Rondo platónico (Oviedo 0-1 CF Reus)

Un gol de Máyor en el descuento culmina un segunto tiempo memorable del Reus en el Carlos Tartiere. Los rojinegros suman su tercera conquista y se mantienen invictos en el campeonato

19 mayo 2017 18:05 | Actualizado a 21 mayo 2017 15:14
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Máyor desliza gomina en su testa cada mañana para fabricar ese flequillo de Lucky Luke que le distingue. No crean que es puro adorno. Va con trampa. Cuando precisa ir a las disputas con defensores gigantones, con cuerpos como camiones de mercancías, ese peinado estrambótico le echa un cable a menudo. En el histórico Tartiere, esa misteriosa receta le encumbró. En realidad, el flequillo de seda de Máyor decoró con tres puntos un segundo tiempo memorable del Reus. En un escenario imponente, ideal para poner en el foco cualquier modelo de pasarela.

El Reus se había hartado de acariciar el balón, de trasladarlo con ternura de un lado al otro del campo. Decidió enfundarse el frac de la noche de los Óscar. Moría la noche entre reproches y griterío de los hinchas carbayones. Parecían no entender nada. El desconocido Reus borraba ilusiones y atraía al desencanto. En el 93, con las pulsaciones erizando pieles dulces, Guzzo, ese portugués rebelde, descarado como Daniel el Travieso, secuestró el balón para ejercer de francotirador en una falta lateral. Midió ángulos periférico gracias a la caja de herramientas que le cedió un generoso chispas y ejecutó. Máyor entendió la mirada de Guzzo. Se desplegó hacia el corazón del área. Del resto se encargó su cabello estirado.

Fue un delirio emocional incontenible. El final de una película romántica, de esas que provocan lagrimilla fácil. Justo después del remate de Máyor, el juez colaboró con la causa, no dejó que se sirviera de centro. Entendió que esa exhibición de buen gusto del Reus no podía quedar expuesta a cualquier éplica aguafiestas.

Ni siquiera el temblor que provocó el Rochazo a la madera del elegante mediapunta del Oviedo, todavía en plena definición de la tarde, arrugó las cejas del Reus, que desprendió una personalidad maravillosa. Gestionó con rigor el arreón del Oviedo, entusiasta por momentos, dormilón sospechoso para su gente. La amenaza se consumió en la derecha de Toché, que envió el misil justo por encima de Badia, lejos del susto.

El Reus simuló la gran obra en esos instantes de la inauguración. Dejó entrever presagios deslumbrantes. Combinaba con aseo, con la soltura de un minucioso bailarín de tango. Folch ha acostumbrado demasiado bien al tendido. Hace mucho que no se expresa con malos hábitos. En Oviedo se transformó en un excelso actor de reparto. El germen de la obra. El motor de cualquier compañía de teatro. Se le recuerdan cero errores en las entregas, demasiada pureza en sus gigantes pies.

Folch compartió disfrute con sus colegas de pandilla y se desató la locura del Reus. Curiosamente, suele pasar en este maldito juego, Melli fabricó la advertencia rojinegra más peligrosa con un desplazamiento directo, que cayó a la carrera de Querol, que segundos antes había despegado, con esa zancada poderosa, estética para los amantes del atletismo. El Cuco controló con categoría, cazó el tesoro al vuelo y miró a los ojos de José Carlos. Huyó de Pedro Picapiedra. Quiso ser Dalí en la concreción. Con el exterior culminó. Rozó la madera.El Reus había tejido por aquel entonces una relación idílica con el balón. Se defendía con él, apenas padecía sonrojos porque el Oviedo corría mucho, se desgastaba demasiado en la intendencia. En todo caso, los de Natxo necesitaban acudir a la voracidad para completar su concierto. Escogieron la intriga de Hitchcok. En el bocado final, Máyor presumió de peinado y Guzzo de empeine. Suspiro inolvidable. Interpretación de un rondo platónico.

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