Ana R. Cañil: «Orwell se marchó sin entender la división en este país y todavía no está resuelta»

La periodista y escritora propone en Los amantes extranjeros (Espasa), un viaje por España de la mano de grandes escritores, desde Stefan Zweig a Ernest Hemingway

06 agosto 2022 13:20 | Actualizado a 06 agosto 2022 15:15
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Washington Irving, Stefan Zweig, Richard Ford, Ernest Hemingway, Jan Morris o George Orwell se llevaron su particular visión de España en diferentes épocas en que la visitaron. Una mirada que ahora la periodista y escritora Ana R. Cañil recupera en Los amantes extranjeros (Espasa). «Nos amaron tanto como nos despreciaron o compadecieron», destaca.

Los escritores extranjeros no dejan muy bien a España.
Depende de algunos. La mayoría de los románticos del XIX, sobre todo franceses e ingleses, que llegan tras la Guerra de la Independencia, vienen directamente buscando el exotismo español, ese tópico de Carmen, la morena de ojos negros, rasgados y toreros. Es el caso de Victor Hugo, por ejemplo. Además, cuando no lo encuentran, exageran y se lo inventan porque la mitad de los atracos de los bandoleros no existieron. En esto influye que los románticos empiezan a hacer los primeros libros de viajes por encargo. Entonces, publican por capítulos con lo cual, visten un poco lo que escriben, disfrazan la atmósfera y crean ambientes, esto por un lado y por otro, se encuentran una España machacada por la guerra, por Fernando VII y por el Carlismo. Los románticos critican especialmente a la aristocracia y a la monarquía y se llevan muchos prejuicios, que hacen mucho daño a la imagen.

¿Y a la Iglesia?
Sobre todo los protestantes, los británicos. Los americanos, como Georges Ticknor, que es el primer hispanista que crea en Harvard una cátedra o Washington Irving, que tienen menos prejuicios que británicos y franceses, se quedan alucinados del poderío de la Iglesia, del esfuerzo por mantener al pueblo en la ignorancia. Pero siempre salvan a los españoles de a pie, excepto en las pillerías. Salvo Richard Ford, en ocasiones concretas.

«Siempre he tenido la manía de viajar con escritores. Con el tiempo, me topé con los guiris y esa otra mirada me fascinaba. Me parecía mucho menos pesimista»

¿Qué dijo?
Nos consideraba unos inútiles. Él, que era un enamorado del Duque de Wellington, recorrió España hacia la mitad del siglo XIX y dijo que habíamos expulsado a los franceses gracias a Wellington y no a las guerrillas, cosa que en cierto modo es verdad. Luego su obra se convierte en un referente para todos los viajeros británicos y norteamericanos. Y la displicencia con que trata a los españoles pillos también, a las hordas de pordioseros que piden en las puertas de la Catedral de Sevilla. Pero también retrata el español quijotesco, el honor y todo ese tipo de cosas.

Jan Morris pide una autocracia.
Todo cambia radicalmente en los años 30. Esta displicencia y compasión sobre los ciudadanos españoles cambia cuando llegan los corresponsales en vísperas de la proclamación de la Segunda República y durante toda la Guerra Civil, que entonces nos convertimos en gente muy admirada y luego vuelve a reventar en los años de la dictadura. Jan Morris, que primero fue un señor y luego una señora, viaja por España en los 60 con entonces su mujer y algunos de sus hijos, en una furgoneta. Y ocurre esa cosa tan irresponsable que a veces hacemos todos, de que en una semana quieres formarte la imagen de una ciudad o de un país. Cuando se va de España, ella se atreve a decir que los españoles somos un pueblo que amamos la autocracia, que no sabemos vivir si no es bajo mano dura. Y para mí, esa frase es bastante hiriente. Además, Morris jamás rectificó. Llevamos medio siglo de democracia y creo que la situación es la contraria a la que ella apuntó.

