Los pueblos pequeños resisten

Sin cajero y solo con un súper. La crisis de la Covid-19 saca a relucir de nuevo la necesidad de garantizar unos servicios mínimos en los pueblos de pocos habitantes

25 abril 2020 09:31 | Actualizado a 25 abril 2020 09:55
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Cuando Joan Josep Malràs mira por la ventana de su casa, ve la Mola de Prat de Comte, en el Parc Natural dels Ports. La comarca de la Terra Alta es un territorio singular, apartado de las grandes urbes, de sierras exuberantes, tierras trabajadas y viejos viñedos. Desde el Delta del Ebro hasta las montañas de los Ports, cualquier ebrense se siente ligado a su paisaje.

De hecho, cuando preguntas a cualquiera qué es lo primero que hará cuando acabe el confinamiento de la crisis de la Covid-19, muchos responden «pasear por al lado del río» o «ir a la montaña». Un paisaje resulta más que un momento bello grabado en la retina, que un cuadro dibujado en la ventanilla de un coche. Un paisaje es a veces un oficio, un recuerdo de infancia, un estilo de vida y un mundo entero. 

«Tenemos muchos ancianos en el pueblo. Si el virus entra, es una hecatombe»

Joan Josep Malràs (Alcalde de Prat de Comte)

Malràs es el alcalde de Prat de Comte, el pueblo ebrense más pequeño, puerta a los Ports, rodeado de naturaleza y almendros. Está a escasos 30 minutos en coche de Tortosa, también conectado con autobús, aunque la actual situación ha obligado a reducir a solo una las frecuencias. Hace unos años el pueblo se hizo mundialmente famoso porque estuvo a punto de cerrar la escuela por falta de niños y ofrecía casa y trabajo a una nueva familia con hijos en edad escolar que se instalara en el pueblo. Actualmente, tiene 183 habitantes y ningún caso positivo de coronavirus. Tampoco en Alfara de Carles (377 habitantes), en el Baix Ebre, o en Mas de Barberans (578), en el Montsià, entre otros pequeños pueblos.

Durante esta pandemia, el foco de las noticias por cuestión de trascendencia se centra en esos puntos calientes de infección o en las grandes ciudades afectadas, pero no en las minorías, en los pueblos que resisten en silencio. «Lo que peor llevamos es quizá ver que tienes la naturaleza al lado pero no la puedes disfrutar. Al estallar la crisis, ya sabemos que mucha gente quiso irse a su segunda residencia, pensando que un confinamiento en un sitio más tranquilo o rodeado de naturaleza sería mejor que en la ciudad. El ser humano es así. Y es difícil de llevar no poder salir a caminar», dice Malràs, que también es farmacéutico.

La calma y el silencio ya eran rasgos distintivos del pueblo, viejos y apreciados conocidos. Pero había niños jugando al balón en las calles, abuelos que salían a la fresca a la puerta de sus casas cuando llegaba el buen tiempo. Ahora es distinto, y a veces la sensación de aislamiento es acuciante. Las malas noticias de los medios de comunicación hacen difícil mantener el buen ánimo. Los niños juegan solos en las cocheras de sus casas, no hay paseos sin rumbo, la gente mayor está encerrada. La televisión solo escupe imágenes de hospitales, cifras de contagiados y fallecidos que dan vértigo.

Los vecinos de estos pueblos, en cambio, miran por la ventana y ven las montañas, los campos. No hay imágenes de supermercados, metros o autobuses abarrotados en estos pueblos de menos de 500 habitantes. Parece que el riesgo esté lejos, en otro lugar, pero no aquí. Y lo cierto es que una pequeña sensación gratificante, si tienen un buen día, les envuelve: al menos en las Terres de l’Ebre la situación no es tan mala como en el resto de Cataluña. Hay actualmente 2.044 casos y 37 fallecidos. La que menos casos mantiene es la Terra Alta.

«Aunque seamos un pueblo pequeño, la gente está asustada y conscienciada a partes iguales» Josep Maria Lleixà (Alcalde de Mas de Barberans)

Las pequeñas buenas noticias hacen relajarse, pero Malràs es partidario de no bajar la guardia. «Tenemos muchísima gente mayor en el pueblo. Si el virus entra, esto es una hecatombe». Tras un mes de confinamiento, es lógico que algunos vecinos comiencen a impacientarse. Ya no hay contacto con gente venida de fuera y, si alguien estuvo en otra ciudad, los 180 habitantes del pueblo ya llevan un mes encerrados en sus casas. ¿Podrán desconfinarse antes los entornos rurales? ¿Hay tanto riesgo aún? 

«Claro que hay riesgo. Hay gente que va a trabajar cada día a Tortosa. Cada día vienen furgonetas de repartidores. Hoy llega el pescado, mañana traen el butano. No es un tema de que estemos bien o no, es que estamos en contacto con gente que viene de fuera y nos traen productos, alimentos. El virus se queda en los materiales. Hay que seguir haciendo el esfuerzo y quedarnos en casa. Prefiero pasarme de prudente a tener una negligencia. Pienso sobre todo en la gente mayor».

