Un niño napolitano que mira por la ventana y fantasea con ser poeta, una niña de pelo de color azabache que baila en el balcón de enfrente y un amigo con el que batirse en duelo: así comienza la historia de tres personajes cuyos destinos quedan inextricablemente unidos para siempre. Los dos chicos, enamorados al instante de la Milanesa, como se refieren a la misteriosa muchacha, se embarcan en una batalla a muerte por su atención. Años más tarde, ya en la universidad y alejados del mundo de la infancia, los caminos de los dos compañeros se vuelven a cruzar. Es la historia que centra la última novela del escritor napolitano Domenico Starnone, Vida mortal e inmortal de la niña de Milán, publicada por Lumen.
Esta entrevista se hizo con la traducción simultánea de Giampaolo Sponza.
La novela lleva a un Nápoles, que puede ser un pueblo de aquí, con ese anhelo de salir de una clase social.
Sí, naturalmente en una primera fase es algo muy confuso. Es decir, el niño quiere irse del mundo donde ha nacido y crecido, y esto lo refleja, sobre todo con la abuela, a la que ve como a una persona fea, vieja, ignorante y sierva de la casa. Es el mundo del que huye. Quiere subir para entrar en el de la niña que está en el palacio de enfrente. Una niña que habla ese idioma maravilloso que es el italiano y no el dialecto, el napolitano. La niña sabe bailar, es muy elegante, su abuela es guapa y sus padres son cultos. Es decir, en pocas palabras, es el mundo donde él entiende por instinto que se vive mejor que en el suyo.
Sin embargo, ¿el niño se arrepiente de todo eso, de pensar en la abuela así?
Sí, luego cambia, cuando el personaje descubre que su abuela había sido guapa y esto le ‘estropea’ la pintura que se había hecho. Después se apunta a la universidad y descubre que el mismo idioma de la abuela, del que quería escaparse, se había convertido para los profesores en algo importante, en un idioma que había que registrar, que había que estudiar. En este proceso, no solo el niño cambia su mirada, sino que modifica la de la abuela misma, como si gracias al nieto de repente se empezara a ver como una persona con dignidad y no como la sirvienta de casa.
¿Cómo está actualmente el napolitano respecto al italiano?
El napolitano, como todos los demás dialectos, ha ido evolucionando con el tiempo, se ha modificado. Por ejemplo, las palabras de la abuela que aparecen en el cuento, hoy en día están muy desconocidas con respecto al napolitano que se utiliza actualmente. Los dialectos son idiomas vivos, que evolucionan. Sin embargo, hay distancia con el italiano culto, distancia que está ahí desde los orígenes y que es cada día más grande. El italiano de los libros, de la tradición, especialmente en la escritura, es un idioma muy rico, complejo. Luego tenemos el italiano estándar, que es una adaptación de esa complejidad y finalmente, tenemos los dialectos que son formas marginales y a menudo, como vemos en el libro, un obstáculo para llegar a la posesión real del idioma italiano.
Como el idioma, la sociedad evoluciona y el niño se pregunta qué queda de aquella abuela guapa. Era otra persona.
Los idiomas cambian junto con los que los hablan. Es decir, quien habla un idioma se adapta, se modifica debido a su estatus social, a los estudios, a las experiencias. Los seres humanos cambian de forma más intensa, más íntima porque sobre nosotros actúa y trabaja no solo la sociedad, el estatus social, sino también el tiempo, la vida. La abuela, muy guapa de joven, no se modificará mucho a nivel lingüístico, pero sí que tendrá un cambio muy evidente a nivel físico en su cuerpo. A los ojos del niño, el descubrimiento de que la abuela de la foto es la persona que él conoce desde pequeño es algo traumático, pero es algo que arranca una forma de pensar totalmente nueva, no solo por lo que atañe a la abuela, sino a todo el mundo con el que está viviendo.
El niño se humaniza...
Crece. Y comienza poco a poco a enfrentarse cada día a retos más grandes. El problema central es, aparentemente, la muerte de la niña. Pero el problema verdadero es cómo envejecemos, cómo cambiamos, cómo nos convertimos en personas irreconocibles para nosotros mismos.

¿Los muertos nos acompañan siempre?
La abuela perdió el marido a los 22 años, pero sigue estando allí, en la caja de metal debajo de la cama donde guarda sus fotos y sus objetos. Le habla al niño de ese bastón del abuelo, de tal manera que el niño lo amplifica y se convierte en una espada. Es una mezcla continua que acontece, no solo en la infancia, sino en toda nuestra vida, donde datos reales están reelaborados por la fantasía, se procesan a través de la fantasía y adquieren un orden menos real y más fantástico.
Usted ha escrito sobre la familia. Aquí también aparece un yerno poco generoso. Pero, sobre todo trata de la amistad. ¿Conserva muchos amigos de cuando era niño?
