Un juguete para Toché (Oviedo 3-0 CF Reus)

El Reus sale excesivamente goleado de Oviedo, víctima de la tremenda efectividad del delantero local, que anotó dos de los tres goles ovetenses. Máyor, con dos mano a mano en el primer tiempo, pudo meter a los rojinegros en el partido, pero no acertó

03 septiembre 2017 19:17 | Actualizado a 08 noviembre 2017 13:28
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Toché necesitó tres remates para terminar con el partido, dos de ellos besaron la red. Dos definiciones cirujanas de un delantero con miles de cicatrices geográficas en su rostro. Ha llorado derrotas y clamado conquistas. Conoce cada rincón de este mundillo y sabe que en su oficio sin el gol andas condenado. El poderoso atacante del Oviedo acabó con un Reus más plástico que contundente. Excesivamente contemplativo. Toché se inventó una primera obra de arte para los niños cuando el juego se mantenía inestable. De Oliver y Benji. Interpretó una pelota que caía mordida desde el anfiteatro en el corazón del primer tiempo. Se perfiló para armar una tijera maravillosa. Nadie le interpuso resistencia, dentro del área. Cuando el Reus había enseñado intenciones atractivas, emergió Toché, ese viejo rockero que se resiste a morir. Muy de Mick Jagger, la eterna voz de los Rolling.

El carismático artillero carbayón celebró de nuevo al regreso de vestuarios. Marcó un movimiento al primer poste y allí recibió de Johanesson, que le había comido la espalda a Menéndez. Con un toque, de primeras, incendió de nuevo al Tartiere, que enloquecía con la eficacia demoledora de su ídolo. El Oviedo no avasalló al Reus por fútbol. Simplemente ejerció de asesino silencioso. De tres cuartos de cancha en adelante dispone de materia primera diferencial. Saúl es otro miura vestido de cordero.

A todo esto, el Reus había asomado la cabeza con cierta jerarquía. No se le encogió el alma en un escenario de papel cuché y gargantas altisonantes. El Tartiere impone, genera vértigo. Por lo menos, a los chicos pareció no importarles demasiado su inmensidad. Haro y Borja se encontraron en el soplo inicial. Combinaron en tres cuartos de cancha, con el pequeño diablo escorado en la derecha. Borja no se traicionó. Fue fiel y noble a sus condiciones. Llegó como un volcán. El área no le empequeñece, le genera atracción. Se instaló el fondo y recibió de su socio. La decisión del gallego consultó al librillo de EGB. Como aconseja el director de la academia, pase atrás. Le llaman el de la muerte. Máyor andaba preparado para convertir. Remató con limpieza, pero en el camino al gol se cruzó el cuerpo de Hernández, que escupió la pelota y evitó la gloria del Reus. El guión que Garai había soñado en el esbozo previo. El perdón rojinegro fue penalizado con instinto caníbal por el Oviedo. En el otro bando, Toché no conoce la ternura.

El juego se encontraba en punto muerto. Al Reus se le intuía mayor destreza para manejar la posesión, aunque las transiciones locales provocaban tembleque. En una de ellas, Saúl ofreció un servicio majestuoso al espacio, a la carrera de Toché, que halló una grieta entre Olmo e Íñiguez. Badia le aguantó con imán en los pies. Sujetó al Reus. La generosidad de Toché terminó allí. Todo lo que exhibió después estuvo relacionado con el desequilibrio. Primero, con una chilena que Hugo Sánchez, el depredador mexicano del Madrid de la Quinta, hubiera soñado. Tras el 1-0, Oviedo se iluminó, aunque Máyor pudo silenciarlo.

Ocurrió en uno de esos balones frontales de apariencia estéril. Carlos Hernández y y Verdés, los guardianes del Tartiere, no midieron los tiempos. Máyor utilizó la inteligencia y huyó del cuerpeo físico. Se hizo invisible y escapó. Chocaron los centrales y la pelota cayó a los pies del rojinegro. Prefirió la violencia a la sutileza. La culminación le salió al muñeco. Éste con nombres y apellidos. Juan Carlos, el arquero del Oviedo. Ese capítulo contó con tintes decisivos, porque significaba alimento para renacer. El Reus no se terminó de creer que podía pescar a partir de entonces.

Ni el intermedio modificó el paisaje. Es más. Badia ejerció el milagro de cada domingo con una parada deliciosa a Johanensson. En un mano a mano justo antes del 45. A Toché ni le hizo pestañear. Como si conociera que el desenlace de la historia iba a hallarse en sus botas. El 2-0 congeló el partido. El Reus remaba sin fe ni aliento. El Oviedo se mantenía feliz en el refugio. Cada contra significaba un aviso de sentencia. Folch fue un centrocampista más útil que estético, siempre bien puesto, aseado, sin urgencias tácticas. El 3-0 en la agonía de Rocha, de falta directa, fue anécdota. El guión lo había escrito Toché.

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