La felicidad de enseñar

Hablamos de que quienes quieren aprender hoy ya no tragan los argumentos de antaño y quieren que lo que estudian, descubren y aprenden, sea aplicable a la vida laboral ya

22 marzo 2021 09:46 | Actualizado a 23 marzo 2021 08:24
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Creo que solo la felicidad de curar puede ser mayor que la de enseñar y quizás ambas cosas estén muy relacionadas, porque su fin es mejorar la vida de otros. Aquellos que se han adentrado en la consecución de la felicidad sin duda habrán descubierto que uno de sus fundamentos es salir del YO para adentrarnos en el . Dar es uno de los sinónimos de amar y no es más que estar pendiente del otro, conocer lo que precisa, hacerle feliz y, sorprendentemente, vaciarse para llenar a quienes les rodean.

Mi tío Enric me diría que soy un egoísta porque he descubierto que queriendo a los demás haces que te quieran y creo que podría aplicarse hoy a: si enseñas, aprendes. Hace más de 30 años que empecé a dar clase en el IESE y en la Universidad de Navarra y ayer le decía a un colega que debería haber pagado por todo lo que he aprendido. ¡Pero no todo el monte es orégano! Es imprescindible que se cumplan dos requisitos para que la esa felicidad regalada se haga realidad. El primero es el aquí y ahora y el segundo es el desapego.

Aquí y ahora significa que del pasado aprendes un poco y el futuro debe importarte lo justo para poder centrarte en al ahora. Pero en docencia, eso no es nada fácil. Creo que es uno de los sectores donde hay más tendencia a repetir, a burocratizar y a ser poco ágiles porque se ha querido amarrar, garantizar y controlar, lo que produce el anquilosamiento de las organizaciones. Experimentar en docencia es tan difícil como que se aprueben las vacunas. Antes de poder probar algo, de ponerlo en práctica, hay controles internos y externos rigurosos que creen que cualquier cambio puede afectar a la salud de los alumnos.

Aquellas organizaciones que son capaces de agilizar sus procesos de toma de decisiones e implementarlas en el acto son las que están sobreviviendo mejor los sobresaltos de los últimos decenios. Pero hay otras organizaciones que por ser centenarias parecen vivir en una galaxia muy apartada de la nuestra: su capacidad innovadora es mediocre, sus procesos son agotadores y para poner algo en práctica siempre se habla del próximo curso escolar, es decir, dentro de un año con suerte.

En nuestro ámbito hablamos a menudo de que la docencia tendrá que cambiar por completo porque quienes quieren aprender hoy ya no tragan los argumentos de antaño y quieren que lo que estudian, descubren y aprenden sea aplicable a la vida laboral ya. Pero incluso aquellos que están de acuerdo en cambiar se ven atrapados en una pelea burocrática que ralentiza enormemente esos cambios deseados aquí y ahora. Necesitamos un modelo que muchas instituciones no pueden ofrecer, quizás porque lo que tienen les sigue funcionando.

Aquí y ahora es también una forma de liderar y dirigir organizaciones porque permite evitar estructuras de dirección rígidas y verticales para centrarse en el otro: los empleados, los proveedores y los clientes. Aquí y ahora es una forma de evitar que los profesores y maestros sean jueces de sus alumnos para concentrarse en ayudarles a desarrollar sus capacidades independientemente de las notas.
Aquí y ahora es hacer que los alumnos sean enteramente felices en las aulas y eso les empuje a aprender y a esforzarse, que es lo que normalmente ocurre con quienes están motivados y apasionados. Aquí y ahora es ese temblor de piernas que tienen los docentes que conciben cada sesión como un estreno.

Aquí y ahora es ese afán de que los alumnos descubran por ellos mismos y no centrarse solamente en los descubrimientos de otros. Aquí y ahora es la pasión, inteligencia y tablas con que algunos consiguen que los participantes en ese estreno vibren, participen y se involucren, aquí y ahora es no tener que decir nunca: eso lo deben saber. Si todo eso se consigue, significará que somos capaces de cambiar lo que hacemos a favor de ellos en cualquier momento, saliendo de nuestras zonas de confort.

El segundo requisito que he mencionado para que se cumpla esa voluntad de cambio en las instituciones docentes es el desapego. He tenido la suerte de los sitios en que he desarrollado mi actividad docente, porque en ellos, el desapego parece que viene de fábrica. Pero también he conocido instituciones donde la ambición personal, el afán de vender más de lo que realmente son, de prometer lo que no pueden cumplir y de tener o convertir a los profesores en mercenarios son la tónica general.

Volvamos a mi comparación anterior con quienes se dedican a curar. ¿Verdad que esperan que sean personas generosas, capaces de dar sin esperar mucho a cambio, que les apasione su trabajo y sean capaces de conocer las técnicas y fármacos más avanzados para evitarles o curarles las enfermedades? Pues cuando piensen en los docentes, las cualidades requeridas son exactamente las mismas y si no las encuentran en el lugar en que les gustaría seguir aprendiendo, cambien inmediatamente de centro porque seguro que el aprender va íntimamente ligado a su felicidad y el camino corto, envasado y caduco, normalmente, se queda muy corto.

Xavier Oliver es profesor de IESE Business School

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