Orgullo y decepción (Portugal 3-3 España)

La selección española empató a tres tantos en su estreno en el Mundial 2018 ante la vigente campeona de Europa, Portugal

15 junio 2018 19:58 | Actualizado a 19 junio 2018 18:21
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En la vida hay cosas que no tienen explicación. Lo que está viviendo la selección española en los últimos días tampoco. Es como si todo se fuera complicando a medida que pasan las horas, los minutos, los segundos. No hay momento de tranquilidad. Cuando parece que la herida comienza a cicatrizarse, se abre de golpe y arde como nunca.

Ayer, tuvo que ver como Portugal se le adelantaba hasta dos veces en el marcador y le empataba en los compases finales. Bueno se le conoce como Portugal, pero ayer fue la selección de Cristiano porque el astro del Real Madrid hizo y deshizo a su antojo. El primer gol llegó en el minuto dos después de un penalti más que riguroso de Nacho Fernández sobre Cristiano Ronaldo que el propio futbolista luso transformaría. El segundo tanto cayó justo antes del descanso en un error garrafal de De Gea a un tiro seco de Cristiano desde la frontal. El tercero llegó cuando el partido agonizaba en un libre directo majestuoso del actual balón de oro.

Podría haber sido España una selección derrotada. Podría haberse rendido. Podría haberse excusado en que la situación a la que han llegado a este Mundial era insostenible. Podrían, pero quisieron. Porque ayer la selección dirigida por Fernando Hierro tiró de casta y orgullo. Jugó con el corazón. Cuando lo estético no termina de cuajar, hay que tirar de otros factores. Y la Roja lo hizo. En sus rostros se veían unos ojos inyectados de venganza. Querían reivindicarse. Querían gritarle al mundo que no se iban a ir de Rusia con la sensación de haber podido hacer algo más.

No se puede decir que la salida de España fuera brillante, más bien todo lo contrario. El tempranero gol de Cristiano llenó de dudas a una selección imprecisa y plana. Tenía el balón, pero no era incisiva. En esa tesitura del partido había un futbolista destinado a aparecer. Quizás porque era el más diferente que yacía con la zamarra blanca sobre el terreno de juego. Diego Costa cazó un balón largo de Busquets y se fabricó un gol antológico. Se fue hasta de su sombra. Luego definió con una contundencia acorde a su juego.

España empataba en un momento en el que las dudas comenzaban a aparecer de manera alarmante. Isco pudo adelantar de manera casi inmediata a los de Hierro, pero su disparo desde el lateral del área se estrelló en el larguero y botó en la línea. Todo hacía indicar que comenzaba un nuevo partido y que la pesadilla había llegado a su fin. Era hora de volver a maravillar al mundo. Y hubo minutos de la primera mitad con el 1-1 que lo hicieron. En la izquierda, Isco, Iniesta y Jordi Alba generaron vértigo.

Lástima que la selección esté destinada a actuar sobre un guion repleto de sobresaltos. Cuando parecía que el empate iba a reinar al descanso, Cristiano disparó desde la frontal y De Gea cantó. Error garrafal de un portero al que parece que la Roja le quita poderes. Es un superportero, pero con la selección su rendimiento está lejos de los esperado. Otra vez por detrás en el marcador. Otra vez de manera inesperada. Otra vez la tentación de dejarse llevar se vislumbraba.

En la segunda mitad, España volvió a sacar rédito de una tesitura del juego a la que no suele acudir. En un balón parado, Silva colgó el balón al segundo palo y Busquets conectó un cabezazo que otra vez Diego Costa empujó en boca de gol. Dos goles de un futbolista eternamente discutido pero que ayer demostró porque Lopetegui le tenía tanta fe y Hierro tampoco dudó en sacarle de inicio.

Con el dos a dos sí que se vio a la selección que todos conocemos. De repente, se le veían los ojos, la nariz, la boca, los pómulos… El rostro de la Roja era totalmente identificable. Comenzó a trenzar, a ocupar todas las zonas del campo mediante la posesión, a hacer correr a una Portugal que solo podía atrincherarse. Ya ni atemorizaban con las contras.

En una de esas jugadas eternas, Nacho recogió un balón en la frontal tras un centro lateral del otro carrilero, Jordi Alba. El madridista empaló una volea tremenda. Llena de rabia. Tensa y colocada. Amagó con salirse tras estrellarse contra el palo, pero finalmente el cuero acabó entrando. España le había dado la vuelta al marcador a base de fútbol y orgullo. Normalmente, los equipos campeones se construyen sobre estos dos cimientos.

Con la ventaja en el marcador, la Roja se intentó defender con el balón, pero Portugal obligó a practicar un repliegue intensivo con la acumulación de futbolistas en zonas de peligro. La selección supo resguardarse bajo un marcado 4-5-1, pero no es su fuerte y se volvió a demostrar. Cuando se vislumbraba la gloria, Cristiano volvió a aparecer. Provocó la falta en la frontal y clavó un libre directo en la escuadra.

Los de Hierro se fue de su primer partido del Mundial con un punto en el bolsillo, pero con la sensación de haber merecido más. Eso sí, han conseguido que todo un país vuelva a no dudar de ellos. Hubo una España que enamoró con su fútbol, la de ayer lo hizo con su corazón. Las dos valen si se acaba con una estrella de más en el pecho. Hay motivos para creer.

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