Un confinamiento al límite

Òscar Cadiach quedó atrapado tres días a 7.300 metros, solo y sin poder salir de una pequeña tienda a causa de un temporal en una expedición al Kangchenjunga en 2009: «Sentía que estaba en un nicho»

24 abril 2020 20:30 | Actualizado a 13 mayo 2020 19:34
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En circunstancias normales Òscar Cadiach posiblemente estaría ahora mismo ultimando los preparativos de su expedición al Gyachung Kang, la decimoquinta cumbre más elevada de la Tierra con sus 7.952 metros que se ha planteado como próximo objetivo. La pandemia de coronavirus, sin embargo, le ha apartado del Himalaya, de las cimas y de todo lo relacionado con ellas (ni tan siquiera puede levantar la persiana de la tienda de deportes de montaña que regenta en la calle August de Tarragona). El alpinista está confinado en su domicilio, donde eso sí se distrae con distintos trabajos verticales durante estas seis semanas.

«Las montañas siguen allí y podremos volver cuando pase todo esto», tiene claro Cadiach. Haga lo que haga, siempre visualiza futuros proyectos. Pero también recuerda antiguos retos. Y estos días de confinamiento obligado le viene a la memoria la expedición en la que más al límite estuvo y peor lo pasó de su larga trayectoria, en la que destaca su doble conquista del Everest, la apertura de rutas inéditas y la consecución en 2017 de los 14 ochomiles (fue el primer alpinista catalán en conseguirlos sin oxígeno adicional).

Homenaje a Íñigo De Pineda

Aquella situación de auténtica supervivencia se remonta a 2009, en el Kangchenjunga. Una montaña a la que Cadiach decidió volver en homenaje a Íñigo De Pineda, uno de sus mejores amigos y quien dos años antes perdió la vida en las laderas de este coloso de 8.586 metros -la tercera del planeta- después de un accidente cuando ambos descendían de la ruta hacia la cumbre.

En su regreso Cadiach formó parte de una cordada internacional en la que se encontraban, entre otros, Alberto Zerain, Juanjo Garra, Oriol Ribas, Koke Lasa, Fran Luis Miguel, la polaca Kinga Baranowska, Patxi Goñi y Julen Reketa.

El grupo coincidió en el campo base con la expedición de ‘Al Filo de lo Imposible’ que integraban, entre otros, Juanito Oiarzabal y Edurne Pasaban. La vasca peleaba por ser la primera mujer en completar los catorce grandes junto a otras alpinistas que también afrontaban el Kangchenjunga esa misma primavera, las surcoreanas Miss Oh y Miss Go.

Cadiach fue de los últimos en llegar al campo base, situado a 5.300 metros, después de un trekking con clientes. Y decidió subir hacia los campos superiores junto a Julen Reketa cuando el grueso de los expedicionarios congregados ya habían protagonizado sus ataques aprovechando una ventana de buen tiempo que se habían abierto.

El tarraconense tuvo que ascender finalmente solo después de que Julen decidiera volver hacia el base a causa de algunos problemas físicos cuando se dirigían hacia el 1. «Yo me encontraba bien y fui subiendo progresivamente. Hasta que el tercer día, entorno a los 7.500 metros, camino del campo IV, el tiempo empezó a cambiar de manera muy rápida. La visibilidad era inferior a un metro. Así que me di la vuelta y regresé al III (situado a 7.200)», recuerda Òscar.

Allí, en una pequeña tienda hexagonal, de 1,90 m de largo y 1,30 de ancho, Cadiach se refugió del peor temporal que recuerda. Vientos huracanados procedentes del golfo de Bengala, donde hubo enormes destrozos, no le dejaron otra que esperar en el interior. «Bajar hubiese significado una temeridad».

El experimentado alpinista tenía provisiones para tres días, las que había previsto para avanzar hacia la cumbre en las jornadas siguientes. Pero no hubo ataque. Aquellas condiciones tan extremas le impedían salir. Y la nieve se acumulaba y se transformaba progresivamente alrededor de la tienda con el paso de las horas, hasta convertirla en una especie de iglú. «Iba retirándola como podía para mantener libre la salida. Pero hubo un momento que la cremallera exterior dejó de funcionar y una parte de la tienda quedó abierta, así que la nieve también empezó a entrar con el paso de las horas en el primer habitáculo», explica. «Corría el riesgo de quedarme encerrado. Sabía que a algún alpinista le había pasado».

"Me desperté varias veces ahogándome. Me faltaba oxígeno ahí adentro", revela

Sin poder comunicarse en aquella tienda pasó tres días y dos noches, en las que tuvo que resistir a la sensación claustrofóbica y «la falta de oxígeno. Me desperté varias veces ahogándome ahí adentro», narra. «Era como si estuviera en un nicho», sentencia. Revela incluso que un pequeño cazo que tenía fue fundamental. «Me sirvió para retirar nieve, para recogerla, fundirla y transformarla en líquido con el hornillo, cocinar... y hacer las necesidades».

«Calma y serenidad», se repetía a sí mismo Òscar. Hasta que pudo salir y empezar a descender una vez la meteorología ofreció una tregua. «Tampoco sabía cómo respondería mi cuerpo porque llevaba tres días sin actividad, únicamente estirado y sentado. Pero por suerte llegué hasta abajo sin problemas», para superar aquel durísimo confinamiento.

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