Barreiro

19 mayo 2017 15:53 | Actualizado a 21 mayo 2017 14:19
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El Nàstic se resarció del mal partido ante el Elche con un triunfo de mucho oficio en Valladolid. El conjunto grana recuperó el orden, la disciplina y el sacrificio. Fue un bloque humilde. Consciente de que sería una tarde de achicar agua y mostrar todo su oficio.

El guión le salió redondo. La estrategia dio el primer gol de Perone y justo cuando el Valladolid amenazaba con remontada, tras empatar Villar de penalti, apareció Barreiro para dar la victoria a los tarraconenses.

Estadios como el Zorrilla, complejos y de larga tradición en el fútbol de élite, hay que presentarse con paciencia. Dejar que sea el rival quien se devane los sesos. Que busque los resquicios y que trabaje el doble. Mientras el tiempo se consume al mismo tiempo que los nervios crecen en las filas rivales y en la grada. Un planteamiento similar al de Zaragoza que Merino repitió. Plantó a su equipo con la idea de concentrarse para sufrir. Exprimir ese feo oficio de esperar. Sin perder la calma, hasta que aparezca el momento preciso. Cuando más duela.

El guión se cumplió a rajatabla en la primera mitad. El equipo grana se instaló con plomo en el campo para reducir esas pérdidas de posiciones que tanto penalizó ante el Elche. Levantó trincheras ante Reina con Manu Barreiro, Stephane y Juan Delgado como paladines de la primera línea. Revolucionando el cuentakilómetros con el fin de evitar una circulación limpia del Valladolid.

Los locales encajaron el papel con muchos problemas en la medular pero que se disipaban en el área. En los dominios de Reina, el Nàstic sufría. Daba síntomas de incomodidad constante. Hasta el portero malagueño cometió fallos en el blocaje. Se le resbaló el cuero hasta en dos ocasiones. En el peor de los dos, tuvo que tirar de presteza y agilidad para impedir el gol fácil de Juan Villar.

Merino introdujo hasta cinco cambios, respecto al partido frente al Elche. Tres por obligación -Gerard y Cordero por lesión y Djetei por internacionalidad- y dos por decisión técnica (Achille Emaná y Lobato). La ausencia del camerunés se venía fraguando semanas atrás con avisos y cambios relevantes. Lo mismo que Lobato, en el centro de las críticas tras su mal partido como carrilero izquierdo.

Con los minutos, el Nàstic fue tomando posiciones. Metiendo el miedo en el cuerpo de los jugadores vallisoletanos a través de la estrategia. Tejera sirvió una falta lateral que se quedó a medio camino. Sirvió de advertencia. La segunda que tuvo generó dudas sobre el portero Becerra. Salió mal y el cuero le pasó por delante. Perone cazó el regalo y puso el 0-1.

El guión no varió. Aunque Jose quiso empeñarse en igualar antes del descanso. Por fortuna para el Nàstic su cabezazo lamió el poste.

El empate llegaría ya en el segundo tiempo. Un penalti de Molina sobre Jose. El defensa tarraconense se excedió en la fuerza y Eriz Mata, sí el de Llagostera, le faltó tiempo para marcar los once metros.

El gol ponía en riesgo toda la operación. Las líneas vallisoletanas se estiraban cargadas de malicia. Era el tiempo del roce. Mantener firmeza, orden y disciplina. Para aguantar el chaparrón hasta que pasara el arrebato.

Manu Barreiro es un tipo listo. Un delantero de postín. No peleará como otros, porque su arte se exhibe en los metros finales. Lo había expuesto en los ratitos que había tenido. Liquidó al Córdoba en el último minuto y también anotó ante el Elche. No sirvió para el equipo. Todo el valor fue individual. Cargarse de razones a la hora de pedir turno en el once. Merino, un entrenador justo con los méritos, fue consecuente. Barreiro, titular en Valladolid.

Su decisión resultó todo un acierto. El gallego volvió a dar los tres puntos al Nàstic con un gol de Juan Palomo. Peinó el balón largo, corrió para recogerlo en la caída, y puso la quinta hacia Becerra. El mano a mano tenía cola. Dos bestias frente a frente. El duelo de calle mayor a las 12.00 del mediodía se lo llevó el grana. Esperó y esperó mientras se acercaba. Becerra no se contuvo. Fue a por él. Manu lo vió y le dejó un toque sutil. Una pincelada delicada con la bota para superar suavemente al arquero y alojar el balón en la red.

El trabajo estaba hecho. Sólo faltaba seguir con actitud castrista. Sin desviarse por las decisiones de Eiriz Mata y su deseo de prolongar el partido más allá de lo aconsejable. Seis minutos dejó transcurrir pasados los 90. Parecía querer mantener su estadística. Cuatro partidos y ninguna victoria grana. Pero era el día del Nàstic. De un equipo empeñado en no volver a pasar por el calvario de las posiciones de descenso.

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