Reus Deportiu hockey. 'Bassano abrió camino'

Un 1 de mayo de 2004, el Reus conquistó Italia para levantar la última CERS que consolidó a una generación histórica

19 mayo 2017 23:01 | Actualizado a 22 mayo 2017 21:23
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En aquel autobús que nos trasladó hacia Bassano del Grappa de madrugada reinaba la esperanza y un botín de cuatro goles. Tuve suerte. Pude viajar con una generación histórica. La expedición la lideraba el míster, Manel Barceló. Siempre con un semblante tranquilo. Apenas le asustaba nada. Comedido y equilibrado. 
Bassano del Grappa quedaba lejos. Muy lejos. A 17 horas ni más ni menos. Ni el cansancio borraba el objetivo. Un título que el Reus defendía de 2003. Entonces se lo ganó al Lleida. Vadillo, el arquero, nos hizo una visita en la parte trasera del bus. Los asientos finales se convertían en su cama más deseada. Realmente era imposible dormir, pero había que intentarlo. Soporté la incomodidad poniéndome en la piel de los héroes. En la mente de Garcia, Sabater, Caldú, Toni Sánchez, Marc Gual, Pereira o Teixidó.  Y en la responsabilidad que debían asumir. La dichosa presión.También en la de los jovencísimos Molina y Raúl Marín. Los conocen ¿no?. Tan consolidados ahora. Tan entusiastas entonces. Ha pasado el tiempo, pero me resulta imposible olvidar aquel viaje.
En la alineación periodística figuraba gente de la que pude aprender mil trucos. Jordi Benavent se atrevió con una promesa inhumana para él. Subir la Mussara en bici si caía el título. La cumplió. Gabi, entonces la voz del Reus, era un perfecto imitador de personajes. Entre ellos los jugadores, aunque éstos no lo supieran. Aquel día se animó Anna, una apasionada del hockey. Pocas entienden y defienden tanto este deporte. Raúl, mi jefe, no permitía ni un sólo despiste. Con buen criterio.
Ya en Italia lidiamos con alguna pizza majestuosa, pero nadie perdía de vista el partido. Nos acordamos rápido de la caravana de aficionados que iba a cumplir con lo imposible. Unos 200 hinchas se desplazaron sin ni siquiera hacer noche en tierra prometida. Fue un ida y vuelta increíble. No importaba para ellos. Les valió la pena. 
Los dirigentes y el delegado Ton Roig, siempre ordenado y atento, fueron a recibirles nada más pisar la ciudad. Desprendían pasión. Amor por su equipo. Querían campeonar de nuevo. Vivirlo en directo sin pensar en el tute de vuelta. 
Horas antes del partido decidimos pasarnos por el hotel de concentración del Reus y palpar el ambiente. La tensión se cortaba con un cuchillo. Nadie sonreía. Recuerdo especialmente cómo Garcia y Caldú se refugiaban en la música para aislarse, ya de camino a la pista. Nos habían avisado de que el Reus necesitaría soportar muchas almas en contra. En el Palazetto de Bassano, el papel se había agotado. Repleto. 
En aquel Bassano lucían virtudes el eterno arquero Cunegatti, Darío Rigo, los hermanos Michielon y Alberto Orlandi, éste último todavía activo en el Forte dei Marmi de Pedro Gil.
Decidí ver la final junto a la curva de hinchas rojinegros. Me asombró. Ni los 4.000 italianos les silenciaron. En realidad, el espectáculo se trasladó al cemento, porque la final no dejó excesivos alardes de calidad. Para ser más claros se convirtió en un tostón. Daba igual. El título voló para Reus. Y no había dinero que pagara las sonrisas de los sacrificados hinchas. Los chicos de Barceló habían cumplido. Nadie se acordó de la derrota por 1-0. Aquella CERS abrió camino para una generación histórica que le peleó la gloria al poderoso Barcelona y terminó firmando la última época dorada de títulos. 
En Bassano se levantó la última CERS. Este fin de semana, en Igualada, el Reus intentará agrandar su leyenda.
En aquel autobús que nos trasladó hacia Bassano del Grappa de madrugada reinaba la esperanza y un botín de cuatro goles. Tuve suerte. Pude viajar con una generación histórica. La expedición la lideraba el míster, Manel Barceló. Siempre con un semblante tranquilo. Apenas le asustaba nada. Comedido y equilibrado. 