Hemingway y Orwell. ¿Todos los caminos llevan hasta ellos?
Sí. Aunque son muy diferentes. Hemingway nos ejerce fascinación porque lo hemos vivido, por lo menos yo, desde la adolescencia, aunque es un personaje que posteriormente, en las últimas décadas, ha sido bastante denostado. Primero retrata la Guerra Civil, luego la Segunda Guerra Mundial y en los años 50 se olvida de la promesa de no pisar España mientras gobierne Franco y va a los Sanfermines, con ese pañuelo rojo y esas fotos, cuando comprueba que Franco no le va a perseguir porque es un gran exportador de imagen y de libertad. Dicho esto, cuando volví a recorrer los lugares de Por quién doblan las campanas me quedé anonadada, descubrí ese machista, que ya suponíamos que era. Te deja aplastada, aunque lo pongamos en su contexto.

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¿Y Orwell?
Es otra cosa. Me parece mucho más interesante, más complejo y más profundo, también por su obra. Mientras que Hemingway se ha desdibujado, 1984 o Rebelión en la granja las tenemos todos los días. Llevamos años tirando de las citas de Orwell y de su obra. Sus distopías ya son realidades. Esos días que me fui a seguir las páginas de Orwell, de Barcelona y de Catalunya, fueron también dolorosas porque recuerdas episodios tan absurdos para la izquierda como la persecución al POUM y a los trotskistas, por parte de los comunistas y lo poco que Orwell lo entendía, un idealista que había venido aquí gratis, a luchar por sus ideas a favor de la República. Son capítulos muy tristes como la escena en la que Orwell, de noche, está en una terraza vigilando a los milicianos del PCE, una vigilancia estúpida, mientras al fondo hay tiros y la guerra. Orwell es todo. Además, te parte el alma porque quitándole toda la razón a Jan Morris, hay una esencia en él y es que se marcha sin entender la división en este país. Creo que no está resuelta y cada día lo vemos.

Últimamente Borges me aparece por todas partes.
Los escritores pasan de moda y vuelven. Borges siempre será Borges, aunque yo no soy una borgiana en absoluto, rompo todos los tópicos. Era un genio y un personaje estupendo y maravilloso, pero lo que me sorprende es que en Sevilla, donde residió dos años al final de su adolescencia, no hay apenas rastro de él. Solo encontré la calle donde vivía. Me dejó un poco perpleja, que todavía queden huecos que no nos cubren a los mitómanos. Al fin y al cabo es un poco mitomanía. Por una parte, perseguir a los mitos y por otra, descubrir cómo nos han mirado.

«Jan Morris dijo que los españoles somos un pueblo que amamos la autocracia, que no sabemos vivir si no es bajo mano dura. Y jamás lo rectificó»

¿Es un libro mitómano?
En una parte, sí. Siempre he tenido la manía de viajar con escritores. Con el tiempo, me topé con los guiris y esa otra mirada me fascinaba, me parecía mucho menos pesimista en muchos aspectos que esa chepa tan grande que nos echamos encima con los del 98 y los del 27. Los del 98 marcaron a los de mi generación con su visión de esa España triste, oscura y resignada, la última pérdida del Imperio. Y el optimismo de los del 27 lo hundió la Guerra Civil. Los guiris le daban otra chispa, les hacía mucho menos daño porque la veían a distancia.

¿Lo ha superado?
Sí. Puede que influya también el hecho de que he vivido fuera, es cuando te das cuenta de los prejuicios que tenemos. No hay que ser ni tan chovinistas como los franceses, que son patéticos en muchas ocasiones, ni tan impertinentes como los británicos, pero es que nosotros practicamos la autodestrucción. Tenemos complejos nacionales que han estado justificados porque hemos soportado 40 años de dictadura, pero lo que hemos hecho en los otros cuarenta y tantos años, desde el 76, no lo ha hecho nadie. Nos pueden decir que la Transición tiene defectos. Pero es que si no los tuviera, no hubiera sido una transición, hubiera sido una ruptura. Ahora estamos aquí, con ayuda de Europa, por supuesto, la que nos escatimaron y no nos prestaron con la caída de la República y la Guerra Civil. Lo que hemos hecho ha sido brillante, de una madurez increíble, aunque con errores de fondo, porque el tema de la memoria no se ha resuelto. Pero, ¿por qué no nos queremos un poco más? Somos europeos, asumiendo nuestras características y nuestro ADN. Ya está bien de fustigarnos.

¿Se le ha quedado algún escritor en el tintero?
Muchos. Por ejemplo, Josephine Brinkmann, Edmundo de Amicis, Vita Sackville-West, Victor Hugo o Mercè Rodoreda. Es una tarea para una vida.

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