La fuerza de la costumbre

El ser humano tiene la facultad de acostumbrarse a todo tipo de circunstancias

02 noviembre 2020 08:31 | Actualizado a 22 febrero 2021 18:46
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Corría el año 1987 cuando Gabinete Caligari alcanzó su cénit musical con el lanzamiento del álbum ‘Camino Soria’, entre cuyas inolvidables canciones se encuentra ‘La fuerza de la costumbre’, un retrato de la rigidez mental y emocional del ser humano forjadas a través de la educación y el hábito. Dice una estrofa de la letra “Desde pequeño me acostumbré, a nunca preguntar por qué, despreciando los premios tanto como el castigo (…) si por costumbre amé, por costumbre olvidé”.

Unos años más tarde, justo tras los fastos del 92, España entró en una etapa de crisis aguda por la falta de demanda. Recuerdo mis visitas comerciales recorriendo tristes y desiertos polígonos repletos de naves donde se almacenaba género en espera de compradores al por mayor. Podías equipar toda una oficina con mobiliario de segunda mano por un precio irrisorio.

En aquel tiempo trabajaba para una empresa que experimentó un descenso alarmante de ventas, lo que empujó a su director general a tomar medidas muy drásticas de minoración de costes. Como era de esperar, el capítulo de personal debía pasar por el cepillo de carpintero para dejarlo fino como papel de fumar. El directivo en cuestión me confesó que nunca antes había despedido a nadie, por lo que se sentía realmente incómodo.

Llegó el día indicado y el máximo responsable mostraba a las claras una notable ansiedad, hasta el punto de fumar compulsivamente durante toda esa mañana. Antes de proceder con la primera víctima de la reducción, se acercó a mí para pedirme que acompañara a su despacho al interesado. Por la dicción quebrada y su gestualidad, era fácil aventurar el mal rato que estaba pasando, aunque de justicia sería decir que peor momento le esperaba al empleado.

Este mismo procedimiento se repitió en numerosas ocasiones durante las siguientes semanas, hasta que un día, el director se acercó a mí relajado, sosteniendo el pitillo con soltura y suficiencia, para indicarme que llamara al siguiente de la lista. Y a continuación, con inflexión de voz segura y sosegada, me reconoció: “¡Pues no que esto me empieza a gustar!”. Conociéndole, al momento entendí su exclamación como el efecto perverso de un mal (aunque necesario) hábito adquirido: había practicado y perfeccionado una nueva competencia que en el pasado no dominaba en absoluto.

Sin lugar a dudas, el ser humano tiene la facultad de acostumbrarse a todo tipo de circunstancias, incluso las que nos parecen inverosímiles, indignas o inaceptables, con el riesgo cierto de conculcar nuestros propios valores a fuerza de convertir lo inadmisible en justificable, cuando no en gratificante. Horace Mann, educador estadounidense decimonónico, nos brinda el epitafio de esta historia “El hábito es como un cable; nos vamos enredando en él cada día hasta que no nos podemos desatar”.

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