Alumnos del Aura y Turó dan clases a refugiados ucranianos en Salou

10 marzo 2023 13:49 | Actualizado a 11 marzo 2023 07:49
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Nadiya (‘esperanza’, en ucraniano). Este es el nombre tras el cual se esconde un gran proyecto educativo y solidario que los alumnos de 4º de la ESO de las escuelas Aura y Turó de Tarragona llevan a cabo en el hotel 4R Salou Park Resort y en un antiguo convento de la Selva del Camp. Estos dos emplazamientos son, hoy, la esperanza de vida de cerca de setenta refugiados ucranianos que ven pasar los días mientras en su país continúan cayendo bombas a diario. Pero viven aquí, en España, y por ahora deben enfrentarse a un nuevo entorno, a una nueva cultura y a comunicarse con un idioma que les es completamente desconocido.

Los chavales del Turó y Aura quieren ayudarles. Por eso nació Nadiya, un proyecto que forma parte del Aim for Change, de la Institució Familiar d’Educació de la escuela. Jose Luís Gálea es uno de los tutores de 4º de la ESO, además del coordinador de la ESO y Bachillerato en el Turó: «Cada año, en la asignatura Aprenentatge i servei, realizamos alguna actividad solidaria. Este curso la hemos bautizado bajo en nombre de Nadiya, damos clases de castellano y catalán a estos refugiados ucranianos y aportamos nuestro granito de arena para que tengan una vida un poco mejor», explica.

Desde el mes de enero, un grupo de alumnos, rotativo para que todos participen, acude cada lunes y miércoles por la tarde al hotel de Salou, mientras que los martes y los jueves otro grupo se desplaza hasta el convento –cedido por el arzobispado y rehabilitado para acoger a los refugiados- de la Selva del Camp. Allí, durante más de una hora los chavales, bajo la coordinación de los tutores de su curso y tutelados por la profesora de castellano y Máster de lengua extranjera (DELE), se ponen el ‘traje’ de profesor y les enseñan los conceptos básicos de nuestro idioma para que puedan defenderse en situaciones tan cotidianas como salir a comprar o ir al médico.

Así es cómo les enseñan

Joan, Gemma, Iria y Javier ya han dejado su huella en los corazones de estos refugiado ucranianos. Todos han ido ya a enseñarles e incluso Iria ha repetido. «El primer día estaban completamente perdidos», explica, pero «la segunda vez que fui se lanzaron un poco más a la hora de hablar. Existe una evolución, y es muy buena».

Cuando en enero arrancaron con el proyecto Nadiya, estos chicos y chicas se encontraron con más de medio centenar de personas que no conocían en absoluto nuestro idioma. Con un dossier muy gráfico, comenzaron a introducirles vocabulario de primera necesidad entrelazando verbos con palabras. Javier sostiene que «insistimos mucho en que sepan utilizar los verbos ‘ser’, ‘estar’ y ‘tener’ porque son básicos para desenvolverse en la vida diaria. A partir de aquí introducimos vocabulario. Mi grupo por ejemplo les explicó cómo decir ‘tengo fiebre’, por si en algún momento, ellos o sus hijos necesitaban acudir a un médico».

$!El logo de ‘Nadiya’. foto: Cedida

La base de esta enseñanza se hace en castellano, pero, Joan reconoce que aunque «las clases que damos son de castellano, ellos también se interesan mucho por el catalán. Quieren adaptarse al lugar dónde viven y tienen muchísimas ganas de aprender». Tal esta esta voluntad que, para comunicarse con ellos «no utilizamos casi nunca el inglés», explica Javier. «Ellos mismos nos pidieron desde el primer día que les habláramos en castellano para intentar entendernos. Sólo si algún día hay algo que les cuesta mucho, sí que usamos el inglés o algún traductor online», pero «es algo excepcional».

Valores y crecimiento

Tras dos días impartiendo clases, la satisfacción que se lleva Iria al ver que sus acciones tienen resultados tan bonitos es incalculable, porque los esfuerzos que tanto ella como sus compañeros están invirtiendo en ayudar a estas personas están valiendo mucho la pena. Javier reconoce que «hemos visto que enseñar no es tan sencillo, muchas personas diferentes deben entender lo que intentas explicarles, y esto no es fácil». Pero de la experiencia, Javier se lleva lo mejor: «un poco más de humanidad», así de claro y contundente. Y es que «hay gente que pasa por situaciones muy graves... Si puedes ayudar, deberías hacerlo», sentencia.

La humanidad de la que habla Javier es la empatía a la que se refiere Gemma cuando habla de ese «granito de arena que aportamos a personas que tienen u problema realmente muy grave. Con esta experiencia estamos aprendiendo a empatizar con ellos y queremos ayudarles a integrarse y que se sientan parte de nosotros». Finalmente, Iria ve un valor añadido en los refugiados: «A pesar de pasar por la situación en la que están, te sonríen y no pierden nunca las ganas de aprender». Ellos también enseñan.

Y qué es eso que nos enseñan. Valores -esa empatía-, crecimiento personal, un aprendizaje para amar lo que tenemos y, en definitiva, aprender a vivir. Jose Luís Gálea recuerda una conversación con una de las refugiadas: «Me decía que ven pasar las horas del día en función de lo que va sucediendo en Ucrania. Ella habla cada noche con su marido, que es militar, y cuando suenan las sirenas se refugia hasta que puede volver a hacer vida normal. Son conversaciones muy duras. Si con estas clases podemos hacer que se evadan un poco de todo esto, ya podemos estar satisfechos».

Los orígenes

Nadiya, el nombre de la esperanza

El origen del proyecto Nadiya se remonta al verano de 2022. Entonces, el catedrático de Lengua y Literatura Española, Secundino Llorente, supo de la situación de estos refugiados y de las ganas que tenían de aprender español, así que «empecé a dar esas clases de una forma no muy organizada». Pero al terminar el verano, Secundino tuvo que marcharse a León. Entonces, contactó con una ex alumna suya, Mónica Espinilla, la esposa de José Luis. A partir de aquí, todo fue sobre ruedas: Jose Luis trasladó la idea de que fueran los alumnos del Turó y Aura quiénes impartieran las clases. y nació Nadiya, la esperanza para estas personas. Pero la historia no termina aquí. Durante las clases, Secundino supo que todas querían trabajar, necesitaban hacerlo. Así que habló con el director del hotel Salauris, a quién en ese momento le faltaba mano de obra. «Conecté a los ucranianos con la dirección de la cadena H10 de hoteles de Salou y todos están en este momento contratados para trabajar y al próximo verano. Ha sido el colmo de mi alegría», concluye.

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