El enoturismo, al alza

Una ruta por las bodegas modernistas elevadas a templos combina gastronomía, arte, cultura y naturaleza

28 junio 2017 16:11 | Actualizado a 15 febrero 2019 18:46
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Comer sano, saborear productos de primera calidad, desde el huerto o desde el mar directamente a la mesa… el turismo gastronómico está de moda y si a un buen plato y un buen vino añadimos un paisaje idílico en el que disfrutar toda la familia ya tenemos la escapada perfecta. 

Las cooperativas se han sumado al auge del kilómetro cero y del turismo rural y son muchas las que han puesto en marcha servicios turísticos, organizando actividades para los visitantes.

En Tarragona y las Terres de l’Ebre, ricas en territorio vitivinícola, es de obligada visita la ruta de las ‘Catedrales del vino’ llamadas así por su majestuosidad y su parecido a los templos religiosos. Son cellers de autor, piezas de inestimable valor arquitectónico diseñadas por los seguidores de los grandes referentes del modernismo como Cèsar Martinell (Valls, 1888-Barcelona 1973), discípulo de Gaudí y gran conocedor del mundo del vino, o Pere Domènech i Roura (Barcelona 1881- Lleida 1962). Pero más allá de su belleza arquitectónica, lo importante es que estos arquitectos crearon un espacio funcional destinado a la producción de vino.

Las cooperativas se han sumado al auge del kilómetro cero y del turismo rural

En la ruta por estas bodegas elevadas a templos destacan las cooperativas de Gandesa y el Pinell de Brai, en la Terra Alta, de Martinell así como las de Montblanc, Nulles o Falset. También de este arquitecto vallense es el Celler Cooperatiu de Barberà, en la Conca.  El dramaturgo Àngel Guimerà bautizó el Celler Cooperatiu de Pinell de Brai como una de las catedrales del vino. En esta bodega modernista, la planta recuerda a la de una iglesia y la sensación de amplitud recrea el interior de una catedral gótica. 

De Martinell destaca especialmente el Celler de la Societat Agrícola de  Rocafort de Queralt. Fue su primera, más emblemática y espectacular obra agroindustrial. Se completó en tres fases (de 1918 a 1948) y aplicó lo que él llamó funcionalismo experimental, es decir, prestando especial atención a las demandas de los viticultores para intentar ajustarse a sus necesidades. Por ejemplo, las cámaras que aislaban entre sí los depósitos subterráneos y las aberturas de salida de ácido carbónico. También implementó, no sin ciertos problemas, la utilización de arcos equilibrados.

En el Alt Camp, Martinell también dejó un interesante legado. El Celler Cooperatiu de Nulles, a las afueras del núcleo urbano, es un buen ejemplo. Con unas líneas que recuerdan el arte gótico, en este celler podemos apreciar una arquitectura monumental y elegante.

Asimismo, en la Conca de Barberà encontramos el Celler de la Cooperativa Agrícola de l’Espluga de Francolí, de Domènech i Roura, que fue construido entre 1912 y 1913. Raquel Lacuesta explica en Les Catedrals del vi (Angle Editorial), que éste fue el primer edificio agrícola bautizado por Guimerà como una catedral del vino. La Cooperativa Agrícola de l’Espluga ha transformado su interior sin perder ninguno de sus elementos arquitectónicos característicos.

Actualmente el edificio acoge el Museu del Vi, estructurado en tres niveles. En un primer nivel se expone la historia, el cultivo y la elaboración del vino. En un segundo nivel, entre las tinas, se explica la elaboración moderna del vino. Y en un tercer nivel se expone el edificio como obra modernista.

Estas bodegas modernistas ofrecen degustaciones de vinos y aceites así como visitas guiadas por sus instalaciones. Algunas, además, disponen de tienda on-line.

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