La felicidad es irresistible... Dando clase esta semana he tenido la certeza de que cuando nos quitamos la careta y nos sale la respuesta del corazón, lo que esperamos los humanos es ser felices. Y si apretamos un poco más en las preguntas, el estar rodeados de gente feliz es como el paraíso.
O sea, lo que vengo diciendo desde hace tiempo: que, a pesar de las desgracias y los inconvenientes, problemas y vicisitudes, seguimos siendo fieles a querer ser felices antes de cualquier otra cosa. Pero no es lo mismo estar contentos de que ser felices. Lo primero es pura adrenalina, muchas veces pasajera, lo segundo es un estado de ánimo que se contagia a quienes nos rodean.
Y vinculado a la felicidad aparece inmediatamente el positivismo. Definitivamente también nos agrada vivir con gente optimista a nuestro lado. A los que llevan nubarrones negros sobres sus cabezas intentamos ayudarles, pero nuestra clara preferencia es a rodearnos de gente que ve el vaso medio lleno y no medio vacío.
Esa certeza la tengo desde hace años, pero en las clases que impartí en un postgrado de la Universidad de Navarra me cercioré una vez más de que «el buen rollo» es una de las prioridades en nuestro panel de elecciones, tanto al buscar trabajo, como en el departamento, en nuestros hobbies, con nuestras amistades... Y no significa que no seamos conscientes de las desgracias, pero el esfuerzo debe estar centrado en ayudar y seguir adelante contagiando felicidad.
No hay salida. La amargura es una desgracia mayúscula y parece que los psicólogos y psiquiatras trabajan mucha parte de su tiempo en sacar a la gente de los pozos a los que han caído. Gente en las mismas circunstancias lo pasan mejor que quienes caen en la depresión. Finalmente, todo parece ser un problema de actitud ante la vida.
Últimamente perdía a un amigo amado y muy cercano a mi corazón. Evidentemente lloré y me quedé perplejo ante esa súbita pérdida, pero al darme cuenta de que no podía hacer más que acompañar a los íntimos compartiendo la tristeza, volví a trabajar en mi tarea: hacer felices a los demás. Dicen que las actitudes son muy difíciles de cambiar. Y yo no estoy de acuerdo porque, aunque sea difícil, se puede.
Las actitudes están regidas por nuestra mente y la carga de la tradición, las costumbres, la situación familiar y el tipo de educación pueden condicionar fuertemente cómo vemos la vida. Sin embargo, como les refería anteriormente, en mis clases conseguí que algunos de los asistentes me contasen que habían tomado la decisión de que hacer felices a los demás era la tarea más importante de su vida. No saben la alegría que me dieron, porque habían aprendido que solamente se cambia de actitud cuando se antepone a nuestra actitud un bien superior.
Si creemos que hacer felices a los demás es nuestro objetivo prioritario, descubriremos que debemos ser felices para poder hacerlo. Seguramente descubriremos que debemos escuchar más, dedicar más tiempo a los demás, debemos cuidar a nuestro parientes y amigos y así sucesivamente... Y eso requiere un cambio de actitud que nos saca de las zonas adquiridas de confort y nos llevan a luchar por algo que vale la pena.
Trasladar ese cambio a la empresa es difícil porque requiere cambiar la manera en que lideramos y la forma en que dirigimos. Eso también lo analizamos esta semana. Lo métodos aprendidos de gobierno parece que ya no funcionan con las nuevas generaciones y que la satisfacción en el puesto de trabajo depende de otros factores. Pero aquellos que lo han intentado y quienes lo han conseguido, han cosechado logros extraordinarios: cohesión, creatividad, ímpetu, pasión y mayor eficiencia.
Espero que todos nos demos cuenta de que necesitamos aspirar a un ideal más alto para vencer a la pereza e indiferencia. Si lo hacemos, este mundo será un sitio mucho mejor para vivir.
Xavier Oliver Profesor del IESE Business School