La ley de la impotencia (Reus 0-1 Sporting)

El Reus volvió a enfrentarse a la pesadilla de los penaltis. Esta vez, los damnificados fueron Édgar Hernández y  Álex Menéndez. Nacho Méndez hizo el tanto de la victoria del Sporting

06 septiembre 2017 21:44 | Actualizado a 06 septiembre 2017 21:50
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Dicen que la mejor manera de afrontar los miedos es enfrentándose a ellos. El destino parece empeñado en  aplicar este dicho al Reus. El gran miedo rojinegro son los penaltis. Un caramelo dulce que se ha ido envenenando con el paso del tiempo. Ya nadie ve el punto de los once metros como un preludio al delirio. Todo lo contrario, se  ha convertido en una pesadilla constante que parece no tener fin. 

El Sporting obliga a cambiar el pincel por la espada. Es un equipo con tanta confianza en sí mismo que da la sensación de manejar cualquier tesitura que le planteé el rival. No obstante, jugarle de tú a tú es un acto suicida para la mayoría de los conjuntos de la categoría. Plantear un choque entre bambalinas es desatar una avalancha que puede resultar incontenible en ciertas fases del encuentro.

Garai comprendió que la mejor manera de igualar el encuentro era obligando al Sporting a bajar al barro. Apostar por el cuerpeo y la brega constante era la hoja de ruta marcada en rojo. No era cuestión de abusar del balón largo, pero sí de convertirlo en un recurso mucho más explotado de lo habitual.


En ese planteamiento, Édgar Hernández crece. Tiene una fe ciega en su corpachón. Resiste golpes con una firmeza imponente. Poco tardó en demostrarlo. De un balón llovido creó un escenario idílico para el despegue. Un avión llamado Querol pidió pista para el aterrizaje. En plena carrera, el reusense resulta ser imparable. Ve paraísos en las espaldas de los rivales. Whalley quiso cortarle las alas. La inercia del reusense convertía aquel impulso en una decisión un tanto fatídica. El árbitro convirtió en una realidad aquellos malos augurios. Otra vez ante la pesadilla de los once metros. 

Donde otros conjuntos ven un escenario predilecto para el gol, el Reus ve un martirio. Da igual quien sea el escogido, el resultado siempre es el mismo. La ciencia no comprende elementos intangibles. La confianza es uno de ellos. Édgar lo tiró fuera. No ejecutó mal, pero pecó de perfeccionista. El Estadi clamó al cielo. Otro penalti mandado al limbo.

Aquella amenaza pareció aumentar la tendencia a replegar que tenía el Sporting en su cabeza. Era momento de congelar el encuentro. Dejarlo en un estado narcótico. El Reus tampoco se volvió loco. La petición del conjunto gijonés no era una mala opción. La decepción y el fracaso son colindantes.

En esos momentos de paz, el Sporting suele desatar la guerra. Álex López se empeñó en ello. Lo probó con dos disparos desde la frontal. Santamaría estuvo seguro. Convivir con la suplencia es algo más ameno para los porteros. No se conforman, pero sus rostros señalan que saben lidiar con ello. Lo demostró con dos paradas de gran mérito. 

En el 38’, Édgar quiso resarcirse del penalti errado. Lo intentó con un movimiento exquisito en las interiores del área. Culminó su ofensiva con un tacón predilecto para el delirio. La fortuna volvió a darle la espalda. El balón se marchó rozando el palo.

El Sporting golpea

La segunda mitad tuvo un comienzo desolador, que no sorprendente. El Sporting no suele avisar. Tiene esa capacidad de conquistar con una aparante naturalidad. No necesita de grandes alardes para hincar el cuchillo. Es un equipo tremendamente malvado, en el buen sentido de la palabra. 

Viguera cazó un centro lateral y lo convirtió en un caramelo. Era cuestión de estar vivo. De saber interpretar antes de que ejecutase. Nacho Méndez descifró las intenciones de su compañero con un oportunismo brillante. No se puso nervioso. Es un futbolista que está derrumbando la puerta del primer equipo gijonés a base de actuaciones rutilantes. Golpeó con el interior con una firmeza apabullante. Santamaría no pudo ampliar su abanico de intervenciones. Otra vez, el Sporting imponía su ley. 

El Reus  tiró de personalidad para no derrumbarse. Costaba verse por debajo en el marcador. Más que nada, porque no estaban mereciendo estarlo. David Querol clamaba al cielo ante ello. Desafió la lógica. Quiso actuar de justiciero. Provocó otro penalti fruto de la concentración. Robó una balón en el interior del área. La zaga asturiana picó. 

El reusense recogió el balón de manera instantánea. Quería romper con el calvario de los once metros. Sin embargo, la figura de Álex Menéndez emergió de la nada. Prácticamente le robó el balón de las manos. Aquella autoridad pareció convencer a Querol. No puso impedimentos. Era el momento del asturiano. 
Álex Menéndez golpeó con el interior. Tenso. A media altura. Otra ejecución correcta, pero no suficiente. Whalley adivinó la intención del lateral. Le arrebató la posibilidad de castigar a su pasado. Los penaltis han dejado de tener suspense en el Estadi. Lamentablemente, hace tiempo quese convirtieron en un martirio. Lo de ayer fue un capítulo más. 

Dos penaltis errados por el Reus en el día de ayer

Aquel golpe fue demasiado duro. La fe rojinegra se tambaleó de manera evidente. Nada es capricho de la casualidad, pero la pesadilla de los once metros parece no tener fin. 

En el tramo final del encuentro, el Reus lo intentó con más corazón que razón. El Sporting a lo suyo, defendiéndose con una irritante facilidad. Tienen una capacidad extrema para saber competir.  Eso les hace ser un equipo preparado para asumir grande retos esta temporada. 

El Reus sigue buscándose. No es fácil encontrarse cuando los pequeños detalles parecen darte la espalda de manera constante. La solución pasa por trabajar con todavía más pasión. Lamentarse no es una buena opción. Ante el Numancia, toca olvidar las penas. 

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