Josep Piñol: La pulsión creativa

El artista visual Josep Piñol Curto compró una nave en Tivenys donde alejarse del ruido de las grandes ciudades y crear

22 enero 2023 18:40 | Actualizado a 23 enero 2023 19:39
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Suena Memorial de Michael Nyman. En realidad ha sonado durante tres meses seguidos, ocho horas al día. Una nave grandiosa, llamada La Warhol, enfrente mismo de un cementerio. Piñol, cabello oscuro rizado y ojos verde oliva, vestido de negro, se mira en un espejo, dibuja, se estira del pelo, piensa, llora, llora. Han hecho falta muchas horas y muchos días para llegar hasta aquí. En la nave se alza una mastodóntica cadera hecha de porexpan por unos artistas falleros que parece un fósil de un dinosaurio caído del cielo, y en el centro de la misma hay instalado un enorme carrusel mecánico donde giran unos intestinos formados por morcillas artificiales. Son retazos de lo que parece imposible, de un mundo onírico y algo macabro que sólo él (porque es el suyo) es capaz de materializar.

«Todo empezó el mes de mayo, después de un proceso a nivel personal. Tenía muchísimo dolor en la cadera. Llevaba muchos años acompañándome y después de muchas pruebas, mi historial médico es infinito, se decretaba que tenía que ver con una somatización de un conflicto emocional», explica. Habla con gravedad y con una pasmosa clarividencia en las palabras. Gesticula, concentrado. «Así que yo estaba aceptándolo por primera vez, que había algo dentro de mí que no puedo leer desde la consciencia. Luego acontecieron muchos episodios que me rompieron muy fuerte por dentro y dije «hasta aquí».

De forma que hizo lo único que podía hacer, que era precisamente lo que mejor sabía hacer: crear. «Decidí hacer la obra última antes de decir adiós o de pegarme un tiro en la cabeza. Me vi entre las cuerdas, no podía vivir así. Fue un último grito. Así que me jugué toda la pasta que tenía, me encerré aquí dentro y lloré muchísimo».

Y el resultado aún está gestándose. Es «Dolor. Anno Domini MCMXCIV», una gigantesca producción audiovisual pensada para una aplicación expositiva donde la concatenación de fotografía, escenografía y videoarte construyen el global de la obra. Pulmones, intestinos y cadera son los tres protagonistas de los tres actos que conforman la pieza. «Dolor» hace homenaje al sufrimiento agónico y explora la relación entre los lastres emocionales con los que cargamos y el impacto que éstos tienen sobre la construcción de nuestra propia identidad. La obra transita a través del sufrimiento para liberarse de aquello que no es inherentemente propio. En la pieza, el ser humano es entendido como animal de trabajo y objeto de carga, una idea que obsesiona a Piñol.

«La fotografía plantea diez personajes y cada uno de ellos representa un lastre o una carga emocional. Planteo conflictos en foto fija mientras el espectador está inmerso en la propia escenografía y cada acto luego se resuelve audiovisualmente», precisa.

«A veces tú mismo te autoimpones limitaciones. Por eso no juzgo lo que está llegando, lo que veo...»

Como en La Muda, su anterior exposición junto a la artista Greta Díaz que se pudo ver el 2021 en Lo Pati de Amposta, el proceso está siendo terapéutico. «Aunque en realidad te acabas mimetizando con lo que haces tanto que al final es una interpretación de ese dolor, pero no es del todo la realidad. Es un proceso largo de tiempo, y me he podido alejar de muchas ideas, y el hecho de trabajar con gente de muchas disciplinas diferentes me ayuda mucho: teatro, cine, ópera, escenografía... Somos 150 personas. Son muchos departamentos que coordinar y a nivel profesional y personal te exige mucho porque son muchos lenguajes diferentes que entre ellos tienen que hablar. Cada uno de los profesionales me enseña y estoy viviendo un intercambio increíble».

Piñol vive con dolor aún. No puede sentarse mucho rato y mientras habla va moviéndose y apoyándose en un caballete y cambiando de postura. Si le tildan de oscuro, no se molesta: «todos estos mundos que estoy generando van a ser negro sobre negro sobre negro. Lo veo así. Me he sentido mucho tiempo...», se detiene un instante, el viento hace crujir las paredes de La Warhol: «Me he sentido mucho tiempo, digamos, no más muerto que vivo, pero sí un poco muerto en vida. Estaba muy desconectado de mí».

Paralelamente trabaja en otros proyectos más pequeños «porque al final tienes que comer». Ha trabajado en múltiples países como realizador en la dirección de campañas publicitarias para clientes internacionales como Hilti Foundation, British Airways o Rituals Cosmetics. Sostiene que en los encargos no hay esa pulsión creativa tan genuina que sí nace en los proyectos propios y que crecen y toman forma en esta nave. «Es un proceso mucho más frío. Hay una diferencia muy grande, sólo con la libertad. Pero muchas veces esa propia libertad está coartada por los estigmas que tienes, y te das cuenta que tú mismo te autoimpones limitaciones. Por eso no juzgo lo que está llegando, lo que veo, las imágenes y movimientos que me vienen... Eso... Eso no lo puedo poner en duda».

Tenía claro que si volvía a les Terres de l’Ebre, lo haría a Tivenys, y compró la nave. «Una producción así en una gran ciudad sería difícil. Es cierto que tengo que desplazar todo un equipo, pero allí no hay ni el silencio ni el espacio tan necesarios en el proceso creativo. Aquí me alejo de lo que pasa en el mundo».

Encerrado en La Warhol, sigue creando sin parar. Enfrentado a él mismo, es un lugar donde temerle a todo y, a la vez, donde ya no temerle a nada.

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