Goleada grana (Nàstic 4-1 Mirandés)

Un gran Nàstic en la segunda mitad se impone y hunde al Mirandés

19 mayo 2017 15:38 | Actualizado a 19 mayo 2017 15:38
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Juan Merino habrá acabado con todas las dudas sobre qué sistema debe emplear en el Nou Estadi. El 4-1 que le ha endosado al Mirandés ha sido la mejor medicina para despejar fantasmas y convencerse de la idoneidad del 1-4-4-2 o 1-4-2-3-1, como se prefiera, como dibujo táctico de local frente a los cinco defensas que presentó ante Elche y Córdoba. 
El vendaval de juego y goles que desplegó el equipo en la segunda mitad recuperó la confianza de la hinchada en sus futbolistas. Olvidó los últimos dos tropiezos y se entregaron a los suyos con total merecimiento por parte de los futbolistas.
El gol del Mirandés en el único acercamiento del equipo burgalés de todo el primer tiempo fue un contratiempo inesperado pero superado con persistencia.
El partido sirvió para recuperar futbolistas de cara al tramo final. Hombres como Jean Luc, ovacionado después de expresar ese virtuosismo endemoniado que en ocasiones se empecina en  ocultar. Zahibo se ha ganado el derecho a pertenecer a la primera fila. El galo no se dejó ir. Tenía claro que podía aportar al Nàstic a pesar de que el club quería traspasarlo en invierno. Se quedó bajo la promesa de sumar en los entrenamientos y ha acabado como titular en una fase crítica de la liga. Frente al Mirandés se ha encumbrado como futbolista práctico y oportuno.
Las consultas con la almohada de Merino después de las últimas derrotas del Nàstic en el Nou Estadi se resolvieron con un regreso al 4-4-2. Un sistema que desde los inicios del partido, el equipo mostró síntomas de comodidad. Mejoró la circulación de balón. Gerard comenzó pronto a mostrarse como una amenaza constante en la derecha. Jean Luc arrancó con brío y luz. El marfileño andaba enchufado, con ganas de plantar cara a su marcador y sacarle los colores con ese dominio del regate único. 
A la grada se la veía ilusionada. Más satisfecha con el matiz de sus chicos.
Todo ese ánimo se vino abajo en un plis plas con el gol de Álex García en el primer acercamiento del Mirandés a la puerta de Reina. El meta malagueño estuvo mal. Dejó que el cuero se le escurriera. Precisó de manos fuertes para atrapar el cabezazo. Iba colocado a la escuadra pero flojo. 
El conjunto dirigido por Pablo Alfaro perdió los nervios. Replegó filas y desplegó el clásico juego de interrupciones. Desmayos, lipotimias, piscinas y demás. Los granas picaron a medias. La desesperación fue comedida y tuvieron la habilidad para convertirla en fe.
Todos los jugadores abrieron la taquilla y se pusieron el traje de minero. Sacaron pico y pala y se dispusieron a abrir brechas en el muro burgalés. 
Hubo falta paciencia. De no perder los nervios ante la retahíla de ocasiones perdidas. Y seguir insistiendo. Persistir con esfuerzo hasta obtener el premio. Lección de vida. Molina fue la imagen del sentimiento grana. Ese carácter indómito. Su resistencia a la sumisión y a la exigencia ajena partiendo de la propia son cualidades que ningún entrenador puede despreciar. El de La Canonja, desde el suelo, cazó el rechace de Roberto para empatar. 
Un marcador que reflejaba algo mejor lo sucedido en el césped. El Nàstic no merecía marcharse al descanso por detrás. Había hecho oposiciones para llevar un gol a favor. Álex López había estrellado un balón en el poste, justo antes del tanto de Xavi y también Emaná, con un tiro duro al palo corto, pudo tener mejor recompensa. 
El Nàstic arrancó la segunda mitad desde la complacencia. La sensación de dominio que dejaron los primeros 45 minutos hizo creer que resolverían fácil el encuentro. Pero los visitantes mostraron rebeldía. Se sacudieron del control local y pudieron meter al Nàstic en mayores problemas. El gol sobrevoló el Gol Nord, donde atacaba el Mirandés. 
Hasta que el Nàstic se activó. Como si se hubiera manipulado un resorte mágico, el equipo grana desplegó uno de los mejores actos de la era Merino. Velocidad, desborde, verticalidad, etc. Esos aspectos que buscaba el técnico gaditano y que sus pupilos ejecutaron a la perfección. 
Vinieron dos goles, pero pudieron ser muchos más. La superioridad tarraconense era aplastante. Especialmente cuando el cuero caía a pies de Achille Emaná. 
El camerunés sacó la versión mística. De la que disfrutaron como niños en el Benito Villamarín o antes en el Stadium de Toulouse. Allí regresó el pasado domingo para celebrar los 80 años del club francés. Aclamado como uno de los once mejores de la historia del Toulouse se reencontró con su mejor fútbol. Repartió asistencias, medios goles y regaló a la grada un lanzamiento de penalti magistral. Un método pausado al alcance de un puñado de elegidos. Engañó al meta con el cuerpo y disparó ya sin oposición al lado contrario.
Antes Tejera, en otro partido descomunal del de Nou Barris, había puesto el 2-1 aprovechando un cuero suelto -después de un penalti clamoroso sobre Álex López- y Lobato con un golpeo parabólico el 3-1.
Juan Merino habrá acabado con todas las dudas sobre qué sistema debe emplear en el Nou Estadi. El 4-1 que le ha endosado al Mirandés ha sido la mejor medicina para despejar fantasmas y convencerse de la idoneidad del 1-4-4-2 o 1-4-2-3-1, como se prefiera, como dibujo táctico de local frente a los cinco defensas que presentó ante Elche y Córdoba.

