Whatsapp Diari de Tarragona
  • Para seguir toda la actualidad desde Tarragona, únete al Diari
    Diari
    Comercial
    Nota Legal
    • Síguenos en:

    Ingravidez

    ¿Y el silencio? Una vez más ese no oír más que nuestra respiración nos lleva a un estadio de meditación y de conciencia de nuestro ser más profundo que no tiene precio

    16 abril 2023 13:08 | Actualizado a 17 abril 2023 10:44
    Se lee en minutos
    Participa:
    Para guardar el artículo tienes que navegar logueado/a. Puedes iniciar sesión en este enlace.
    Comparte en:

    Estas vacaciones las he pasado en la maravillosa isla de La Graciosa, en el archipiélago Chinijo de las Canarias. Un lugar del que ya hablé anteriormente en este diario y donde he pasado momentos estelares de mi vida. Y esta vez no ha sido menos.

    El lugar sigue siendo precioso: un desierto con un pueblo: la Caleta del Sebo; una agrupación de unas pocas casas de vacaciones: Pedro Barba y el resto, un desierto sin árboles y con volcanes. Pero de desiertos hay muchos y este guarda secretos que deben descubrirse poco a poco. Lo primero las playas con la impresionante de Las Conchas que es considerada como una de las más bellas del mundo. Frente a ella se alza Montaña Clara, un islote precioso en su forma y colores. En su parte trasera, Montaña Bermeja, un volcán de tierra roja que se levanta erguido como el que pintaría un niño. Un caminito permite subir a su cima y desde allí, observar toda la isla y su vecina Lanzarote.

    La playa de La Francesa, un conjunto de tres pequeñas ensenadas bien protegidas y preciosas. La playa de la Cocina, debajo de Montaña Amarilla que describe el color de ese volcán al que también se puede acceder y así podría seguir con playa Alhambra paraíso de surfistas, Los Conejos una minúscula playita rodeada de lava volcánica negra, la playa de Pedro Barba...

    Han vivido intensamente con lo mejor que tienen dentro: su alma

    Solo estar allí ya le hace a uno recobrar la cordura porque lo único que se oye es el rugir del mar y del viento. Pero lo mejor de esta visita han sido mis seis inmersiones. Encontré a un grupo fantástico de ocho submarinistas que me adoptaron. Se habían conocido en el Mar Rojo y seguían viajando juntos para compartir con el mar sus secretos. Y allí surgió una conversación sobre qué era lo que más nos gustaba de las inmersiones. La primera reacción humana es buscar las diferencias y lo que pueda sorprender al otro: hemos visto un Chucho (una raya de las Canarias) enorme o un angelote (tiburón ángel) o...

    Pero la conversación enseguida fue profundizando hacia otros derroteros, no sobre lo que veíamos sino lo que sentíamos y coincidíamos que los bancos (cardúmenes) de peces nos fascinaban. Allí los Roncadores, unos peces azulados con las aletas amarillas forman masas enormes en las que, con paciencia infinita, respirando poco y moviéndose lentamente nos permiten adentrarnos en ese ballet de innumerables peces iguales hasta que el cristal de nuestra máscara se tiñe de amarillo. Otros bancos de peces más pequeños y movimientos más rápidos nos hacen enmudecer por su belleza y los reflejos plateados del sol en sus escamas.

    Seguimos conversando y finalmente lo que descubrimos es que la ingravidez era lo que nos hacía volver repetidamente a enfundarnos en neopreno, ponernos un jaquet, una botella y saltar al mar para que nos engulla poco a poco, muy lentamente. Es esa, la ingravidez, la sensación que culmina el proceso de los tres escalones de los que muchas veces les he hablado en estas líneas: primero lo obvio: el pez más grande, el que no habíamos visto nunca... es lo que denominamos instrumental o lo que es. Cuando vemos a una persona, es su carrocería, su exterior en lo primero en lo que nos fijamos.

    Lo segundo que registramos son las emociones que nos provoca el lugar o la persona con la que estamos. En nuestras inmersiones en La Graciosa, fueron los bancos de peces que nos hicieron sentir que formamos parte de un universo maravilloso, muy diferente del habitual y se nos ponía la piel de gallina por esa aceptación en su baile inacabable. Ese es el segundo escalón de nuestro despertar: las emociones.

    Y cuando ya habíamos hablado de nuestras experiencias con los cardúmenes, la más joven de todos dijo: pero a mí lo que más me gusta es esa sensación de ingravidez y el silencio allí abajo. Y he ahí el tercer escalón del descubrimiento de nuestro ser más íntimo: lo central, lo trascendente. Porque ¿qué pasa allí abajo? ¿Qué es lo que nos atrapa y no nos permite pasar mucho tiempo sin sumergirnos? Mucha parte de la culpa la tiene el dominar la ingravidez de nuestro cuerpo a base de la respiración y disfrutar subiendo cuando aspiramos y bajando cuando expiramos, manteniendo una flotabilidad neutra nos da esa sensación de estar volando y de que el cuerpo no pesa, sino que simplemente se desplaza en ese medio líquido.

    ¿Y el silencio? Una vez más ese no oír más que nuestra respiración nos lleva a un estadio de meditación y de conciencia de nuestro ser más profundo que no tiene precio. Solo tienen ustedes que ver las caras de quienes emergen de una inmersión para darse cuenta de que lo que han hecho allá abajo no ha sido solamente mirar, sino que han vivido intensamente con lo mejor que tienen dentro: su alma.

    Xavier Oliver es profesor del IESE Business School

    Comentarios
    Multimedia Diari