Brandfulness

Si no somos capaces de emocionarnos por nuestra marca, nuestro proyecto, nuestra gente, y lo que hacemos, estaremos cojos. Si no tenemos sentimientos, estaremos cojos

31 mayo 2021 11:33 | Actualizado a 01 junio 2021 07:43
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El mindfulness no es una nueva filosofía, como les gusta llamarla a algunos, sino algo que forma parte de las creencias de quienes podríamos llamar contemplativos desde tiempos inmemoriales: ermitaños, monjes, padres de la iglesia… Dice una definición que he encontrado y copio:

«El objetivo del mindfulness es lograr un profundo estado de conciencia libre de juicios sobre nuestras emociones, sentimientos o pensamientos y prestar atención a lo que acontece en nuestro interior en cada momento». En mi época monástica, lo llamábamos ‘hacer silencio’, que no deja de ser un estado de absoluta concentración en la conciencia, en lo absoluto, en lo inmutable, en lo eterno.

Para lograrlo, hay multitud de enseñanzas de las que podemos aprender, pero los resultados son siempre los mismos: acallar los pensamientos nos hace felices de forma continuada y nos ayuda a relativizar todo lo que no es trascendente. Es como si aprendiésemos a estar disponibles para los demás tal como somos y con toda intensidad. El ego se difumina y solo queda el YO auténtico: humilde, generoso, atento y servicial.

Hoy me gustaría reflexionar sobre el brandfulness que es lo mismo que acaban de leer sobre lo que los puede llevar al equilibrio y la felicidad como personas, pero aplicado a las empresas, o a lo que los de marketing denominamos las marcas. Puedo asegurarles que funciona extraordinariamente bien.

Nos gusta pensar que los temas de trabajo son puramente racionales, que es el conocimiento el que nos lleva ser mejores directivos y es cierto, pero solo en parte. La realidad es muy tozuda y en el IESE nos encontramos continuamente con personas que saben todo lo que deberían saber para liderar o dirigir pero que nunca llegan a poder aplicarlo. Hace tan solo unos días hablaba con un amigo muy inteligente que me contaba cómo le gustaría que fuese el clima laboral en su empresa, pero confesaba que no llegaba a conseguirlo ni en broma. Llegamos a la conclusión que el miedo y la incertidumbre le bloqueaban lo que le llevaba a controlarlo todo, siendo incapaz de delegar o empoderar a nadie.

¿Y porque les pasa eso a muchos directivos? Porque creen que solamente por saber algo, va a pasar. Pero para que ocurra algo, hace falta que las emociones, sentimientos y pensamientos vayan al unísono y, para que vayan al unísono, hace falta que aprendamos a ‘hacer silencio’. Eso nos permitirá unificar los tres en uno como ese YO auténtico del que hablaba más arriba.

Si no somos capaces de emocionarnos por nuestra marca, nuestro proyecto, nuestra gente, y lo que hacemos, estaremos cojos. Si no tenemos sentimientos -sobretodo positivos- como felicidad, humor, alegría, amor, gratitud y esperanza, estaremos cojos. Si no tenemos pensamientos acertados, construidos por un proceso racional, de abstracción o de imaginación, estaremos cojos.

Por lo tanto, si somos capaces de aunar nuestras emociones, sentimientos y pensamientos habremos conseguido la unidad. Si no lo logramos, nunca llegaremos a ser líderes de verdad.

Permítanme hablarles de mi amigo, al que definía como muy inteligente: él es muy proclive a seguir e impresionarse por aquello que da miedo, inseguridad o incertidumbre. Está constantemente preocupado por el Coronavirus, la crisis pos-pandemia, la guerra árabe-israelí, el secuestro de un avión por Bielorrusia… Él ve el mundo oscuro a través de sus emociones. De ahí pasa a tener sentimientos negativos, invadiéndole el miedo o el pánico y reacciona con una perentoria necesidad de controlarlo todo (pensamientos), para que no le pase lo que él mismo preconiza. Piensa que sólo él puede salvar los muebles de la empresa y lo hace aplicando criterios personalistas y restrictivos, criticando a quienes no ven el mundo como él, no sienten el mismo miedo o critican su gestión invasiva.

La otra cara de la moneda serían aquellas marcas cuyos líderes se emocionan con la suerte de poder despertar estrenando un nuevo día, trabajar con gente maravillosa de quienes destacan sus virtudes, con clientes que confían en la empresa y proveedores que los quieren y admiran. Ver la realidad así les genera unos sentimientos de felicidad, humor, alegría, amor, gratitud y esperanza que les hace adoptar una actitud de confianza y dedicarse a escuchar, ayudar y potenciar los talentos de los demás.

Ese segundo ejemplo es casi una definición perfecta del brandfulness. Para lograr ese equilibrio es necesario que los directivos sean de una determinada manera que solo se consigue a través de esa visión unitaria que el silencio nos brinda y que, sorprendentemente consiste -precisamente- en evitar las emociones, sentimientos y pensamientos mientras duran esos ratos de meditación. Ese equilibrio entre los tres es lo que tanto admiramos en los grandes líderes.

Xavier Oliver es profesor del IESE Business School

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