Nàstic: Hecatombe previsible

La mala planificación inicial y el giro insuficiente de invierno no han evitado un descenso inevitable

03 abril 2019 06:00 | Actualizado a 06 abril 2019 11:47
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Salvo que se repita el milagro de la Resurreción (si es que alguna vez tuvo lugar), el Nàstic jugará la próxima temporada en Segunda División B. Un destino que se vislumbró con el cierre deprisa y corriendo del mercado de agosto y que ni siquiera la revolución de invierno ha conseguido revertir. 

Para desgranar las responsabilidades del fin de una etapa complicada deportivamente hace falta mirar desde arriba hacia abajo. Y a la inversa. Se equivocó el club al contratar a Arnal Llibert. A su falta de experiencia se juntó la intromisión de algún representante, protegido por miembros de la Comisión Deportiva, y la soledad a la hora de elaborar una carpeta profunda con candidatos para cada una de las necesidades del equipo. Porque el trabajo de Promoesport en este aspecto, resultado de los cinco años de Emilio Viqueira en la dirección deportiva, o se esfumó o no se tuvo en cuenta. De hecho, la prioridad era desentenderse cuanto antes de todo lo referente a la empresa de Rodri Baster. Ese fue otro caballo de batalla que tuvo que lidiar Arnal Llibert. Despejar la plantilla cuanto antes de futbolistas representados por Promoesport. Una labor de carácter empresarial que deportivamente, en algunos casos, ha empeorado el rendimiento deportivo. 

Error fue también la contratación de Enrique Martín. Evidentemente a ‘toro pasado’ es fácil ver el fallo, pero informes que manejaba el Consejo de Administración ya aconsejaban acudir a otro perfil. La Bruja de Campanas es experto en exprimir plantillas en periodos cortos. Comprimir toda su energía en pocas semanas para lograr una presión de sorpresas y cambios que haga saltar por los aires la dinámica negativa. En Tarragona no lo ha conseguido. Ha ido trazando una línea de pequeñas modificaciones en busca de esa explosión psicológica necesaria para cortar la mala racha pero sin éxito. 

Cada decisión ha sido peor que la anterior. Su etapa, que ya veremos cuándo pone su fin, se ha caracterizado por errores. En cada movimiento que daba, fuera táctico o en el once, ha ido acercando al equipo un poquito más al abismo. 

No se le atisba coherencia alguna en sus resoluciones. Poner a Thioune de mediapunta cuando el senegalés desconoce completamente el juego de espaldas, aplicar un sistema en el que no confía o jugarse una de las llamadas finales con dos jugadores que tenían un pie y medio fuera del club (Manu del Moral, Barreiro, Javi Jiménez y Tete en Tenerife) han sido algunas de las lindezas que ha dejado el entrenador navarro en el Nou Estadi. 

En Zaragoza dio la sensación de que Martín Monreal se hacía el hara-kiri con el once que presentó. Dejó en el banquillo a Kanté, junto con Luis Suárez lo mejor del equipo en las últimas semanas, y introdujo a Djetei, que llevaba dos meses sin aparecer en las convocatorias. Sin contar otras tantas decisiones cotidianas que han provocado más de un enfado en el club y entre la plantilla. 

Tampoco los movimientos de invierno han sido la panacea. Este grupo ha empeorado los números de la plantilla que inició el curso. Que ya era difícil. De los fichajes de enero ninguno se le puede atribuir a Arnal Llibert, nominalmente director deportivo pero a la práctica confinado a tareas de cantera. Antonio Prieto fue el encargado de dirigir la mayor parte de operaciones. Algunas, como la del japonés Bernard Sun, tuvieron un objetivo más comercial que deportivo. Sun ni siquiera ha ido convocado a ningún partido, además de encadenar pequeñas lesiones musculares. 

El fichaje estrella, Abdel Barrada, va camino de estrellarse. Sus indisciplinas, retrasos en los entrenamiento, actitudes inapropiadas para un profesional y faltas de respeto hacia compañeros pueden enviarle de vuelta al Antalyaspor turco antes de tiempo. Por ahora, sigue entrenando junto con el grupo a la espera de un cambio de actitud inminente. 

Los futbolistas no esquivan las responsabilidades. Muchos no han estado a «la altura» como admitía el capitán del equipo Abraham Minero. Unos cuantos porque no llegan al nivel y otros por falta de actitud. 

A esa concatenación de fallos se le une la mala suerte. Como dice la sabiduría popular «a perro flaco todo son pulgas» y al Nàstic las pulgas que se han aferrado a su piel hasta desangrarlo han sido en forma de goles de rebote (Zaragoza y Málaga), tantos fantasmas (Osasuna), en propia puerta (Cádiz) y de palos, muchos palos. 

Sobrevivir a todo eso hubiera sido un milagro. Pero el Nàstic gastó todo su santoral en las dos últimas temporadas. A la tercera parece ser la vencida.

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