Eurovisión 2025 en clave geopolítica: mucho más que música y frikis
La polémica participación de Israel, la exclusión de Rusia, la canción pacifista de Ucrania, el boicot de Turquía... El festival europeo de la canción no es solo un concurso musical lleno de ritmo y pirotecnia. También es política.

La representante de Israel en Eurovisión, Yuval Raphael, entre banderas israelíes y palestinas, en un acto promocional del festival en Basilea, Suiza.
Eurovisión no es solo un festival de música, un escaparate para los ‘frikis’ más curiosos de cada país, o una ocasión para compartir una cena con amigos ante la televisión. Desde su creación en 1956, el festival impulsado por la Unión Europea de Radiodifusión (UER) ha sido espejo de las tensiones geopolíticas, alianzas y transformaciones del continente. Y también de más allá de sus fronteras.
No se trata solo de los pactos de votos que siempre salen en tertulias y conversaciones de bar: los escandinavos que se premian entre ellos, que Portugal y Andorra siempre den 12 puntos a España, los tejemanejes entre países de la antigua URSS, la alianza de los países balcánicos... El trasfondo diplomático y político de Eurovisión es más amplio y profundo. Y es una tónica constante desde su fundación hasta hoy.
Ausencias sonoras
Este 2025 es notoria la exclusión de Rusia en la competición, de la que lleva apartada desde 2022 por la invasión de Ucrania. También hay clave política en las simpatías que suscita este país entre telespectadores y jueces, que ya lo beneficiaron en la edición de hace tres años en Turín, coincidiendo con el inicio de las hostilidades. En esta ocasión, el grupo ucraniano Ziferblat se presenta al concurso con una canción claramente reivindicativa: «Bird of Pray», en la que hablan del deseo de volver a casa y recuperar las conexiones rotas por la guerra y el exilio.
Involucrada también en el conflicto está Bielorrusia, aliada de Moscú. Fue expulsada de Eurovisión en 2021 por los ataques a la libertad de expresión y de prensa del dictador Aleksandr Lukashenko, lo que llevó a la UER a vetar la participación de la televisión estatal BTRC. Su apoyo a Rusia en la guerra ha terminado por cerrarle las puertas al certamen.
Este año también se ha denegado la participación a Kosovo, que ha denunciado su exclusión «por razones políticas». La UER ha justificado la decisión en que su emisora pública, RTK, no es miembro de pleno derecho del organismo, requisito imprescindible para competir. Sin embargo, la falta de reconocimiento internacional del país, especialmente por parte de varios miembros de la Unión Europea, está en el fondo de la cuestión.

Los representantes de Ucrania, el grupo Ziferblad, el pasado 11 de mayo en Basilea, Suiza.
Otra ausencia significativa es la de Turquía, que debutó en 1975 y ganó en 2003. El país no participa desde 2013, oficialmente por desacuerdos con el sistema de votación. Pero su retirada responde más a su rechazo a los valores liberales que representa Eurovisión, en especial en lo referente a la comunidad LGTBI, y a la deriva religiosa de su gobierno.
La hoguera en medio del salón
Pero si hay un país que genera polémica cada año, ese es Israel. Su participación siempre resulta problemática, no tanto por no formar parte de la Europa continental, sino por el conflicto con Palestina. Este año, con la guerra en Gaza aún activa, Israel presenta una canción con intencionalidad política, interpretada por una superviviente de las matanzas del 7 de octubre.
Yuval Raphael sobrevivió al ataque de Hamás en el festival Nova escondiéndose entre cadáveres. Con la canción «New Day Will Rise», cantada en francés, inglés y hebreo, la delegación israelí quiere transmitir la tragedia del ataque, pero desde una posición de fortaleza.
Pese al drama del 7 de octubre, muchos no olvidan que Israel mantiene una campaña militar en Gaza, además de un historial de ocupación y represión sobre el pueblo palestino desde hace más de setenta años.
El pasado jueves, seis personas fueron expulsadas del ensayo de Eurovisión por abuchear a Raphael portando banderas palestinas. La edición de 2024 ya fue polémica por los pitidos durante la actuación de Eden Golan, representante israelí. Entonces, la ofensiva en Gaza había causado más de 30.000 muertos. Hoy supera los 53.000, incluyendo muchas mujeres y niños.
En esa edición, celebrada en Malmö (Suecia), la UER prohibió la entrada y exhibición de banderas palestinas –también de la Unión Europea–, llegando a expulsar a eurofans por portarlas. Este año, se permiten todas las insignias legales en Suiza, aunque la organización insiste en preservar la neutralidad política del evento.
Todo es política
Más allá de las polémicas, Eurovisión ha demostrado ser una herramienta de cohesión europea desde sus orígenes. Nació –precisamente en Suiza– como una iniciativa para unir a los países de Europa Occidental mediante la cultura, en paralelo a instituciones como el Consejo de Europa y la CECA. De hecho, los países que participaron en la primera edición de 1956 –Francia, Alemania Occidental, Italia, Bélgica, Países Bajos y Luxemburgo– fundaron al año siguiente la Comunidad Económica Europea (CEE), germen de la actual Unión Europea.
Eurovisión ha funcionado como escaparate cultural común, incluso más allá de la UE, y por eso incluye a países como Israel. Ha mostrado el avance del inglés frente al francés como idioma global, ha dado visibilidad a pequeños países como Malta o Islandia, ha acercado a las repúblicas exsoviéticas a Europa, y ha sido una plataforma para los valores europeos.
La música, los frikis, los bailes, las votaciones, la pirotecnia... todo es política.