Planas desata al Reus (Tenerife 0 - 1 CF Reus)

El Reus conquista una victoria de prestigio en Tenerife, gracias una actuación primorosa de su portero, Edgar Badia, y al gol del joven canterano a los 80 minutos

15 septiembre 2018 18:04 | Actualizado a 28 septiembre 2018 11:59
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Alfred Planas se coló en el universo del Reus casi de puntillas, sin armar alboroto, solo con el aval de su trabajo en la pre-época, cuando los chicos del filial disponen de un mes para convencer al jefe. Bartolo repitió con él en las formaciones más fiables con vistas al calendario oficial. Alfred había tirado la puerta para quedarse. No lo hizo con violencia, más bien con sutileza. Desde entonces, su rostro no se ha alterado, ni en los dos días de asombro ni tampoco en los de sombras. Su juventud e inexperiencia no le han permito armar tres actuaciones de brillantez continua, pero no se ha apagado. En Tenerife emergió en el desenlace de la tarde. En media hora remató tres veces. Una lamió el larguero, otra chocó con el poste y en la definitiva, a los 80 minutos, se abrazó a la gloria. El Reus conquistó Tenerife con el niño impasible y con el equipo sujetado, en muchos minutos, a los milagros de Supermán.

Edgar Badia no tembló ante el exceso de energía del Tenerife, que compareció en el partido con aires de grandeza. Intenso y vertical, el Tenerife enseñó los colmillos y conquistó todas las disputas. Sólo el arquero del Reus entendió el escenario. Conectó rápido la atención y los reflejos. Adivinó dos remates con aroma a gol de Malbasic y Naranjo. El segundo, con un mano a mano, en el que Supermán fue más Supermán que nunca. El Reus había entrado en el juego perezoso, trotón, sin feeling con la pelota. Preocupó una barbaridad su presentación en el Heliodoro, uno de esos lugares repletos de tradición y pequeñas gestas. El Madrid se dejó dos Ligas allí en los años 90.

El Reus se aferró a un alfiler para sobrevivir. Fue sometido por ese derroche de fe que enseñó el Tenerife, necesitado de alegrías y con las urgencias en el bolsillo. La presión insaciable de los locales provocó que el Reus ni siquiera se atreviera a dar tres pases con criterio. No se recuerda una salida limpia del balón en la primera media hora. Tampoco ninguna llegada amenazadora a la otra orilla. En cambio, Badia precisó no apagar el radar de la rigurosidad.

Las descargas eléctricas de Suso en cada uno de sus desmarques al espacio y en sus conducciones generaban dudas a un Reus que si pierde la pelota pierde la esencia. También asustaron los movimientos inteligentes de Malbasic, un atacante de apariencia tosca. Sólo de apariencia. La apariencia nunca fue sincera.

El Reus creció cuando la fatiga obligó al Tenerife a recular. Cesó la presión en el origen de cada ataque rojinegro y los centrocampistas de Bartolo empezaron a encontrar resquicios entre líneas para combinar. Cuando el equipo rescató la pelota, su impresión resultó más coral, más natural. Su enemigo sintió incomodidad. Justo en la antesala del respiro, Carbonell consolidó esa mejora del Reus con una aparición en la boca del lobo, en ese lugar donde se grita gol con violencia. Recibió un pase atrás delicioso de Borja, que había alcanzado el fondo izquierdo. Carbonell le pegó al aire. En todo caso era una señal bonita para afrontar el desenlace. Primero sujetado a Badia y luego a la pelota, el Reus pareció comparecer en Tenerife.

En realidad, se confirmó esa impresión, aunque a medias. El Reus sí podía encontrar el juego posicional, pero nunca atrapó la precisión. Anduvo muy quisquilloso con las entregas. Erró asociaciones que no suele y eso le obligó a padecer. Lógicamente, el Tenerife jamás plantó la bandera de la rendición.

Los de Bartolo, por momentos, lograban llevar la pelota a zonas de influencia decisiva, con Carbonell y Planas para la última decisión. Jamás eligieron bien la opción decisiva y los acercamientos morían en la orilla. El Tenerife empujó con el alma. Con sus entrañas más que con fútbol, pero le bastó para crear inquietud. A Bartolo el plan B de las rotaciones no terminó de cuajarle. Sólo Alfred Planas dinamitó esa sensación. Dos remates para gol que no fueron. El primero, con la testa, solo en el segundo palo. El segundo, en una transición que él mismo con una zanjada imponente. Ejecutó con la diestra, pero la pelota chocó con la madera.

La rebeldía juvenil de Alfred le permitió volver a intentarlo. En otra estrategia, el canterano la acompañó al segundo poste, otra vez, como en el primer intento. No falló con un toque de primeras. Nadie pensó en él. Sólo su persistencia y la necesidad del instante. También la confianza de Bartolo, que le soltó cuando quizás la tarde pedía más supervivencia. Alfred le entregó el Reus un botín de valor descomunal.

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