Porto-Reus (7-7). 'Delirio memorable'

El Reus conquista un empate valioso del Dragao Caixa y podrá decidir el pase a la Final Four de la Champions en su pista. Lo rojinegros sufren un arbitraje sonrojante, pero resisten en una tarde de homenaje al hockey de ataque

19 mayo 2017 16:02 | Actualizado a 21 mayo 2017 14:12
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Fue un partido de enciclopedia. Un maravilloso homenaje al ataque. Porto y Reus dejaron el desenlace de su cruce de cuartos de final para el regreso en el templo, en una tarde histórica. El 7-7 final dignifica al hockey y presagia una vuelta asombrosa. El templo de la calle Gaudí tiene ahora la palabra. No fallará, seguro. La Final Four de la Champions merece una noche de las de tiempos románticos.

Los chicos de Mariotti no solamente se apoderaron de un botín interesante. Salieron reconfortados del Dragao, donde precisaron sujetar a un rival con exceso de talento y soportar un arbitraje sospechoso. Los dos jueces franceses carecen de capacidad. Se sabía y nadie evitó el sonrojo.

Gonçalo Alves se encargó de mandar al vacío cualquier actitud contemplativa. La inauguración fue un amago de racanería totalmente anti natural. Ni Reus ni Porto se arropan en la especulación. Sus genes piden vértigo. Alves es un especialista del ataque. Se inventa recursos técnicos en grietas invisibles. Incluso halla peligros en miradas estériles. Provocó un penalti de Marín más bien inexistente. Lo erró, pero el Reus ya necesitaba soportar el primer power play en contra, con el capitán en la mesa de castigados. La inferioridad numérica la penalizó Rafa, con un remate liberado, al segundo palo. El servicio, de Alves.

El partido enloqueció. Fue un delirio delicioso. Un intercambio de golpes a corazón abierto. Gonçalo no había completado su primer corto. Lo culminó con el 2-0 de penalti, esta vez se lo había sacado a Casanovas. Se habían consumido 11 minutos. El defensa reusense cobró vendetta sin tiempo para darle el sorbo al Acuarius. De falta, exhibió una pala maravillosa al ángulo de Grau. Ni así se firmó la tregua. Baliu, el dragón de Igualada, convirtió un 4 contra 3 en transición. De primeras. Sin avisar. Los dos protagonistas rozaban el respiro bajo un ritmo infernal. Chispeante. En ese escenario Marín suele sentirse feliz. Había errado un tiro directo tras la décima falta del Porto. Lo corrigió con una cuchara de muñeca. No enseñó el disparo. Sorprendió a Grau.

El Reus debió entender entonces que la mínima desventaja era oro para lidiar con el segundo intervalo. Se despistó cuando la tarde le pedía cerebro. Recibió el 4-2 a segundos del descanso. De esos goles dolorosos. Que merman estados emocionales. Alves lo encontró acostado en el segundo poste.

Los rojinegros, a veces, parecen inmunes a los golpes. Mostraron una personalidad fascinante para recomponerse. Torra cocinó una aventura supersónica. Giró y vislumbró a Marín habilitado. El capitán culminó para sostener al Reus en la pelea. Los dos equipos ya andaban desbocados. Lejos de protegerse se atacaban sin descanso. El pulso era astral, de otra dimensión. Reinaldo y Marín mantenían la guerra abierta con el 5-4. Casanovas se convirtió entonces en la víctima perfecta de los jueces franceses, que se inventaron dos penaltis de pies surrealistas. En el segundo, Jorge Silva culminó para el Porto, que preveía un final de apoteosis. Se equivocó. El Reus siempre vuelve.

El equilibrio mental reusense rozó el hierro. No se descosió el Reus, que incluso pudo ganar. Marín y Torra se asociaron en otra contra de libreto para los niños. Esta vez definió como los ángeles el malabarista de Tordera. Marín igualó de falta directa, como si se tratara de un cuento infantil, antes de un sueño de verano. Es más, a cuatro para el final Platero patinó y mandó una bola al segundo palo que Álex Rodríguez remató de espaldas. Fue gol. Increíblemente gol. Rafa, el incordiante atacante luso, se sublevó ante la derrota y remató un 7-7 que encumbró a uno de esos partidos de culto.

 

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