Reus hockey: Alejandro Domínguez. 'El hombre del vértigo'

La pasión por el contragolpe ha marcado el trayecto de Alejandro Domínguez en el Reus durante seis temporadas. Su ideario ofensivo ha generado dudas, pero a la vez ha recibido la admiración de sus 'colegas'

19 mayo 2017 23:44 | Actualizado a 22 mayo 2017 11:27
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La vida como estratega de Alejandro Domínguez (Buenos Aires, 1971) quedó marcada por un nombre propio. Carlos Figueroa vio con buenos ojos que el hispano argentino se convirtiera en su mano derecha en verano de 2008. Figueroa aterrizó en el Reus con un prestigio asombroso, tras una década de gloria en el Barcelona. Aquella experiencia iluminó a Domínguez. «No he visto a nadie analizar el juego como él», suele decir el actual míster rojinegro. Fue aprendiz aventajado. 
Ese año de máster acelerado terminó con una Copa de Europa para el Reus en la ciudad italiana de Bassano, en mayo de 2009, en aquella final ante el Vic. El equipo era lujoso. Lucían como estrellas Pedro Gil, Marc Gual y el arquero Guillem Trabal. Eran referentes Jordi Garcia, Toni Sánchez, Xavi Caldú, Jordi Molet, Matías Platero y Negro Páez.
El buen gusto de Figueroa, su idea ofensiva del juego, enamoró a Domínguez. Para muchos, incluido el técnico rojinegro, ‘Figue’ marcó un antes y un después en el hockey. Aportó ideas revolucionarias en ataque. Buscó soluciones diferentes. Alejandro se apropió de algunas de ellas para iniciar su aventura en solitario, aunque quiso instalar su etiqueta. No quedarse en una simple copia barata. 
La vida de Figueroa en el Reus resultó fugaz. Duró un curso. Tras el éxito europeo decidió dejar la entidad. Al club se le abría un nuevo escenario. Los problemas económicos empezaban a descubrirse. Joan Sabater, por aquel entonces presidente, apostó por Domínguez, al que siempre le vio como un tipo de la casa. 
La primera experiencia en la dirección no resultó sencilla. Alejandro dirigió una nave repleta de ‘tripulantes’ expertos en mil batallas. Llegaron los hermanos Bertolucci y se mantuvieron Garcia, Caldú, Negro Páez, Molet y Trabal. Completaron en plantel Casanovas y Francesc Gil. El entrenador se curtió a base de golpes. Empezó a descubrir su ideario por el buen gusto, pero se quedó a medio camino. A pesar de todo, cumplió objetivos. En 2010 levantó la Copa Intercontinental y la vieja Supercopa de Europa. Dos premios que necesitaba el club. Los números le empezaban a dar la razón.
La obra maestra
Curiosamente, el modelo ‘Domínguez’ alcanzó la perfección en el horizonte menos esperado. Nadie invitó al baile de los títulos al Reus en la 2010-11. El club adelgazó gastos económicos y redujo la plantilla. Sólo el regreso de Marc Gual encumbró el proyecto. No se trataba de un jugador cualquiera. Para muchos, el mejor del momento. Marín era la esperanza. También volvía a casa, pero necesitó responder a los interrogantes. Vaya si lo hizo.  Aquel Reus lo completaban Casanovas, Molet, Caldú y Negro Páez. Trabal mantenía jerarquía bajo el arco.
Domínguez logró convencer a sus chicos de que los límites no existen. Y más con la lesión grave de Negro Páez en Voltregà, en el kilómetro inicial del curso. La escasez de fondo de armario obligaba a un esfuerzo extra. Ni así renunció a su filosofía el técnico. Sus jugadores le creyeron.El ideario se convirtió en obra maestra.
Impresionó aquel Reus. No sólo por los resultados. También por la manera de conseguirlos. En el juego jamás hubo espacio para el conformismo. Nadie corrió el contragolpe como el Reus. Nadie sedujo tanto. La transición ofensiva era la llave. Ni siquiera esa locura por el ataque impidió cerrar el trayecto como menos goleado del campeonato doméstico. Nadie defendió mejor que el Reus.
Después de 32 años de espera, los de Domínguez levantaron la OK Liga un mes de junio de 2011. Con el Palau d’Esports a sus pies. Además jugaron la final de Copa y la final de la Champions.
Desde entonces, el tránsito del entrenador se movió bajo la irregularidad. Manejó plantillas largas y quiso mantener su modelo por encima del resultado. Aparecieron las dudas. Llegaron al club talentos superlativos como Adroher, pero se esfumaron los títulos. 
La nueva directiva de Balsells  (2011)y su apuesta por la cantera traía riesgos, pero no se asustó. Con Xavi Rubio, Salvat y Marc Ollé en el escaparate, al entrenador no le tembló el pulso. Les puso a jugar y con ellos arropando a Adroher, Trabal, Casanovas y Marín se jugó una final de Copa ante El Vendrell en 2013. El sueño no se completó.En los dos últimos trayectos su afán por progresar le llevaron a querer subir la defensa a 20 metros. El vértigo extremo. Sus ideales rozaron la utopía con Jepi, Molina y Costa en el equipo. Este verano cerrará un viaje de idas y venidas. Por algo es el hombre del vértigo.
La vida como estratega de Alejandro Domínguez (Buenos Aires, 1971) quedó marcada por un nombre propio. Carlos Figueroa vio con buenos ojos que el hispano argentino se convirtiera en su mano derecha en verano de 2008. Figueroa aterrizó en el Reus con un prestigio asombroso, tras una década de gloria en el Barcelona. Aquella experiencia iluminó a Domínguez. «No he visto a nadie analizar el juego como él», suele decir el actual míster rojinegro. Fue aprendiz aventajado. 

