Héroes del silencio

El Reus araña un empate en su visita a Elche, justo el día que se produce la confirmación matemática de su permanencia en Segunda División. A pesar de ello, el equipo no desconecta y ofrece de nuevo su versión más solidaria

28 mayo 2017 19:44 | Actualizado a 28 noviembre 2017 13:46
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Vítor Silva dignifica el arte en una legión de románticos conquistadores. El mago portugués enseñó a Elche su elenco de malabares en una de sus tardes fetiche, en el Teatro Martínez Valero, con el Reus desbocado de felicidad y derrochando el champán tras la confirmación matemática de un sueño. La permanencia no olvidó hábitos saludables. No descuidó las obligaciones profesionales. ‘El luchar como hermanos’ resulta innegociable hasta en los días de vino y rosas. Sólo así se comprende la gesta de este equipo, mimoso con los detalles, solidario con los esfuerzos. El Reus es un homenaje al encanto colectivo. No existen vedettes en su ideario. Sí auténticos héroes del silencio. Su mérito resulta infinito.

El Reus comparecía entre una tormenta emocional, la que genera el pánico del abismo. En ella se mantiene el histórico Elche, que ha perdido el alma, aunque le queda algún resquicio de corazón para desafiar a los elementos. En cambio, Vítor pareció estrenar esmoquin, instalado en el confort de una velada sin presiones administrativas y disfrute melancólico. La energía juvenil del Elche se apagó cuando el enganche midió con ojo cirujano las distancias y comenzó a dibujar triángulos con su socio preferido, el capitán Folch. El repertorio de combinaciones fue abundante. Sociedades en corto y desplazamientos más verticales, con la precisión por bandera. Vítor y Folch han creado en el Reus una historia de amor eterno. Hablan el mismo idioma. Folch es la sencillez, Vítor la extravagancia.

El Reus ni pestañeó ante un disparo de Borja que amenazó a Badia. Salió guiñándole el ojo a la madera. El juego posicional se convirtió en alimento vital para los rojinegros, que transportaban el balón con una delicadeza casi empalagosa. Fran pidió tanda para el gol. Lo acarició después de una obra de arte colectiva del Reus, de más de 15 toques. Se gestó en la izquierda, en los pies de Folch, acabó en la derecha, con Benito asistiendo al pequeño diablo. La culminación de Fran la escupió el arquero local Juan Carlos, poderoso.

La jerarquía del Reus generó enfado en el gentío, que amagó con sacar los colmillos, ante la impotencia de un Elche terminal. Sólo el toque de trompeta, dando tumbos por el mundo, levantó de la depresión a los ilicitanos, que todavía conservan el orgullo tradicional de una entidad acostumbrada al caviar. Pelayo decidió tomar responsabilidades a lo Cid Campeador, pero se estrelló ante la fiabilidad de Badia, que emergió para destrozar sospechas. El respiro dejó esa comodidad de un domingo de tardeo con el mojito y el puro habano. El resultado no condicionaba la felicidad.

Tampoco el arreón rabioso del Elche, que quería más que podía. Pelayo y Borja Valle gozaron de dos remates definitivos para aclarar el paisaje, pero la angustia les traicionó. Con el estadio en llamas, los locales hallaron caminos por los costados, donde frecuentaban centros laterales venenosos. El Reus, entonces, activó su plan de emergencia. El espíritu de supervivencia le ha distinguido a menudo. Transforma en sufrimiento común en una virtud. Entre rayos y truenos, Vítor cazó una pelota en tres cuartos de cancha. Truñán, el guardián del Elche, cometió una imprudencia temeraria en la entrega. Le regaló un Chupa Chups a Vítor que dio un curso de cómo diseñar una transición. Halló pausa para apoyarse en Haro, que se la devolvió con limpieza. Vítor convirtió con una destreza insultante. Control orientado y red.

Vítor colocaba al Reus en el foco de otra hazaña en un escenario de enciclopedia, pero Sory, un delantero de anatomía de camión de mercancías, se rebeló ante la adversidad. Igualó de cabeza, en las entrañas del área chica, en esos minutos entre el cielo o el infierno, y mandó el partido a un final cardíaco. Curiosamente, con el Elche abrazado a la épica, Guzzo, que había inaugurado la rotación de Natxo, se asustó cuando Vítor le abrió las puertas del cielo. Le sirvió la victoria con un pase delicioso. Rapha la mandó por encima del larguero. No importó demasiado. Más bien un pimiento. Este Reus ya es leyenda. Como la que gestaron Bunbury, Valdivia, Andreu y Cardiel. Los Héroes del Silencio. 

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