Rosa Ribas: «La construcción es como un monstruo, latente, que cambia de forma y devora el país»

La creadora de la familia de detectives Hernández publica Lejos (Tusquets Editores), una novela que transcurre en una urbanización fantasmagórica en medio de la nada

04 agosto 2022 15:52 | Actualizado a 04 agosto 2022 22:50
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En una urbanización a medio acabar, como tantas, residuos de la salvaje burbuja inmobiliaria, una pequeña comunidad se esfuerza en hacer vida normal. Ellos viven en un extremo. En el otro, los okupas, esas personas que huyen, en ocasiones, de sí mismas. Precisamente a una de esas viviendas va a parar un hombre que arrastra un secreto, miedo y angustia. En la otra parte, una mujer intenta seguir con su vida, con la que le queda. Lejos es la nueva novela de Rosa Ribas (Tusquets Editores), que transcurre entre una atmósfera inquietante y llena de sorpresas. Una historia de amor nada convencional.

Aunque no es un thriller, mantiene su atmósfera.
Es curioso porque tenía muy claro que esta vez no quería escribir novela negra. Necesitaba un cambio de género, de tono y de estilo, aunque después me han dicho que la frase con la que arranca indica que va a suceder algo terrible.

Dice así: Él no sabía que pisaba un cementerio. Un cementerio clandestino, sin lápidas ni cruces, con solo dos muertos. Serían tres a su partida.
Creo que es una marca de la casa, parece que no puedo escribir sin muertos. Con esta pregunta abierta no caí en la cuenta de que quizás sugería un género que después no es. Pero, por otro lado, es un género que me gusta, con lo cual está bien que no esté claramente marcado qué va a ser. Cuando se va leyendo la novela y se ve quién es el tercer muerto, es bonito que el lector recuerde que se lo dije desde el principio.

Cada vez me cuestiono más que de los errores aprendamos. En teoría, de todas las crisis nos dicen que vamos a salir mejores, pero salimos igual de tontos

Hay dos protagonistas que están muy lejos psicológicamente, pero muy cerca físicamente y, sin embargo, no lo saben.
El reto en la novela, lo que la mueve es cómo estas dos personas, que están cada una en este lugar por razones muy diferentes, se van a encontrar. Ella varada, anclada, casi prisionera y él huyendo. Están cada uno en una punta de esta urbanización, que ya vemos que no es muy grande. Lo que ocurre es que en cada extremo se encuentran dos mundos completamente dispares. Por un lado, el de ella, el de los vecinos que viven ahí, que intentan, de algún modo, crearse una especie de vida social, de vida, casi de fingir una normalidad muy difícil. Por otro, el mundo donde está él, donde pensaba que estaría solo, y no se imaginaba que en esta parte ya estaban viviendo otras personas por motivos muy diferentes. Los vecinos consideran que en esa parte viven los otros, no saben muy bien ni quiénes son ni cuántos, pero les temen. Son dos mundos que quieren juntarse.

Es como la vida misma.
Sí. Definimos nuestro mundo siempre a partir de lo que no forma parte de él. Nos definimos con mucha frecuencia a la contra. Para que haya un nosotros necesitamos que haya un ellos. Y para los vecinos, ellos son los okupas, a los que ignoran por completo y por eso mismo les tienen tanto miedo. Son como unas presencias amenazadoras, como en nuestra sociedad. Siempre hay unos ellos que desconocemos y que nos dan miedo, que nos «ayudan», los necesitamos para construir un nosotros.

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Recupera la burbuja inmobiliaria, cuando parece que se ha quedado atrás. Y denuncia la corrupción en torno a ella.
Es un mal endémico. Va por fases, no es que desaparezca. Hay fases en las que se atenúa, pero a la que vuelve a haber señales de una mínima bonanza económica, estamos otra vez igual. Varía un poco la forma, ni siquiera mucho. Con construcción a destajo, con precios de vivienda imposibles, con especulación. Las urbanizaciones nacían como setas por todas partes, sin planes, sin equipamientos, sin permisos muchas veces, eso fue una parte extremadamente salvaje y ahora paseas por el país y ves toda esta especie de arqueología de lo que fue la burbuja, porque hay muchas urbanizaciones que son ruinas, que nunca se acabaron. Algunas han quedado a medio hacer, como esta; otras sí que salieron adelante, aunque la gente fue engañada. Les prometían y se imaginaban una vida mejor, buscaban vivir en la naturaleza, era mucha gente joven con niños que quería otro tipo de vida y se ha quedado en urbanizaciones perdidas y con malos servicios.

