Hasta 36 horas y tres aviones para llegar casa

Regreso desde la India. La periodista Núria Messeguer explica su odisea para volver a la Sénia

07 abril 2020 18:30 | Actualizado a 09 abril 2020 12:58
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Llevábamos ocho días de confinamiento en Nueva Delhi y nuestro día se basaba en las dos comidas calientes que tomábamos al día. Cerca del hotel había un bar que abría a media reja y se había convertido en nuestro particular comedor. Había una rata en la cocina, y el cocinero jugaba con ella mientras preparaba los platos

Y cuando ya nos estábamos acostumbrando a nuestra particular cuarentena, recibimos una llamada que lo cambiaría todo: «hay tres plazas en el avión de repatriación finlandés, en tres días sale». Aquello representaba el final de nuestra semana de peripecias en Delhi; el gobierno finlandés venía a nuestro rescate. Los aviones de repatriación no son gratis, sino que cada persona paga su trayecto y son más caros que los aviones comerciales. Aunque una en esa situació ya empieza a relativizar los precios.

Llegamos al aeropuerto con grúa, nos recogieron unos trabajadores cuando vieron que íbamos andando tan cargadas. Las otras embajadas te garantizaban un coche para el traslado del hotel al aeropuerto, pero la española no, te dejaba improvisar. En el aeropuerto solo entraban quienes estaban en una lista y pasamos cuatro controles. No podías circular por donde querías sino que tenías como una especie de pasillo con vallas que te indicaba el camino.

El avión iba completo y en total éramos nueve españoles a bordo. Ocho horas después llegamos a Helsinki. El personal del aeropuerto nos avisó que no podíamos salir del recinto, así que tendríamos que pasar la tarde y la noche allí, ya que el vuelo a París salía a la mañana siguiente. Llegó la noche y la hospitalidad finlandesa me volvió a sorprender: el personal del aeropuerto nos repartió mantas y agua para pasar la noche. «Eso en España no lo hubiéramos tenido», comentó una señora. Pero la mañana siguiente los únicos que se llevaron esas mantas fueron los españoles.

A primera hora cogimos nuestro segundo avión, también patrocinado por el gobierno finlandés, solo éramos cinco personas y cuatro de ellas españolas. Llegamos a París y allí nos encontramos con más españoles que venían de India pero que habían volado un día antes con el avión de repatriación francés. Dormí todo el avión de vuelta de París a Barcelona, y cuando desperté estaba algo desorientada, miré por la ventana y vi un mar. Era sinónimo de estar cerca de casa: era el Mediterráneo.

Llegué al Prat media hora antes de lo previsto. Un Guardia Civil antes de abandonar el aeropuerto me paró y me preguntó cuál era el objetivo del viaje: «llegar a mi casa», contesté. Abandoné el aeropuerto y me dispuse a coger el mítico autobús de la Hife hasta llegar a Amposta. Allí me esperaba mi padre armado con su mascarilla. No nos dimos ningún abrazo. Me senté en el asiento de detrás y mirando el paisaje pensé que probablemente esta había sido la vuelta a casa, a la Sénia, más extraña de toda mi vida.

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