El eterno abrazo olímpico

Jordi Mariné revive, 50 años después, su inolvidable experiencia en los Juegos de Tokyo de 1964 tras un homenaje que el COE tributó a los participantes

19 mayo 2017 23:49 | Actualizado a 22 mayo 2017 11:22
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Su vivienda en Cambrils se ha convertido en un pequeño museo con el paso de los años. Colecciona botellas multiformes llegadas de todas partes del planeta, bastones de medio mundo y también elementos tradicionales en un pequeño rincón que bautizó en su día como ‘artes, recuerdos y oficios de otra época de nuestra vida rural’. Incluso conserva la última cafetera con la que la familia de Monserrat, su mujer, se ganó la vida en el bar que regentaban en el Vinyols natal de ambos. Piezas que combina con otros viejos aparatos en desuso que tiene en otra esquina del garaje: desde el primer ordenador que utilizó la familia a los móviles que han ido pasando por casa.

Pero son los elementos vinculados al ciclismo los que destacan por encima del resto: piñones, platos y las viejas llaves que usaba en el taller cuelgan en todas las paredes del parking y dan calor, en otra estancia de la planta subterránea de su domicilio, a la sede de la Penya Cicloturista Cambrils.

Los maillots y numerosos trofeos que se reparten por toda la casa dan fe de la prolongada y exitosa trayectoria de Jordi Mariné en el deporte del pedal. Aunque es en una pequeña vitrina ubicada en su despacho de la planta baja donde guarda quizás su tesoro más preciado: la insignia olímpica con el lema ‘competitor’ que acredita su participación en la prueba en ruta de los Juegos de Tokyo de 1964.

Han pasado ya cincuenta años de aquella gran cita, que el Comité Olímpico Español quiso recordar recientemente con un acto conmemorativo en Madrid al que acudieron buena parte de los participantes españoles que en la mayoría de los casos nunca habían vuelto a coincidir.

Desde el saltador de longitud y triplista Luis Felipe Areta, al que conocieron en pantalón corto y quien una vez retirado se convirtió al sacerdocio, al fondista Francisco Aritmendi, de quien se dijo que Francisco Franco le prometió un piso tras ganar en 1964 el Cross de las Naciones y ser el primer atleta español en imponerse en una cita internacional, aunque él mismo reconoció en petit comité que «simplemente conseguí unas pequeñas ventajas para financiarlo». O muchos otros como Valentín Loren, que se mantiene en el peso pluma que le hizo famoso como púgil.

Sobre todo revivieron viejas anécdotas, empezando por el eterno desplazamiento hasta la capital nipona: «Estaba tan lejos que era casi como un viaje a la luna de hoy en día, porque pasamos 19 horas de vuelo vía Hamburgo y Ancorage (Alaska) hasta llegar a Tokyo», explica Mariné, que viajó junto a nadadores como Miquel Torres y quien junto con sus compañeros ciclistas quedó concentrado en la ciudad de Hachioji, donde se había instalado el velódromo, a unos 30 quilómetros de la villa olímpica. «Los japoneses estuvieron superatentos con nosotros durante nuestra estancia. Se volcaron y tuvieron todo tipo de detalles. Incluso durante los entrenamientos había público animando», tiene grabado en la memoria sobre aquellos días previos a su debut en los que también recibió el apoyo de los suyos mediante una carta encabezada por un ‘El pueblo de Vinyols está contigo’ que firmaban prácticamente todos los vecinos el municipio ante aquel hecho excepcional. Mariné era el único tarraconense en Tokyo’64.

 

Aquella carta de sus paisanos

Una misiva cuyo original guarda Jordi como oro en paño después de que su hermano Josep la encontrara en 2009, oculta en un cajón de casa. Como también conserva la cámara fotográfica que compró en tierras niponas y el magnetofón que a su vuelta hizo las delicias entre sus conciudadanos, que se sorprendieron con las grabaciones que emitía aquel aparato.

Mariné, que celebró su 23 aniversario en Japón el 24 de septiembre de aquel 1964, compitió en la carrera en ruta casi un mes después, el 22 de octubre. Lo hizo junto a José Maria Lasa, José López Rodríguez y Mariano Díaz, los escogidos por el seleccionador Gabriel Saura.

El ciclista de Vinyols tuvo su protagonismo en la carrera, de 194,832 kilómetrosy exclusiva para amateurs, al rodar escapado en los compases iniciales junto a Eddy Merckx, el italiano Felice Gimondi y un representante francés, pero el belga estaba tan marcado tras ganar unas semanas antes el Mundial que les cazaron en seguida. Finalmente acabó 34º en una cita ganada por el italiano Mario Zanin, mientras que la plata fue para el danés Kjell Akerstrom Rodian y el bronce para el belga Walter Godefroot.

«En ciclismo lo más importante es el Tour de Francia por la divulgación que los franceses saben darle a la carrera. Pero como deportista y persona los Juegos pasan por encima de todo», asegura Mariné, que guarda un especial recuerdo de las dos ceremonias. «La de inauguración fue muy impactante, con todos los participantes desfilando y el estadio a rebosar, aunque el abrazo final en la clausura fue aún más emotivo. Vivimos en propia piel aquello que tantas veces habíamos escuchado contar», narra. Un abrazo eterno, cálido y sincero que los homenajeados en Madrid repitieron 50 años después.

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