Sobredosis de ternura (Valladolid 1 - Reus 0)

El Reus cae por la mínima en Valladolid, en un partido en el que evidencia su falta de contundencia en los metros finales. De Tomás castiga a los rojinegros con un gol de falta a pocos minutos del final

19 mayo 2017 16:50 | Actualizado a 19 mayo 2017 16:50
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El Reus precisa cocinar en el laboratorio sus éxitos. Resulta imprescindible en la naturaleza de este equipo el cuidado exhaustivo de los momentos. El Reus no puede desbocarse, debe resistirse a la locura, porque en su hoja de déficits resaltan sus pocas luces en esos metros donde el fútbol define suertes. En tres cuartos de cancha no es un equipo de excesos. Más bien lo contrario. Le falta más que le sobra. De ahí que sus planes huyan sin tapujos de los correcalles propios de San Fermín. Los registros demuestran que el Reus no compite a marcadores largos. Se ha convertido en un detallista empedernido. Curiosamente, en Valladolid, un detalle le penalizó. Perdió la virginidad en la defensa del balón parado.

Badia había sujetado el arco en la estrategia hasta que De Tomás, ese aspirante a crack de la Fábrica madridista que persigue recuperar sueños en Pucela, acabó con la resistencia. De Tomás emergió en la rotación. Probablemente acarició dos balones. El segundo, con la coronilla, significó sonrisas. Muchos agradecimientos para Míchel, que sirvió con el frac una falta lateral con el partido inmerso en un misterioso suspense que Hitchcock hubiera encumbrado. De Tomás celebró cuando al guión le restaban 10 minutos de consumo, más las sobras del extra time. Es decir, el Reus sólo podía gritar o suplicar épica.

Arranque brillante

Folch se tomó muy en serio su nuevo papel en el reparto. Natxo le disfrazó de llegador y su cerebro empezó a interpretar el rol en la siesta, en esos ratos previos de cosquilleos insoportables, con la mente imaginando escenarios idílicos, titulares de día siguiente. Folch rompió a jugar tan pronto que su madrugueo sorprendió hasta al vendedor de la taquilla. El capitán rozó la gloria en el córner inaugural, con el puro de los tribuneros todavía por encender. La sorpresa le permitió desnudar los entresijos más privados del área. Apareció como un volcán. Quiso acabar como los grandes puristas de la definición. Sin avisar. De primeras. Ese balón había decidido gol. Inesperadamente chocó con el rostro de Albístegui. El Reus mandó un serio aviso por correo. Quería coronar territorio fetiche- De tradición incuestionable. De nombre José Zorrilla.

Folch adelantó sus bailes de salón unos metros porque Natxo acudió a la fórmula de tres centrocampistas naturales. Ofreció chance a Albístegui y pareció que la idea tomaba cierto color.

La presentación rojinegra invitó a pensar en dibujos animados. Sobre todo porque el balón pareció decidir con qué escuadra iba. Con él, los de Natxo se sentían poderosos. Combinaban con cierto aseo y se protegían lejos de su orilla. Badia miraba, Garai y Folch se asociaban a menudo. Cuando el rival provocaba sospechas con su presión, el recurso en largo para Edgar solía funcionar. Un remate del atacante del Gavà murió en las manos de Becerra. Campins decidió mal poco después. Había conquistado el área y no vio que Hernández se había perfilado para empujarla. Campins se propuso acabar lo que él había creado. Disparó al cuarto segunda.

Curiosamente, el Reus perdió la brújula desde entonces. Este juego, a veces, no responde a todas las preguntas que se pierden en el aire. O en el gélido clima de Pucela. Ayudó seguramente, uno de esos movimientos computadora de Mata. El atacante del Valladolid fue el todo y la nada en un mismo cuerpo. Generó infinidad de posibilidades. No acabó ninguna. Su almohada le recordó, horas después, los actos reflejos de Badia. El primer milagro del arquero decoró de asombro el primer acto. Mata se plantó ante él. Edgar clavó con pegamento sus pies en el suelo. Escupió el balón a córner. El Reus achicó. Sintió la historia de Zorrilla en esos momentos de ahogo en la garganta. Resistió refugiado en la trinchera. Es verdad que sin amenazas cardíacas. Sólo el empuje del viejo Valladolid le encogió.

Natxo prefirió cambiarle el paso al partido a través del ingenio. En lugar de proteger al Reus lo estiró. Sacrificó a Albístegui y soltó a Miramón. Se recuperó el equipo, sobre todo porque Miramón no esperó. Se conectó sin pensar. Colaboró tanto que el Reus recuperó la pelota, entre otras cosas, Miramón ocupó espacios vacíos con inteligencia, aportó soluciones con frecuencia y el criterio le acompañó con puntualidad. Creció el Reus que, a su vez, llegó a desesperar. Se hartaban de tocar los chicos de Natxo, descubrían pasillos por fuera y por dentro, pero sus despliegues fallecían en ese paso de lo mortal a lo eterno. De los metros estériles a los que congelan sentidos. No se recuerda un remate limpio en todo el segundo tiempo. Se llama morir en la orilla, por ejemplo. Sólo Edgar Hernández apuntó a la diana en un libre directo desde la frontal. Lamió la madera. Nada más.

En cambio, De Tomás desplegó la malicia que nadie enseñó con un remate repleto se sencillez que envió al congelador la ternura del Reus.

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