Felip Pedrell, prescriptor del folclore ebrense

El compositor y musicólogo Felip Pedrell nació en Tortosa y recibió su breve formación musical como cantor en la catedral

15 agosto 2020 09:30 | Actualizado a 17 agosto 2020 15:00
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En el seno del centro histórico de Tortosa nació, un 19 de febrero de 1841, un niño llamado Felip Pedrell Sabaté. Las calles del barrio del Rastre lo acogieron como al resto de infantes de su época, a pesar que él tenia una afición que lo diferenciaba entre el resto: le apasionaba cantar.

Era mediados del siglo XIX y, siendo aún muy pequeño, Pedrell ingresó como cantor en la escolanía de la catedral de Tortosa. Allí fue dónde recibió su primera y única formación musical como triple segundo, siempre bajo la dirección del capellán Joan Nin y Serra, al que Pedrell llamaba su «único maestro». En la catedral estableció contacto con la antigua polifonía española e italiana del siglo XVI, una austeridad y estructura singular que influyeron de forma importante en toda su carrera. Bajo la tutela eclesiástica, Pedrell estudió Solfeo, Piano, Armonía, Contrapunto, Instrumentación y Composición durante unos siete años, hasta que cambió la voz y se vio obligado a volver con sus padres, Maria Sabaté Colomé y Felip Pedrell Casado, que vivían en la calle del Replà número 16.

Al salir del grupo de canto Pedrell siguió con su pasión y el año 1856, con solo 15 años, compuso su primera obra, un «Stabat Mater» a tres voces, estrenado con motivo de la procesión del Viernes Santo de aquél mismo año. No es de extrañar que las primeras composiciones religiosas de Pedrell fueran todas de este estilo, con abundante acompañamiento orquestal, pues él se refería a ellas con la frase de «gran orquesta» y muchas de ellas incluían un arpa o más de una. A su vez, en su regreso a su casa natal también empezó a estudiar, de forma autodidacta, violín y trombón, instrumentos que a su vez interpretaba en la banda de Tortosa.

La primera etapa de Pedrell como compositor fue entre 1856 y 1873, coincidiendo plenamente con sus años en Tortosa, pues la obra del compositor muestra dos tendencias bien diferenciadas: por un lado nos encontramos con la eclesiástica, dada su relación con el maestro Nin y su formación en la capilla de Tortosa; y por otro la operística, influido por los valores italianizados que impactaron en Tortosa a través de las presentaciones en el Teatre Liceo y, más adelante, en el Casino Tortosino. El mismo Felip Pedrell participaba por aquél entonces en estos eventos, pues junto con uno de sus amigos, José Gotós, interpretaban en piano y armonio obras de autores románticos como Chopin, Bellini o Donizetti. A su vez, los jóvenes también se lanzaban a componer sus propias operas en un salón que daba a la calle de la Rosa.

Pasión por la ópera

Felip Pedrell viajó por primera vez a Barcelona el año 1859, cuando tenía 18 años, para asistir a las representaciones de las óperas «Lucia di Lammermoor» e «I Puritani» en el Teatro del Liceo y en el Teatro Principal. Lo que escuchó allí le causó tal impresión que en volver a su ciudad natal transcribió algunas de las obras que había escuchado para la banda de música de Tortosa. Además, interesado en aquél momento por ese estilo, dedicó los años siguientes en Tortosa a la composición de breves piezas de salón para piano, música litúrgica y fantasías de ópera.

En septiembre de 1867 Felip Pedrell se casó con Carme Domingo Estrany, quien murió un año después, a las pocas semanas de nacer su hija Carme. Por eso la música fue siempre un refugio para Pedrell, y en 1869 finalizó su primera opera llamada «El último Abencerraje», en la que utilizó por primera vez, y como elemento principal, expresiones de canto popular de les Terres de l’Ebre.

Folclore y canciones de cuna

En 1873 Pedrell se muda a Barcelona, donde consiguió trabajo en calidad de segundo director de una compañía de opereta, actividad que compaginó con la investigación musicológica y pedagógica. En la capital catalana estrenó su primera ópera en el Liceu, con un gran éxito de público. Fue tanto el revuelo que en Tortosa se le organizó un gran homenaje, con un banquete en su honor en el Casino de Tortosa.