Bassano del Grappa quedaba lejos. Muy lejos. A 17 horas ni más ni menos. Ni el cansancio borraba el objetivo. Un título que el Reus defendía de 2003. Entonces se lo ganó al Lleida. Vadillo, el arquero, nos hizo una visita en la parte trasera del bus. Los asientos finales se convertían en su cama más deseada. Realmente era imposible dormir, pero había que intentarlo. Soporté la incomodidad poniéndome en la piel de los héroes. En la mente de Garcia, Sabater, Caldú, Toni Sánchez, Marc Gual, Pereira o Teixidó.  Y en la responsabilidad que debían asumir. La dichosa presión.También en la de los jovencísimos Molina y Raúl Marín. Los conocen ¿no?. Tan consolidados ahora. Tan entusiastas entonces. Ha pasado el tiempo, pero me resulta imposible olvidar aquel viaje.

En la alineación periodística figuraba gente de la que pude aprender mil trucos. Jordi Benavent se atrevió con una promesa inhumana para él. Subir la Mussara en bici si caía el título. La cumplió. Gabi, entonces la voz del Reus, era un perfecto imitador de personajes. Entre ellos los jugadores, aunque éstos no lo supieran. Aquel día se animó Anna, una apasionada del hockey. Pocas entienden y defienden tanto este deporte. Raúl, mi jefe, no permitía ni un sólo despiste. Con buen criterio.

Ya en Italia lidiamos con alguna pizza majestuosa, pero nadie perdía de vista el partido. Nos acordamos rápido de la caravana de aficionados que iba a cumplir con lo imposible. Unos 200 hinchas se desplazaron sin ni siquiera hacer noche en tierra prometida. Fue un ida y vuelta increíble. No importaba para ellos. Les valió la pena. 

Los dirigentes y el delegado Ton Roig, siempre ordenado y atento, fueron a recibirles nada más pisar la ciudad. Desprendían pasión. Amor por su equipo. Querían campeonar de nuevo. Vivirlo en directo sin pensar en el tute de vuelta. 

Horas antes del partido decidimos pasarnos por el hotel de concentración del Reus y palpar el ambiente. La tensión se cortaba con un cuchillo. Nadie sonreía. Recuerdo especialmente cómo Garcia y Caldú se refugiaban en la música para aislarse, ya de camino a la pista. Nos habían avisado de que el Reus necesitaría soportar muchas almas en contra. En el Palazetto de Bassano, el papel se había agotado. Repleto. 

En aquel Bassano lucían virtudes el eterno arquero Cunegatti, Darío Rigo, los hermanos Michielon y Alberto Orlandi, éste último todavía activo en el Forte dei Marmi de Pedro Gil.

Decidí ver la final junto a la curva de hinchas rojinegros. Me asombró. Ni los 4.000 italianos les silenciaron. En realidad, el espectáculo se trasladó al cemento, porque la final no dejó excesivos alardes de calidad. Para ser más claros se convirtió en un tostón. Daba igual. El título voló para Reus. Y no había dinero que pagara las sonrisas de los sacrificados hinchas. Los chicos de Barceló habían cumplido. Nadie se acordó de la derrota por 1-0. Aquella CERS abrió camino para una generación histórica que le peleó la gloria al poderoso Barcelona y terminó firmando la última época dorada de títulos. 

En Bassano se levantó la última CERS. Este fin de semana, en Igualada, el Reus intentará agrandar su leyenda.

 

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