Los protagonistas de Licorice Pizza, la película más reciente y luminosa de Paul Thomas Anderson, se conocen caminando, sus caminos, que marchan en dirección opuesta, se cruzan y no dejarán de hacerlo a lo largo de toda la película.
El título hace referencia a una tienda de vinilos del valle de San Fernando, Los Ángeles (donde creció PTA), pero en la cinta no aparece ni una sola vez una de esas tiendas. Sí aparece el valle, toda la película transcurre ahí, y sucede además en una época muy concreta, 1973, que tiene algo de reconstrucción de un paisaje de infancia. Coincide con la crisis del petróleo que dará al traste con el primer negocio que los protagonistas emprenden, una tienda de colchones de agua.
Pero tal vez estamos corriendo demasiado: aún no hemos dicho que la película es una comedia romántica cuyos protagonistas, Gary (15 años) y Alana (25), se buscan y se rehúyen a lo largo de todo el tiempo que transcurre en la película, que por otro lado no sabemos exactamente cuánto es, ¿unos meses?, ¿años?
El amor –evito decir su historia de amor porque, como explica de manera exquisita y clara François Bégaudeau en su provechoso podcast La gêne occasionnée, una de las cosas que hace PTA en Licorice Pizza es ir contra la narrativa, negar las historias de amor: de ese sintagma lo que es mentira, dice Bégaudeau, es historia, no amor– entre Alana y Gary se cuenta a través de episodios que tienen más que ver con negocios que con el amor en sí mismo.
Por eso se reprocha a PTA que en esta película no filma el verdadero asunto del que trata, el amor. Lo que sucede es que lo cuenta de otra manera, usando esas aventuras que tienen que ver con los negocios y el emprendimiento y que llevan a Alana y Gary a la tienda de colchones de agua, que culmina con el episodio brillante del camión sin gasolina, a castings, a un voluntariado en una campaña política o a un salón de pinball.
Alana y Gary se cruzan en el instituto: ella le ofrece un espejo y un peine antes de hacerse la foto de fin de curso –¿el amor nos hace enfrentarnos a nuestra imagen y querer ser mejores?–, y Gary decide casi en ese momento que quiere casarse con ella.
La invita a cenar y ella se ríe un poco: le saca diez años. Pero acude a la cita, y en el bar nada es como se supone que sería en el caso de los adolescentes: Gary se comporta toda la película como un adulto, tiene trabajo, monta negocios, se ocupa de su hermano. Alana vive con su familia judía y celebra el sabat y quiere escapar de ahí, sea lo que sea ese ahí: la familia, las circunstancias, la clase social.
Alana Haim y Cooper Hoffman, los actores protagonistas, resultan uno de los grandes hallazgos de la película por su naturalidad y frescura. Él es hijo del actor Philip Seymour Hoffman; ella, miembro de la banda HAIM, para la que PTA ha rodado algunos videoclips, y está arropados por actores como Maya Rudolph, Sean Penn, Tom Waits o Bradley Cooper.
Sin ellos, su ambigüedad y su irresistible encanto, Licorice Pizza sería otra película menos luminosa. Lo interesante de esta película, más allá de las preferencias personales, está en adentrarse en los otros caminos que va descubriendo PTA para contar el amor de dos muchachos hasta llegar al clímax final de la carrera del uno hacia el otro, por fin, sin otro objetivo que encontrarse.