Garantizar los mínimos

Cada día se desinfectan los entornos del ayuntamiento, la plaza de la iglesia, el exterior del pequeño supermercado y las fuentes de agua. Así funcionan los pueblos pequeños: cuando nieva los mismos tractores hacen de quitanieves; ahora, ayudan a limpiar. La brigada recoge la basura a todas las casas cada día, puerta a puerta, se les ha hecho una formación por si hubiese el caso de algún positivo. Por la mañana hay cierto movimiento en el pueblo, la tienda y la «farmaciola» están abiertas, se va al campo a trabajar. Por la tarde, todo es silencio. 

El ayuntamiento ha hecho un esfuerzo para garantir los servicios mínimos, para hacer sentir a sus vecinos seguros. «Si alguien necesita que se le vaya a hacer la compra nos contactan fácilmente o desde la misma tienda se ofrecen. Hay una administrativa en el ayuntamiento para cualquier gestión y el alguacil te lo lleva a casa. O si necesitan permiso para hacer una hoguera en el campo, lo preparamos y pasan a buscarlo. El médico acude a casa si se necesita, y si urge se puede ir a Horta».

Para el alcalde, lo mejor de este confinamiento vivido en un pueblo tan pequeño es esta tranquilidad, esa menor sensación de peligro. «Pero lo peor es que aquí no tenemos de todo, y puedes pensar que si necesitas algo no lo tendrás tan fácil. No tenemos más que una tienda y no hay cajero automático si quieres sacar dinero».

Estar rodeados de naturaleza pero no poder disfrutarla, lo que peor llevan los vecinos

Precisamente, esta crisis ha sacado a relucir de nuevo la necesidad de mantener unos mínimos servicios en los pueblos pequeños para, por supuesto, frenar la despoblación, una enfermedad a la que las Terres de l’Ebre tiene mucha más debilidad que a la Covid-19. «Se ha demostrado que la fibra óptica es vital. Ayer no podíamos trabajar desde casa, la cobertura e internet iban fatal. Más de una vez y dos me ha ocurrido que personas que querrían quedarse en el pueblo y trabajar desde casa no pueden porque funciona mal internet y me dicen «me voy a vivir a Tortosa y ya vendré los fines de semana». 

«Esto no puede ser. Hace falta fibra óptica los pueblos, un cajero automático general (no de una caja en concreto, que lo inventen), un par de tiendas… Mínimos para que la gente pueda vivir, quedarse o venir».

Factores como la baja densidad de población y una reducida movilidad han favorecido un menor impacto de la pandemia en un territorio especialmente sensible, con muchos ancianos. Precisamente en la Terra Alta, según el Institut d’Estadística de Catalunya, viven 11.490 personas, de las cuales 2.601 tienen entre 65 y 84 años y hasta 761 han superado los 85. El delegado de la Generalitat en el Ebre, Xavier Pallarés, valora que la afectación de la Covid-19 en las Terres de l’Ebre «sigue siendo menor que en el resto del país» y en ese sentido agradece el buen cumplimiento del confinamiento a la ciudadanía. «Pero sin embargo, no podemos bajar la guardia si queremos llegar al final con buenos datos». 

«La afectación de la Covid-19 en las Terres de l’Ebre es menor que en el resto de Catalunya, pero no podemos bajar la guardia» Xavier Pallarés (Delegat de la Generalitat) 

Josep Maria Lleixà es el alcalde de Mas de Barberans y también se muestra muy preocupado por los ancianos del pueblo. «La gente está asustada y concienciada a partes iguales», afirma. Mas de Barberans tuvo que suspender sus fiestas mayores por Sant Marc. «Para el pueblo significaba mucho, significaba también la llegada del buen tiempo, reencontrarse con personas que viven fuera. Ha dado mucha pena». 

El ayuntamiento ha impulsado la creación de un vídeo con imágenes de fiestas mayores de otros años para retransmitirlo por las televisiones locales. «Creo que será bueno para las personas mayores, podrá animarles un poco. La televisión solo nos bombardea con cosas negativas del Coronavirus, y eso no es bueno para ellos». Han organizado para ello distintas actividades para hacer a través de las redes sociales los días de fiesta mayor, como incluso un campeonato de guiñote.

Un mes antes del confinamiento, en febrero, florecieron los almendros, los primeros árboles en flor del año. Prat de Comte está rodeado de ellos. Hizo entonces buen tiempo, parecía realmente abril, y no el de ahora, con tantos días de lluvia, donde en muchas casas del pueblo todavía se enciende la calefacción; una primavera rancia y desaprovechada, como vista desde lejos.

Ahora, al acabar la jornada de trabajo no hay gente tomando una cerveza al aire libre, no habrá fiestas ni verbenas. Cuando se hace tarde, todos se quedan en casa. Todo se para. Sin embargo, mientras tanto, los almendros se vuelven verdes y los frutos crecen en los árboles, la naturaleza sigue su curso… sin esperar, ajena a esta primavera en pausa, al silencioso pasar de los días. Los pueblos pequeños pueden semejar ahora una fotografía aparentemente sin movimiento, sin vida. Aunque sí la hay.  Siempre la hay.

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