Un lujo de punto (Olímpic 1 - 1 CF Reus)

Un gol de Moyano rescata un empate para el Reus en La Murta de Xàtiva, que le sirve para regresar a la zona de play-off

19 mayo 2017 23:24 | Actualizado a 22 mayo 2017 21:28
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Xàtiva dejó al Reus metido en las alturas. Sin ni siquiera una victoria. Moyano regaló el play off con un gol de especialista del área. Él lo es, pero de la suya propia. Le distingue su solvencia defensiva. No su destreza en los últimos metros. La tuvo en La Murta, la incómoda casa del Olímpic. Tras una falta que ejecutó Vítor. Moyano, muy inteligente, sacó ventaja entre la confusión y envió la pelota al ángulo. Sonrió el Reus que vivía en el alambre. Con el tiempo mordiéndole la oreja. Mereció el botín porque quiso más que el rival, empeñado en hacerle la vida imposible con una idea poco preciosista pero efectiva. El empate puede parecer poca cosa. No lo es. Significa mucho.

El punto de partida resultó hermoso. La personalidad del Reus para empezar a tocar asombró. Se asociaron en tres cuartos de cancha sus mejores compositores. Colorado, Vítor y Óscar Rico cogieron la pelota y disfrutaron. Con espacios. Creció una barbaridad el equipo. Colorado, en una caída a banda izquierda, profundizó y envió la pelota al corazón del área. No apareció nadie por allí. Esa pelota llevaba aroma de peligro. Acto seguido, en el otro lado, Rico se pegó el balón a su izquierda como si su pie fuera un imán. Nadie pudo quitársela. Cuando halló posición de disparo no se atrevió.

En todo caso, el Reus era protagonista. Se sentía feliz en ese escenario. Su enemigo necesitó refugiarse en ese sistema defensivo militar que le permite muchas licencias. Eso sí, en los primeros 25 minutos, no vio la pelota. Sufrió el Olímpic, que corrió demasiado detrás de ella. Al Reus le faltó violencia ofensiva. Se quedó en la orilla. Tocaba y tocaba, pero no acababa nada. Y eso, en fútbol, puede penalizarte. Le castigó el rival, que poco a poco creció con sus artimañas. Utilizó la ‘guerra de guerrillas’. Paró el partido con faltitas silenciosas y el ritmo decayó. Malísima noticia para el Reus, que se intoxicó de esa inercia. Su posesión se convirtió en estéril.

Una pérdida en la salida del balón de Dinis habilitó a Diego Jiménez. Utilizó la rosca para intentar sorprender a Edgar Badia. Ejecutó y la pelota salió lamiendo la madera. Fue el preludio del gol. En una falta del mismo Dinis en la frontal. La culminó de forma maravillosa Toni Vela. Con el respiro a un paso. Los futbolistas del Reus protestaron enérgicamente que el colegiado había mandado falta indirecta. Vela disparó sin paso previo. Ya no había vuelta atrás.

El castigo era cruel pero había que afrontarlo. Se presentaba una prueba de madurez crucial para el Reus. Hubo respuesta.

 

Fe para el empate

El paso del tiempo no consumió al equipo, que apostó por la paciencia para mantenerse con vida. La reacción llegó mezclando más el fútbol. El juego directo emergió. Con el Xàtiva con 10 jugadores por detrás del balón. Cuando faltó precisión apareció el empuje reusense. Conocían los chicos de Natxo las trampas que el rival les iba a plantear. Los valencianos plantaron un campo de minas. Su única esperanza ofensiva se llamaba contragolpe. Y con escasos efectivos.

Vítor probó suerte desde fuera del área justo antes de la gloria. No la halló. Su disparo salió a pocos metros del gol. La igualada tuvo origen en el mismo portugués, más participativo que nunca. Sirvió una falta que chocó en la barrera. Al rechace fue Moyano. Se disfrazó de delantero el defensa más defensa del mundo. Rescató aquella pelota con el alma. Se le quedó un poco larga, pero no dudó. Se lanzó a por ella y su remate alcanzó la precisión de un reloj suizo. Se coló en la escuadra de Rangel, el arquero local. Restaban poco más de 25 minutos para completar la obra. Había tiempo. El Reus se armó de autoestima.

Y lo mereció porque propuso siempre más que su rival. Al Xàtiva, por momentos, dio la sensación que el 1-1 le servía. Perdía tiempo. Intentaba enredar el juego con su ‘otro fútbol’. Su idea es igual de lícita. Menos estética, pero lícita al fin y al cabo. Eso sí, jamás pudo contener el entusiasmo visitante. Un centro repleto de caviar de Marín cayó en la cabeza de Edgar Hernández. Con la cita a un paso de morir. Edgar se impulsó poderoso y estrelló la pelota en el larguero. Él quería un poco más abajo. La suerte le dio la espalda. Acto seguido, Ramon Folch lo intentó de nuevo. La pólvora se había agotado. No el lujo. El empate es premio gordo. Sirve para regresar al privilegio. Con sensaciones dulces.

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