El merecido descanso

Durante las vacaciones solamente descansa la mente. El cuerpo casi no sufre en el trabajo porque hemos anulado el cansancio gracias a la mecanización y robotización.

21 diciembre 2020 08:20 | Actualizado a 22 febrero 2021 18:53
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No sé si a ustedes les pasa, pero yo necesito como mínimo tres días para ponerme en modo vacaciones… Es decir, que los fines de semana o los puentes cortos no me permiten desconectar totalmente. Si miro la agenda para ver lo que debo hacer, si me levanto con la angustia que me falta alguna cosa por hacer o que algo he olvidado, significa que estoy en modo trabajo. 

Empiezo así el artículo para que nos demos cuenta de que lo que relajamos en vacaciones es la mente. El cuerpo casi no sufre en el trabajo: un poco la espalda, las cervicales y una sensación de derrote al llegar a casa, pero poco más.

Hemos anulado el cansancio incluso en aquellas actividades que eran tan físicas antaño, gracias a la mecanización y robotización. Vaya cambio ver como se trabaja en las obras civiles: casi todo se hace con máquinas (grúas, excavadoras, tuneladoras, cimentadoras, aplanadoras…) y muy poco a base de esfuerzo físico.

O sea que las vacaciones son para descansar el cerebro. Y también para cansarse haciendo más deporte que el habitual: andar más, correr más, más kilómetros en bici, montañas más altas, nadar más lejos, jugar más partidos, más hoyos, más… Le hemos dado, una vez más, la vuelta a la tortilla.

En el pasado se descansaba de la actividad física que la mayoría de los trabajos conllevaba. La agricultura, por ejemplo, era toda cuestión de cargar y deslomarse. Solamente los administrativos y estudiantes trabajaban sentados durante su horario laboral.

Pero ¿se cansa el cerebro? ¿No hay bastante con dormir bien para que se relaje? Quizás, lo que queramos es vaciarlo, dejar de pensar, relajarlo, entrar en modo silencio, dejar de tener compromisos y tener la agenda vacía. Y eso requiere tiempo: tres días como mínimo.

¿Porqué somos tan conscientes de la necesidad del descanso nocturno y lo somos tan poco para el descanso de nuestro cerebro de verdad, cuando es nuestra herramienta de trabajo más preciada?

“Il dolce far niente” que dicen los italianos lo ejemplariza. No hacer nada nos revigoriza, nos airea las ideas, nos da más capacidad de pensar y crear. Y si lo sabemos, ¿porqué no lo hacemos? ¿Porqué no le dedicamos un rato al día a nuestro cerebro y lo dejamos en paz?

Mucha gente me pregunta en qué medito cuando me siento una hora por la mañana y media por la tarde. Mi respuesta es: en nada y me miran con cara de asombro. ¿En algo debes pensar? insisten, a lo que les respondo: el secreto de la meditación es aprender a dejar de pensar.

Relajar el cerebro nos permite ser mejores padres, hijos, amigos, líderes y empleados

Debo confesarles que a muchos les parece imposible, porque concebimos nuestra mente como un caballo continuamente desbocado que es incapaz de dejar de darle vueltas a la cabeza.

Pero si les recuerdo las vacaciones… entonces me comprenden, porque no pueden recordar en que pensaban durante aquel rato tumbados en la playa, en la subida a Els Encantats, en la empopada frente a Soller, en el hoyo 17, en…

Todos hemos experimentado esos momentos en que si te preguntan ¿en qué pensabas? respondemos, en nada. Lo cual demuestra que, en esos momentos precisos, somos capaces de frenar nuestro estrés cerebral y simplemente SER. Y coincidirán conmigo que esos momentos de silencio profundo de nuestra mente son extraordinarios.

¿Se han preguntado el porqué alguna vez? Porque, de hacerlo, podrían convertirse en más receptivos, mejores escuchadores, más dispuestos a jugar con los niños, más alegres, mejores en darse cuenta de que el tiempo de calidad se basa en compartir y contemplar el fluir de la vida.

Relajar el cerebro nos permite ser mejores padres, hijos, hermanos, amigos, líderes, empleados y compañeros. Porque pone las cosas en su sitio y equilibra nuestras creencias que defendemos, nuestros sentimientos a los que nos apegamos y nuestra razón que utilizamos sin parar en un mismo plano.

Y si no lo han experimentado nunca igual descubren que ahí está precisamente uno de los secretos de la felicidad que podrán compartir con todos quienes les rodean y serán admirados y queridos mucho más que antes.

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