Sí quieren (CF Reus 3- 0 Alcoyano)

El Reus se olvida de los problemas extradeportivos y da una exhibición de compromiso para superar al Alcoyano, en un partido en el que se muestra contundente en las dos áreas. Dinis Almeida, en plan mariscal, brilla con luz propia

19 mayo 2017 20:11 | Actualizado a 21 mayo 2017 21:33
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Dinis conquistó yardas como el guerrero más sutil de Imperials. Se desplegó con elegancia, con la zancada de un fondista africano. En la conducción necesitó sortear piernas, alguna maligna amenazó su estabilidad. La fascinante aventura del portugués se originó en el área de Edgar Badia. Acabó en el otro lado. Dinis se desató confiado y armó la pierna derecha. A poco de la frontal ejecutó repleto de fe. Ese balón le guiñó el ojo. También le acompañó la fortuna. El azar provocó que el tesoro chocara en el cuerpo de Óscar López y despistara a Marc, el arquero del Alcoyano. Fue gol, un premio de valor incalculable para el Reus. Amenazaba el respiro y la partida de ajedrez no conocía dueño.

Dinis es de esos tipos que detesta el ruido. Habla poco, utiliza la discreción para viajar por el mundo en paz. Es tan educado que parece no haber roto un plato en 21 años. Cuando le tocó esperar no lanzó ni un reproche al aire. Se los guardó en algún rincón de su alma y trabajó como un fiel devoto por la causa. El central se agarró con fiereza a cualquier resquicio de protagonismo. Hasta el punto que sacarlo del once parece un atrevimiento desmesurado a mes de febrero.

El gol sólo decoró un partido de recursos exquisitos del portugués. Amaneció impreciso en las entregas. Se conectó cuando halló la seguridad. Anduvo especialmente riguroso en las coberturas. Defensivamente fue un imán para el balón. No se le conocieron despistes. No levantó una sola sospecha. Dinis se recogió hora y media después con el mismo rostro tímido con el que llegó al Estadi. Sólo su espíritu interior conoció y sintió la satisfacción del día de la graduación.

 

Equilibrio inicial

En realidad, Dinis incendió una oda táctica que se enredó en la puesta en escena. Ninguno de los dos protagonistas quería descubrirse en exceso. Reus y Alcoyano se alternaban el peso del juego, pero no mordían. El Reus acudió a su rascacielos ofensivo para protegerse en la salida desde la cueva. Cuando notaba exigencia, la presión del enemigo, la cabeza y la anatomía de Edgar Hernández servían como auxilio. El de Gavà se hartó de convertir ladrillos en flores, sobre todo para sus pequeños socios, Fran y David Haro. Su misión era andar listos a las caídas y dibujar diagonales al espacio para conquistar la espalda de los centrales visitantes.

En el extremo equilibrio se echaron de menos las amenazas ofensivas. Sólo una por bando. Edgar Badia se reencarnó en el legendario portero de balonmano David Barrufet para evitar una imprudencia accidental. El visitante Rubén disparó y la pelota tomó dirección venenosa. Edgar andaba tapado, pero su instinto intuitivo evitó el drama. La pierna derecha, en un acto reflejo maravilloso, impidió el desliz.

Poco después, Edgar Hernández peleó una disputa en el medio de la cancha y poderoso tomó el balón. Se intuía el vértigo para la transición. Fran y David Haro arrancaron como dos especialistas de los 100 metros lisos. David apuró bien la acción. Levantó la cabeza y esperó a que su socio se perfilara para el remate. Le sirvió para la culminación en plancha. Fran quiso ser Santillana. Casi le emula. Le sobró entusiasmo. Le faltaron centímetros.

La obra maestra de Dinis resultó tan definitiva que cambió el escenario. Se cayó misteriosamente el Alcoyano. Creció el Reus con jerarquía. Hasta el punto que tras el intervalo manejó todos los registros del juego. Sin el pincel preciosista de Dalí, pero con la eficacia de un siete ciencias.

La estabilidad de Folch y Garai en la sala de máquinas, donde se construye la esencia de cualquier equipo, resultó definitiva. Parece que lleven un millón de años de relación. Folch traslada el balón con sus gigantes pies a través del criterio. Aritz es un reparador de averías. Siempre anda con la caja de herramientas al servicio de sus compañeros.

El Reus agitó el partido en dos acciones deliciosas. Primero en la sociedad que formaron Edgar y Fran. El primero como pasador gourmet. El segundo como hambriento definidor. Fran había mostrado cierta debilidad para combinar, pero cerca del gol sonríe con frecuencia. Carbia culminó a los 64 minutos e instaló el confort.

Natxo miró al banco y se arropó en la rotación bajo la seguridad infinita que le ofrecían los elegidos. Colorado, Fernando y Samu asomaron por el Estadi con actitud juvenil. Álex Colorado es un delantero vestido de centrocampista. El gol es su idioma preferido. El flamenco, una pasión vital. En la agonía conectó con Haro y concretó con la derecha. Ese golpeo reivindicó el asombroso compromiso de un equipo que ya ha dado el «sí quiero».

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