Un paisaje convertido en vino

En el celler Bàrbara Forés trabajan desde el amor por la tierra y el respeto a sus orígenes

09 marzo 2020 09:43 | Actualizado a 09 marzo 2020 10:07
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Nada más cruzar la puerta de entrada, los aromas amaderados ocupan todo el espacio. Ante cualquiera que la cruce se alza una escalinata decorada con azulejos blancos y azules, pero donde se cuece la actividad es a ras del suelo e incluso más abajo, en las estancias y trullos donde se trabaja la uva hasta convertila en vino. Los documentos históricos dicen que la bodega Bàrbara Forés está activa en Gandesa desde el año 1898, cuando Rafael Ferrer Forés, farmacéutico y viticultor, hizo construir la casa a finales del siglo XIX.

Sería en este mismo lugar donde empezaría a embotellar el vino de sus propias viñas, siempre animado por su madre Bàrbara Forés, una mujer con carácter avanzada a su tiempo. Sus descendientes, marcados por la crisis de la filoxera y la Guerra Civil, siguieron elaborando vino brisado, pero dejaron de embotellarlo.

El punto de inflexión lo marca cinco generaciones más tarde, Carme Ferrer y su marido Manuel Sanmartín, retomando la actividad vitivinícola y poniendo el nombre de Bàrbara Forés a su bodega. «En los 90, empezamos a dedicarnos al mundo del vino recuperando los orígenes y, en 1994, salen las primeras botellas etiquetadas bajo el nombre de Bàrbara Forés», explicaba Ferrer.

Carme Ferrer y Manolo Sanmartín recuperaron la tradición de elaborar el vino de sus viñas

Unos años más tarde, en 2013, llega a la bodega la hija de la familia, Pili Sanmartín, quien venida de un campo completamente diferente. «Quería centrarme en la parte más experiencial del mundo de los vinos, y mientras hacia un curso de sommelier me pregunté por qué los blancos no se maceraban con sus pieles, como sí se hacía con los negros», decía Sanmartín. Fue con esta pregunta que, en compañía de su madre y en un lugar pequeño de la bodega, empezó a hacer un vino brisado en una jarra de cerámica, recuperando una técnica que se había utilizado durante años a la Terra Alta. Muchos años antes, otra variedad que la generación de Carmen Ferrer recuperó fue la del morenillo, una variedad local que había en la comarca antes de la filoxera y que luego se perdió. A pesar de eso, el morenillo no ha sido aprobado por la DO Terra Alta hasta este año, por lo que ya se podrá ver en las etiquetas.

Su modo de trabajo corresponde a trabar por fincas únicas, lo que significa que de casa parcela extraen un vino con lo que les da la tierra. Pili Samartín sentenciaba que «esto tiene que ver con el crecimiento exponencial que tú le quieras dar a la empresa, o trabajas des de crecimientos exponenciales o des de la perspectiva del respeto hacia la naturaleza y a partir de aquí le das un valor añadido». Además, en Bàrbara Forés trabajan solo con variedades autóctonas, por lo que sus viñas se riegan solo con el agua de la lluvia. De la misma manera, trabajan también con las viñas entre la hierba, lo que aporta más biodiversidad y hace que tanto la uva como la tierra estén mucho más sanas. Hoy cuentan con unas 30 hectáreas de vid en su propiedad, de las cuales 26 en funcionamiento, de dónde salen unas 65.000 botellas cada año.

Pili Sanmartín trabaja con hierbas entre las viñas, ya que hacen que la planta esté más sana

Es de estas viñas de dónde salen sus 13 vinos, que hoy se dividen en tres líneas. Procedentes de sus fincas repartidas por Gandesa, los de «Paisatges de secà» són el Blanc, hecho con garnacha blanca; el Rosat y el Negre, con garnacha tinta, cariñena y un poco de syrah. De otras fincas salen els Vins Singulars, donde encontramos El Templari, con el morenillo; El Quintà de garnacha blanca; Abrisa’t, de garnacha Blanca; Coma d’En Pou de garnacha negra y Dolç de garnacha Blanca. Y finalmente la línea personal de Pili Sanmartín, se compone por los números del 0 al 3 y la letra A. Para que la elaboración de estos vinos sea posible, hay un equipo de 3 personas trabajando en el campo, una que está en la bodega y las dos propietarias. La bodega Bàrbara Forés factura unos 350.000 euros anuales. 

Si hablamos del futuro, Pili Sanmartín comenta que «estamos en una situación preocupante en cuanto al relevo generacional. Nos preocupa el despoblamiento, pero también de explotación masiva de los recursos, además de que nos llenen los campos de hierro». Des de la bodega piden que se siga trabajando para tener zonificaciones, estudios de suelo, diferenciando la industria del vino de las artesanas, además de apostar por la sostenibilidad como hecho real y solucionar los problemas de acceso a la tierra.

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