Imperio Lekic

Otro acierto del serbio ofrece tres puntos de oro a un Reus extraordinario, que derrota sin sospechas al Cádiz (1-0) y se acerca a la permanencia. Lekic acumula siete goles en el Estadi

14 abril 2018 15:58 | Actualizado a 17 abril 2018 16:01
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Yoda no esperó a que los hinchas acabaran con el bocata. Parecía tener prisa. Amaneció el segundo parcial y recogió una pelota en tres cuartos de cancha casi de espaldas, tiró un amago, giró y despegó. El mundo se iluminó. Yoda prefirió el cerebro a la locura. Se le abrieron varios caminos y eligió con maestría. Cedió a Carbonell, en el pasillo izquierdo.

El centrocampista paralizó sentidos con una maniobra maravillosa. Dentro del área, recortó y con la derecha disparó al palo largo. Exigió a Cifuentes, el arquero del Cádiz, que escupió la pelota. Curioso. El rechace volvió a caer en los pies de Lekic, que paseaba por la zona, como un domingo en el museo del Prado, con aire despreocupado. El serbio la acarició a gol. Como si nada. Su séptimo acierto en el Estadi. La ventaja premió la valentía del Reus, generoso en su comportamiento.

El clima británico que templó la ciudad decoró un partido extraordinario. Muy de Stamford Bridge, con la fina lluvia cegando los ojos de los actores y la actitud épica en sus almas ante la dificultad. 

El Reus festejó la majestuosa actuación de Yoda. Incorporó la precisión a sus conexiones, una noticia fascinante. Karim se asociaba y enseñaba esa zancada poderosa de un especialista del fondo en el tartán atlético. En una de sus aventuras conectó con Juan Domínguez y Lekic, todo de primeras, en la puesta en escena del partido. El progreso le situó en la zona caliente. Se perfiló con la zurda y ejecutó, aunque Kecojevic se manchó el pecho en el barro para curar la herida del Cádiz, muy ordenadito en la trinchera. No se trata de un síntoma preocupante para el Cádiz. Su ADN le pide recular para divisar espacios, robar y correr.

Da la impresión de que Yoda es un jugador de momentos. Aparece y luego descansa. Parece como aburrido. El Reus le necesita porque su desequilibrio genera paraísos en ataque. Si Karim acabara la mitad de lo que crea, seguramente su futuro se relacionaría con el lujo.

Los andaluces sintieron la incomodidad porque el Reus les desafió con el balón. Manejó el primer parcial sin discusión ni sospechas, con muchísima personalidad. Se acercó al premio. Suele hacerlo, pero los méritos no ganan partidos. La meritocracia debe abrazarse al instinto caníbal.

 

Sólo una vez, el Cádiz disfrutó del campo abierto. Salvi, uno de los actores más determinantes de la categoría, activó sus piernas para desplegar esas pasos de ardilla supersónicos, de apariencia frágil. Sólo en apariencia. Si el extremo vuela, en carrera, nadie puede detenerle. Se ha demostrado durante muchas fechas. Salvi esquivó el cuerpo de Olmo y Menéndez. Sirvió un balón delicioso  que Romera no acompañó de milagro. Resulta memorable como a la velocidad, Salvi le añade rigor. Un futbolista jerárquico.

No se asustó el Reus, convencido de su plan. No renuncia a la responsabilidad, asume el peso del juego más allá del cartel enemigo que haya enfrente. Eso le dignifica. En realidad dispuso de munición para tomarse el respiro con ventaja. Sobre todo cuando Carbonell rescató una pelota perdida en tres cuartos de cancha. Lekic, por delante, le marcó el movimiento y el centrocampista allí le mandó el tesoro. Puntual. Dejan necesitó un número más de calzado para alcanzar el gol.

 

Al serbio le quitaron otro gol. Acumula dos situaciones ilegales en siete días. Juan Domínguez le había puesto en la cabeza un balón dulce, de rosca estética. Orsay dictaminó el juez. Por medio cuerpo. La interesante propuesta del Reus finalizó en los pies de Olmo, reconvertido por segundos, en un fino rematador. Recogió al segundo poste, recortó y se atrevió a acomodar el cuerpo para enviar la pelota al ángulo. Lamió la madera. Olmo dispone de tanto talento que despierta admiraciones en la otra orilla, cuando su misión pasa por defender la suya.

 

A Lekic no le estorbaron en el 1-0. Dispone de un imán silencioso e invisible para secuestrar rechaces dentro del área, su zona de confort, el escenario que le distingue. Dejan mantenía el apetito intacto. Rozó el segundo con el partido descosido. Protegió la pelota con el cuerpo ante Servando, el general del Cádiz. Definió a las manos de Cifuentes.

 

El Estadi enloquecía de felicidad. Reprochó con energía un penalti de Kecojevic, que rebañó con la mano las intenciones maliciosas de Yoda, que se había convertido en Messi por momentos. Se cansó de derrotar a enemigos y sólo Kejocevic le impidió la gloria.

 

El Reus terminó como acostumbra, colgado en un peligroso alfiler. No por la amenaza del enemigo, sí por la incertidumbre que provoca el mínimo botín. Lo guardó con un orgullo imperial y celebró con grandeza.

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