En Barcelona, Pedrell estaba inmerso en un nuevo estilo de canción, así que en una visita de tres días a Tortosa compuso la colección de lieds «Orientales», dónde incorporó elementos caracteristicos provenientes de los cantos populares que el mismo, en su faceta de musicólogo, había recopilado en les Terres de l’Ebre. Las canciones de los vigilantes nocturnos y postulantes callejeros, además de los estribillos de los agricultores que escuchó los veranos entre el 1861 y el 1865 en los municipios de Sant Mateu, la Jana, les Cases d’Alcanar y Vinaròs, entre otros, le sirvieron para mezclar poesía y folclore, que representó en los 12 lieds de «Les Consolations».

El afán de Pedrell por las canciones populares se remonta en sus años como estudiante y niño cantor en la catedral de Tortosa, pues fue su maestro Joan Nin quien le aconsejó que se inspirará en las canciones que le cantaba su madre al ver que Pedrell no mostraba interés por las melodías militares.

En un viaje de estudios a París, el de Tortosa escribió «Lo cant de la muntanya», dónde su último movimiento llamado «Festa» estaba inspirado en la comarca que le vio nacer. Esta fue su obra sinfónica de temática y raíz ebrense más destacada de su carrera. Con el paso de los años, el amor por la tradición perduró en la obra de Pedrell, pues en otras etapas de su vida siguió inspirándose en canciones de cuna que su madre le cantaba de pequeño.

Era tal el éxito de Pedrell que en 1892 ganó el premio de la Societat Catalana de Concerts con su obra «Lo cant de la muntanya», momento en que también empezó a ser criticado por posiciones políticas e ideológicas opuestas que decían que los cantos del sur de Catalunya no representaban el folclore catalán. Todo esto no hizo que el compositor se alejara de su tierra, una identidad que fue recompensada con el amor del pueblo hacia su figura y numerosas páginas en la prensa local de la época.

Musicólogo

Como musicólogo, Felip Pedrell fue el fundador de los estudios en Catalunya y en buena parte de la Península. Los últimos años de su vida los dedicó a terminar su obra más emblemática, un resumen de su actividad profesional con los cuatro volúmenes del «Cancionero musical popular español». Entre canciones de todo el Estado, Pedrell incluyó muchas de las recopiladas por el mismo en les Terres de l’Ebre, un legado que dejaría marca en la recopilación del folklore y tradición ebrense. Entre estas canciones, encontramos la canción de cuna «Non,non,noneta…»; o «La Mare de Déu quan era xiqueta»; así como el canto del sereno en Tortosa y Sant Mateu, en Castelló.

El año 1908, en los Jocs Florals de Tortosa, se constituyó el premio Felip Pedrell a la mejor recopilación de canciones populares de la región. Un reconocimiento que ganó Joan Moreira, quién se encargaría de continuar la obra de folclore musical ebrense el primer tercio del siglo XX.

Además, tal era el aprecio que se le tenía en Tortosa que, a petición de un diputado provincial, escribió la música del himno de la ciudad, «L’Himne Tortosí», con letra del historiador Federico Pastor i Lluís. También en la misma época, se implicó junto a Joan Moreira en el proyecto de la segunda etapa de l’Orfeó Tortosí, siendo presidente honorífico. La relación entre Pedrell y Moreira se reafirmó con este proyecto, siendo el propio Moreira quien se encargaría del homenaje que la ciudad le dedicó en 1911, gesto que hizo que Pedrell se convirtiera además en el mentor de Moreira.

Como legado, Felip Pedrell dejó su huella por allí dónde anduvo, ya fuese en Tortosa, Barcelona, Madrid, París o Roma, Pedrell bebía de los artistas de antaño pero también de grandes músicos a los que admiraba y seguía como Richard Wagner. Era tanta la admiración de Pedrell por el alemán que fue el primero en traer su obra a Catalunya, creando un movimiento wagneriano y, con su personalidad, renovando el lenguaje musical.

Como legado, Felip Pedrell dejó discípulos como Isaac Albéniz, Enrique Granados, Manuel de Falla, Joaquín Turina, Pedro Blanco o Jose María Peris Polo, quienes tomaron como punto de partida canciones populares a partir de ritmos, temas y escalas propios de la tradición española, constituyendo, así, lo que se conoce como «nacionalismo musical español».

Por lo que a su ciudad natal se refiere, dónde vale la pena recordar que vivió 40 años, Tortosa, a pesar que no conserva la casa dónde nació el artista, acoge en nuestros días un festival con más de treinta ediciones realizadas, un auditorio y una de las avenidas principales a su nombre, los dos últimos a pocos metros del paso del río Ebre por la ciudad.

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