Al Reus siempre le queda el templo, en los buenos y en los malos momentos guarda una última carta. Siempre le queda el templo. Ese lugar donde se han construido un millón de batallas para la enciclopedia. Muchas ganadas, otras lloradas, pero la magia del Palau d’Esports contiene capítulos maravillosos. Se ha cultivado a través de los tiempos y de un puñado de mitos vestidos en rojo y negro que la han convertido en inigualable. Nada se parece al templo cuando su estado de efervescencia emociona, eriza pieles y castiga gargantas, las de los hinchas que se dejan la vida por su Reus.
Ese equipo de ocho Copas de Europa en el museo transita por el campeonato más despistado de lo aconsejable en cuanto a puntos. Se ha dejado demasiado botín por el camino y sus rivales directos no le han perdonado. Llámense Barcelona y Liceo, intratables hoy, impolutos. Sólo los gallegos mancharon su currículum en el Blaugrana hace pocos días, en el estreno de los duelos directos entre aspirantes. En todo caso, su aspecto parece demoledor. Similar al de un Barcelona que no enamora, ni lo pretende. Ejecuta con puntualidad su martillo pilón.
Hoy los azulgranas disponen de un colchón de seguridad de seis puntos con respecto al Reus. A simple vista y tal y como se ha dado la competición doméstica en las últimas ediciones, se antoja una utopía recuperarlos, pero en Reus nadie conoce imposibles. Esa palabra la prohibieron en el diccionario muchos héroes que levantaron Copas en escenarios y desventajas inalcanzables. Y llega este sábado el Clásico. En el templo, claro, con el insaciable espíritu de la Bombonera, como muchos románticos conocen también al Palau d’Esports, en las gradas. Debería ser así. Así lo suplican los chicos de Garcia, animados y conscientes de que el tren de la Liga pasa este sábado por la calle Gaudí.
Jordi Garcia, el técnico recién llegado al proyecto, no es novel en estos lares. Conoce perfectamente lo que significa volar a lomos de los hinchas. En su espalda hay escritos un puñado de Clásicos y también un mapa de cicatrices. Siente como suyo el aliciente de un partido de esta magnitud. Seguramente invertirá tiempo en contar esa fábula a sus jugadores, que no cesan en pedir que el Palau repita la estampa del pasado curso ante el Porto, por ejemplo, en aquellos cardíacos cuartos de final de la Copa de Europa. O que los gritos de aliento se asemejen a aquellos que interpretaron la manada de seguidores que viajaron a la gran final de la Champions, en Lleida. El campeón merece ese crédito.
Verdad que al equipo le ha costado entrar en el campeonato, todavía no ha roto a jugar al nivel que se le presume y mantiene cierta inestabilidad en su comportamiento. En todo caso, los Clásicos aconsejan dejar los reproches en el desván y actuar con pasión. Sólo así aparecen las conquistas. Y el Reus además siempre guarda una carta. Siempre le queda el templo.