El vendaval de juego y goles que desplegó el equipo en la segunda mitad recuperó la confianza de la hinchada en sus futbolistas. Olvidó los últimos dos tropiezos y se entregaron a los suyos con total merecimiento por parte de los futbolistas.

El gol del Mirandés en el único acercamiento del equipo burgalés de todo el primer tiempo fue un contratiempo inesperado pero superado con persistencia.

El partido sirvió para recuperar futbolistas de cara al tramo final. Hombres como Jean Luc, ovacionado después de expresar ese virtuosismo endemoniado que en ocasiones se empecina en ocultar. Zahibo se ha ganado el derecho a pertenecer a la primera fila. El galo no se dejó ir. Tenía claro que podía aportar al Nàstic a pesar de que el club quería traspasarlo en invierno. Se quedó bajo la promesa de sumar en los entrenamientos y ha acabado como titular en una fase crítica de la liga. Frente al Mirandés se ha encumbrado como futbolista práctico y oportuno.

Las consultas con la almohada de Merino después de las últimas derrotas del Nàstic en el Nou Estadi se resolvieron con un regreso al 4-4-2. Un sistema que desde los inicios del partido, el equipo mostró síntomas de comodidad. Mejoró la circulación de balón. Gerard comenzó pronto a mostrarse como una amenaza constante en la derecha. Jean Luc arrancó con brío y luz. El marfileño andaba enchufado, con ganas de plantar cara a su marcador y sacarle los colores con ese dominio del regate único.

A la grada se la veía ilusionada. Más satisfecha con el matiz de sus chicos.

Todo ese ánimo se vino abajo en un plis plas con el gol de Álex García en el primer acercamiento del Mirandés a la puerta de Reina. El meta malagueño estuvo mal. Dejó que el cuero se le escurriera. Precisó de manos fuertes para atrapar el cabezazo. Iba colocado a la escuadra pero flojo.

El conjunto dirigido por Pablo Alfaro perdió los nervios. Replegó filas y desplegó el clásico juego de interrupciones. Desmayos, lipotimias, piscinas y demás. Los granas picaron a medias. La desesperación fue comedida y tuvieron la habilidad para convertirla en fe.

Todos los jugadores abrieron la taquilla y se pusieron el traje de minero. Sacaron pico y pala y se dispusieron a abrir brechas en el muro burgalés.

Hubo falta paciencia. De no perder los nervios ante la retahíla de ocasiones perdidas. Y seguir insistiendo. Persistir con esfuerzo hasta obtener el premio. Lección de vida. Molina fue la imagen del sentimiento grana. Ese carácter indómito. Su resistencia a la sumisión y a la exigencia ajena partiendo de la propia son cualidades que ningún entrenador puede despreciar. El de La Canonja, desde el suelo, cazó el rechace de Roberto para empatar.

Un marcador que reflejaba algo mejor lo sucedido en el césped. El Nàstic no merecía marcharse al descanso por detrás. Había hecho oposiciones para llevar un gol a favor. Álex López había estrellado un balón en el poste, justo antes del tanto de Xavi y también Emaná, con un tiro duro al palo corto, pudo tener mejor recompensa.

El Nàstic arrancó la segunda mitad desde la complacencia. La sensación de dominio que dejaron los primeros 45 minutos hizo creer que resolverían fácil el encuentro. Pero los visitantes mostraron rebeldía. Se sacudieron del control local y pudieron meter al Nàstic en mayores problemas. El gol sobrevoló el Gol Nord, donde atacaba el Mirandés.

Hasta que el Nàstic se activó. Como si se hubiera manipulado un resorte mágico, el equipo grana desplegó uno de los mejores actos de la era Merino. Velocidad, desborde, verticalidad, etc. Esos aspectos que buscaba el técnico gaditano y que sus pupilos ejecutaron a la perfección.

Vinieron dos goles, pero pudieron ser muchos más. La superioridad tarraconense era aplastante. Especialmente cuando el cuero caía a pies de Achille Emaná.

El camerunés sacó la versión mística. De la que disfrutaron como niños en el Benito Villamarín o antes en el Stadium de Toulouse. Allí regresó el pasado domingo para celebrar los 80 años del club francés. Aclamado como uno de los once mejores de la historia del Toulouse se reencontró con su mejor fútbol. Repartió asistencias, medios goles y regaló a la grada un lanzamiento de penalti magistral. Un método pausado al alcance de un puñado de elegidos. Engañó al meta con el cuerpo y disparó ya sin oposición al lado contrario.

Antes Tejera, en otro partido descomunal del de Nou Barris, había puesto el 2-1 aprovechando un cuero suelto -después de un penalti clamoroso sobre Álex López- y Lobato con un golpeo parabólico el 3-1.

 

 

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