Y ahora se vuelve a la construcción.
Actualmente no hay tantas urbanizaciones, ahora estamos en las ciudades. Construyendo mucho, subiendo precios de la vivienda, haciéndola impagable. Es como un monstruo que va cambiando de forma, pero parece que es nuestro sino, queda latente cuando no hay dinero y a la que respira un poco, vuelve a salir y va devorando el país porque vas viendo que siguen haciendo unos desastres urbanísticos tremendos, que siguen cargándose la poca costa que queda. Cada vez me cuestiono más que de los errores aprendamos. En teoría, de todas las crisis nos dicen que vamos a salir mejores, pero salimos igual de tontos.

Su urbanización es fantasmagórica, es un personaje con mucha fuerza.
Normalmente me vienen ideas de historia, van creciendo y las voy ubicando. Pero esta vez fue completamente al revés. Esta novela nació del espacio. Surgió durante un viaje, en el que vi pisos y bajos tapiados, todo a medio hacer, las farolas desmochadas, los huecos donde tenían que ir los bancos, en avenidas donde no había casas, solo una acera en medio. Todas estas imágenes me impresionaron tanto que pensé que tenía que escribir sobre este espacio. Pero no quería caer en lo esperable, en una historia social de denuncia, eso es lo tópico. También estaba la posibilidad de una historia de terror porque de noche es terrorífico. Pero quería hacer algo diferente y pensé en una historia de amor en este escenario tan inhóspito, tan hostil, una historia de amor en este lugar donde parece que no pueda pasar nada bonito. Pero una historia de amor un poco particular. Sin embargo, el lugar es el dominante, es el que manda. La vida de todos está marcada por ese sitio.

Siempre hay unos ellos que desconocemos y que nos dan miedo, que nos «ayudan», los necesitamos para construir un nosotros

Parece que no se van a encontrar nunca.
Tenía que costar un poco. La distancia física no es mucha, pero sí la mental, que es muy grande.

De hecho, ellos hacen todo lo posible por no ver a nadie.
Los dos son esquivos por diferentes razones. Entonces, lo tienen difícil. Al final, tiene que haber un hecho que lo dispare. Y cuando sucede en ese momento específico, ya se pueden hablar y notan, sin palabras, que hay una afinidad.

Todos huyen de algo, unos de la clase social, otros de los hijos. Confluyen todos allí y a pesar de la decadencia, destaca la hipocresía de siempre en la comunidad de vecinos, el control y el poder. ¿Estos sentimientos no nos abandonan?
No. Somos sociales y creamos sociedades en todas partes en las que se dan jerarquías, luchas de poder, de intereses, y aunque son una comunidad muy pequeña, aun así reproducen estos esquemas en este microcosmos. Como además ellos lo sienten como un lugar hostil, montan una comunidad a la fuerza. Si esta gente estuviera en una ciudad, muchos de ellos ni se hablarían porque quería que se notara que son personas muy distintas entre sí y a veces incompatibles, pero ahí están forzados a entenderse y a reproducir las formas de estructura social porque sienten que si no, el entorno se los come. Alrededor todo es hostil, salvaje, seco y a pesar de la función del jardinero, se nota el trabajo lento pero imparable de zapa de la naturaleza que se está colando. Poquito a poquito está intentando recuperar su territorio y ellos también lo notan. Y lo defienden a capa y espada.

El jardinero es la vieja del visillo, entre mata y mata...
Siempre existe esta parte pueblerina de cotorrear, de corre, ve y dile. Entre vieja del visillo y chivato político. Cortando hojitas en la calle se entera de todo. Y mediante manifestaciones sutiles, deja muy patente que él lo controla todo.

Matías invita a la reflexión sobre el trato que se les da a los mayores.
Matías está ahí por voluntad propia, porque él tomó una serie de decisiones a causa de que no lo respetaban, porque se le infantilizaba. Es un personaje con el que quería mostrar esta necesidad de respeto, que a veces se pierde cuando se trata a la gente mayor como a críos. Por eso esa libertad absoluta. Él llega huyendo de la propia familia y de que se le impongan cosas que no quiere hacer. Y en Matías hay una vitalidad a pesar de sus achaques, unas ganas de vivir su vida, a su manera, como una rebeldía adolescente, pero a los 70 años. Y piensa que todavía tiene mucho que vivir. Eso era importante. Para mí Matías es un personaje que tiene toda la carga de reivindicación de la dignidad.

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