Ese año de máster acelerado terminó con una Copa de Europa para el Reus en la ciudad italiana de Bassano, en mayo de 2009, en aquella final ante el Vic. El equipo era lujoso. Lucían como estrellas Pedro Gil, Marc Gual y el arquero Guillem Trabal. Eran referentes Jordi Garcia, Toni Sánchez, Xavi Caldú, Jordi Molet, Matías Platero y Negro Páez.

El buen gusto de Figueroa, su idea ofensiva del juego, enamoró a Domínguez. Para muchos, incluido el técnico rojinegro, ‘Figue’ marcó un antes y un después en el hockey. Aportó ideas revolucionarias en ataque. Buscó soluciones diferentes. Alejandro se apropió de algunas de ellas para iniciar su aventura en solitario, aunque quiso instalar su etiqueta. No quedarse en una simple copia barata. 

La vida de Figueroa en el Reus resultó fugaz. Duró 10 meses. Tras el éxito europeo decidió dejar la entidad. Al club se le abría un nuevo escenario. Los problemas económicos empezaban a descubrirse. Joan Sabater, por aquel entonces presidente, apostó por Domínguez, al que siempre le vio como un tipo de la casa. 

La primera experiencia en la dirección no resultó sencilla. Alejandro dirigió una nave repleta de ‘tripulantes’ expertos en mil batallas. Llegaron los hermanos Bertolucci y se mantuvieron Garcia, Caldú, Negro Páez, Molet y Trabal. Completaron en plantel Casanovas y Francesc Gil. El entrenador se curtió a base de golpes. Empezó a descubrir su ideario por el buen gusto, pero se quedó a medio camino. A pesar de todo, cumplió objetivos. En 2010 levantó la Copa Intercontinental y la vieja Supercopa de Europa. Dos premios que necesitaba el club. Los números le empezaban a dar la razón.

La obra maestra

Curiosamente, el modelo ‘Domínguez’ alcanzó la perfección en el horizonte menos esperado. Nadie invitó al baile de los títulos al Reus en la 2010-11. El club adelgazó gastos económicos y redujo la plantilla. Sólo el regreso de Marc Gual encumbró el proyecto. No se trataba de un jugador cualquiera. Para muchos, el mejor del momento. Marín era la esperanza. También volvía a casa, pero necesitó responder a los interrogantes. Vaya si lo hizo.  Aquel Reus lo completaban Casanovas, Molet, Caldú y Negro Páez. Trabal mantenía jerarquía bajo el arco.

Domínguez logró convencer a sus chicos de que los límites no existen. Y más con la lesión grave de Negro Páez en Voltregà, en el kilómetro inicial del curso. La escasez de fondo de armario obligaba a un esfuerzo extra. Ni así renunció a su filosofía el técnico. Sus jugadores le creyeron.El ideario se convirtió en obra maestra.

Impresionó aquel Reus. No sólo por los resultados. También por la manera de conseguirlos. En el juego jamás hubo espacio para el conformismo. Nadie corrió el contragolpe como el Reus. Nadie sedujo tanto. La transición ofensiva era la llave. Ni siquiera esa locura por el ataque impidió cerrar el trayecto como menos goleado del campeonato doméstico. Nadie defendió mejor que el Reus.

Después de 32 años de espera, los de Domínguez levantaron la OK Liga un mes de junio de 2011. Con el Palau d’Esports a sus pies. Además jugaron la final de Copa y la final de la Champions.

Desde entonces, el tránsito del entrenador se movió bajo la irregularidad. Manejó plantillas largas y quiso mantener su modelo por encima del resultado. Aparecieron las dudas. Llegaron al club talentos superlativos como Adroher, pero se esfumaron los títulos. 

La nueva directiva de Balsells  (2011) y su apuesta por la cantera traía riesgos, pero no se asustó. Con Xavi Rubio, Salvat y Marc Ollé en el escaparate, al entrenador no le tembló el pulso. Les puso a jugar y con ellos arropando a Adroher, Trabal, Casanovas y Marín se jugó una final de Copa ante El Vendrell en 2013. El sueño no se completó.En los dos últimos trayectos su afán por progresar le llevaron a querer subir la defensa a 20 metros. El vértigo extremo. Sus ideales rozaron la utopía con Jepi, Molina y Costa en el equipo. Este verano cerrará un viaje de idas y venidas. Por algo es el hombre del vértigo.

 

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