Como era previsible (estaba anunciado en campaña electoral), el presidente Trump ha puesto en marcha en los últimos días una serie de medidas con un fuerte impacto económico, social, medioambiental y geopolítico (piénsese sin ir más lejos en las amenazas sobre Panamá y Groenlandia).
Dejando a un lado las referidas a la inmigración y al abandono de diversos compromisos internacionales en materia social, voy a centrarme en este artículo en los aranceles. La teoría económica clásica (de Adam Smith y David Ricardo) ya dejaba claro hace más de dos siglos que la especialización en producir los bienes en los que una nación es más eficiente es la mejor opción económica para el conjunto de los países.
En el comercio internacional existen diversas fórmulas de creciente cooperación: zona de libre comercio, unión aduanera, mercado común y unión económica. Como es lógico, implican una cesión de soberanía estatal en favor de esa instancia superior, pero debe aportar unos beneficios para dicha área económica.
Lo que está haciendo Estados Unidos es dinamitar el Tratado de Libre Comercio de Norteamérica al aplicar aranceles del 25% a México y Canadá. Además ha impuesto a China, su gran rival por la hegemonía económica mundial, tarifas aduaneras por valor del 10%. Y todavía falta concretar qué piensa hacer con Europa.
Trump usa los aranceles como arma de negociación, ya que los anuncia, los retira, los pospone o los reactiva en el último minuto. La imposición de aranceles constituye una de las barreras más contundentes al comercio internacional, porque representa un mayor coste para el importador de esos bienes y conlleva una lógica reacción, porque los estados afectados aplican medidas equivalentes.
Todo ello implica que a nivel internacional las mercancías son más caras, con el consiguiente efecto en la inflación. No todos los productos tienen sustitutivos ni todas las demandas son igual de elásticas, por lo que el encarecimiento de los precios resta poder adquisitivo en todos los países implicados.
Los propios estadounidenses verán cómo suben de precio muchos consumos básicos, materias primas y productos elaborados que se importan de México, Canadá o China. La inflación provocará que se frenen las bajadas de tipos de interés previstas hasta hace unos meses y eso repercutirá en la economía real y en la financiera.
A nivel de proximidad no quedamos exentos de las consecuencias de la eventual guerra comercial, aunque Tarragona disfruta de una economía muy abierta, con múltiples mercados. En un momento en que tanto España como Catalunya están creciendo por encima del 3%, estas medidas restarán dinamismo por las menores exportaciones e implicarán mayor inflación por las importaciones imprescindibles.
Además, el consecuente fortalecimiento del dólar USA (agravado por el diferencial de tipos de interés) provocará que muchas de esas importaciones necesarias para nosotros (como el petróleo) nos salgan más caras. Algunos sectores económicos pueden llegar a sufrir bastante si se confirman los peores presagios sobre la imposición de aranceles a Europa.
Por poner un ejemplo, el aceite o el vino son productos que se exportan a Estados Unidos desde nuestras comarcas y podrían ver cómo sus precios allí se incrementan notablemente. Al no tratarse de un bien demasiado inelástico, el consumidor estadounidense dejará de comprarlos en la forma que lo hacía hasta ahora y posiblemente buscará algún tipo de sustitutivo, aunque no sea de la misma calidad que los productos de nuestras denominaciones de origen. Lo mismo aplica a otros productos industriales como los bienes de equipos, farmacéuticos, cerámicas, etc.
Afortunadamente a nivel de servicios, el impacto económico debería ser reducido para Tarragona. Nuestro principal motor es el turismo nacional y europeo, por lo que ni los tipos de cambio ni un mayor coste energético (moderado) deberían provocar un frenazo significativo. Sin embargo, si se consolida una alta inflación por el efecto colateral de la guerra comercial, el sector turístico también se vería bastante afectado.
Otro tema económico (que ahora no desarrollaré) es la preocupación por el incremento de los gastos militares que está forzando la Administración Trump a sus aliados europeos y que en un contexto de economías con altos déficits públicos tendrá como clara repercusión la disminución de otro tipo de gastos sociales o de inversiones productivas. Dentro de la propia Unión Europea las realidades son bastante diferentes en este sentido.
En resumen, habrá que esperar futuras concreciones, pero pintan malos tiempos para los defensores del libre-comercio internacional.
Miquel Àngel Fúster Presidente territorial en Tarragona del Col·legi d’Economistes de Catalunya