Sor Teresa Andrés: «Las personas sin hogar están marginadas. aquí les damos dignidad»

Sor Teresa es el pilar fundamental de la Casa d’Acollida. Hace ya muchos años que por vocación se comprometió a ayudar y a dar dignidad a las personas sin hogar

07 febrero 2021 16:20 | Actualizado a 07 febrero 2021 20:22
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Cuando Sor Teresa localiza Senegal en el globo terráqueo luminoso que hay en la Casa d’Acollida, en el que busca los países de donde provienen las personas sin hogar que acoge, se sorprende de lo pequeño que es el país comparado con otros de África. Así la llaman a veces cuando la reconocen por las calles de Tortosa: mamá África. Hace ya muchos años que por vocación se comprometió a ayudar y a dar dignidad a las personas sin hogar. De hecho, ha dedicado toda su vida a ayudar a los demás, sean de un país pequeño y lejano o vecinos del barrio del convento de la Purísima de Tortosa, donde vive junto con otra hermana.

De aspecto pequeño y afable, pero con una fortaleza inmensa, Sor Teresa es el pilar fundamental de la Casa d’Acollida y una de sus caras más visibles. Nació en Burgos en 1940. Tenía 22 años cuando entró en la Congregación de San Vicente de Paúl. Hizo el noviciado en Madrid; después en 1963 la enviaron a Alcorisa, para luego pasar 12 años en Barbastro y 20 en Barcelona, en una guardería para niños de barrios marginados. El pasado mes de noviembre hizo 25 años que llegó a Tortosa para ser responsable de la Casa d’Acollida.

«Ayudar a las personas y ser cercana con ellas sana un poco el espíritu»

«Yo tengo todo lo que necesito y hay personas que no tienen ni lo necesario. Poder darles en ese momento algo que necesiten, dormir, comer, una ducha... Da satisfacción, y más allá de eso, tratar a las personas, ser cercana... puede ayudar a sanar un poco el espíritu», dice. «Con dormir aquí una noche no les solucionas nada. Al día siguiente dormirán en un cajero o debajo de un pino. Lo que piden nada más llegar es ducharse. Llegan cansados, con llagas en los pies. Pero almenos aquí no están solos, son tratados como personas y no se sienten extraños, son acogidos y pueden sentirse como en una casa. Les damos una dignidad».

En los últimos tiempos pasan por la casa muchas personas que de golpe han perdido el trabajo y se ven abocadas a la calle. «Si pasan casi mil personas al año, cada una tiene su historia y tienes que aceptarla», dice Sor Teresa. Los que son de fuera vienen aquí para buscar una mejor vida. Algunos son temporeros de la fruta y envían dinero a sus familias. «Estas personas están marginadas; están al margen del camino, fuera de la sociedad. La Administración no se preocupa de ellas, son las últimas de las últimas... No cuentan».

«Estas personas están fuera de la sociedad y la Administración no se preocupa de ellas»

La casa es grande, hay espacio para ocho hombres y para dos mujeres, que tienen una habitación aparte. Hay baños, duchas individuales, un comedor y una cocina. Antes había mucho trabajo: limpiar, poner lavadoras con sábanas y toallas, tender, preparar la comida, recoger... Un vigilante se quedaba por la noche por si sucedía algo. «A algunos les coge ansiedad o, si son claustrofóbicos, ya no se quedan», comenta. Ahora todo está en silencio y los días son monótonos, aunque tiene tiempo para cuidar las plantas del patio, que tanto le gustan; un patio con antiguos lavaderos, grande y hermoso, que pronto estallará en flores y cuyas moreras ofrecerán una frondosa y preciada sombra en verano. Desde que estalló la pandemia, no acogen personas a pasar la noche, solo les pueden ofrecer usar la ducha o darles algo de comer para que se lo lleven.

Han sido unos meses muy duros. Las tres hermanas responsables de la Casa d’Acollida se infectaron de Covid el pasado otoño. Sor Teresa y Sor Mercè solo se sintieron resfriadas y lo superaron, pero Sor Encarnación finalmente falleció por Covid con 66 años. La Casa d’Acollida es muy apreciada en Tortosa y, cuando las hermanas enfermaron, muchos se preocuparon por ellas. También algunas personas se acercan a dar comida o ropa.

Algunos de los transeúntes son usuarios de hace años, ya las conocen, y vivir en la calle ya es su modus vivendi. «Otros sí consiguen salir del atolladero y rehacer su vida». Uno de ellos por ejemplo, tras muchas visicitudes, pudo ser finalmente asalariado de Cáritas restaurando muebles. Sor Teresa se quedó con su viejo despertador, grande y precioso. En Nochebuena y Reyes les preparan un pequeño detalle para regalarles: unos calcetines, jabón... Recuerda un hombre que se emocionó al recibir uno de los regalos. «Hacía más de seis años que nadie le regalaba nada».Otros pasan por aquí más esporádicamente y, pasados los años, a veces Sor Teresa, en medio del silencio del convento, se pregunta qué habrá sido de ellos.

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