No. De mi infancia no conservo ninguna amistad, pero algunas, tres o cuatro de la adolescencia, han seguido estables y me han acompañado durante toda mi vida. Y esto es bonito porque es un mecanismo corrector para ese proceso al que me refería antes. Es decir, esta tendencia de todos a intentar reorganizar la vida según nuestras necesidades de supervivencia. Entonces, allí están los amigos para decirte ‘no, no era así’. O bien ‘sí, así era’. Tener unos testigos estables de tu vida es interesante porque es un sistema de corrección. Estar dentro de un orden preestablecido que no se modifica, estar con los que siempre nos dan la razón pues es algo muy peligroso. Siempre hay que abrirse a los demás, lo más posible.
¿Qué quiere decir la abuela con sus silencios, que son muchos?
La familia que cuento es la familia que subsiste a partir del varón padre. Todas las mujeres son las sirvientas de forma automática, especialmente la abuela, que está encerrada en sus silencios porque cada palabra que pronunciara generaría un conflicto con el yerno, así que el silencio evita este conflicto. A todo esto hay que añadir que los silencios de la abuela son a menudo acerca de cuestiones que no se pueden solucionar.
¿Por ejemplo?
Mientras el niño se cuestiona sobre la muerte, intenta buscar palabras con las que definirla y al final, la abuela va a solucionar el problema con un simple gesto. Dice: Moriré y me convertiré en este perejil que estoy picando en este momento. En este caso es más importante el gesto que la palabra. Por otra parte, las palabras también muestran fragilidad. Así, el niño, en cierto momento, tiene miedo de poner por escrito las palabras que ha escuchado de la niña porque tiene la impresión de que haciéndolo no enriquecerá el discurso y lo quiere agrandar, no achicar.
No menciona el año en que transcurre la novela.
No. Pero sin embargo, se entiende que el arco temporal va de 1952-1953 hasta 1964. Desde el colegio hasta el primer año de universidad. La historia se dilata en la parte final para indicarle al lector que el que la narra es un hombre mayor que no lo hace de forma objetiva, sino que ve su infancia como lo hace una persona mayor.
La universidad es un claro trampolín para salir de la miseria.
El niño que vimos en la primera parte del libro se convierte en el joven que va a la universidad. Y ese joven es el que ha soñado la abuela, que lo adora y que espera que él se pueda escapar de la fatiga, de la miseria, de esa clase en la que en muchos casos el estudio se convertía en un paso social importante, en la emancipación del trabajo duro, manual. Porque la abuela en su vida solo ha conocido el trabajo duro.
¿Cómo ve la situación política y social actual?
En todas las épocas, los intelectuales que reflexionaban acerca de la duración de la memoria, de la memoria de los desastres, de la guerra, de los exilios, matanzas, de ríos de sangre en las calles... cuando esto terminaba se conjuraban para que no aconteciera nunca más. Pero la duración de ese nunca más es aproximadamente de 70 años y entonces se vuelve a empezar con el conflicto entre los que tienen, que quieren tener varado el mundo a toda costa, y los que quieren cambiarlo para mejor, los que quieren que la gente viva mejor de como lo hacía en el pasado. Es un conflicto que se reproduce, es una especie de eterna batalla entre el bien y el mal, entre los que quieren mantener la injusticia porque la consideran como la forma más justa para vivir y los que se rebelan y quieren cambiarla. Y cuando esto ocurre vuelven a surgir cosas que parecían desaparecidas, fascismos y guerras. Es impresionante que en la mayoría de Europa, que ha conocido lo que ha conocido, hayan vuelto a surgir partidos neofascistas.
Él, como Orfeo, mira para atrás.
En el mito de Orfeo mirar es algo central. Mirar hacia atrás significa mirar hacia lo que hemos perdido y en realidad parece ser que mirando hacia atrás es posible recuperarlo. Pero Orfeo, precisamente, cuando mira hacia atrás ya no podrá volverlo a recuperar. Forzando el mito, podemos decir que todo mirar hacia atrás es en realidad el origen del desastre. El mirar hacia atrás no sirve para recuperar, sino que solo sirve para perder. Es mirar hacia adelante lo que te permite recuperar el pasado porque este se recobra volviendo a presentarlo en el presente. Es decir, es el presente el que al final decide qué perder para siempre y qué conservar. Es la forma de vida realizada, precisamente mientras se está realizando, lo que se puede salvar y que tira todo lo que nos hace daño.
En realidad, es una historia de amistad y deslealtad.
Es señal de cómo las amistades son relaciones complejas, que oscilan entre el cariño, la lealtad y la deslealtad. Las amistades son temas difíciles a los que enfrentarse. En el libro Lello es el compañero fiel de los juegos, pero es también la persona con la que hay mucha rivalidad.