Hay proyectos que se entienden mucho mejor conociendo a la persona que los hizo nacer. Cristina Borge (Reus, 1974) explica que, aunque de pequeña quería ser bailarina de danza clásica, acabó trabajando como abogada, aunque nunca ha dejado de estar muy ligada al deporte. Pesas, entrenos hitt, running, trails de montaña... hasta que un día se lesionó la zona lumbar en una clase de crosfitt. «Me dijeron que tenía que parar», explica Borge, «pero yo me veía incapaz de dejar de moverme porque es mi vida y además, mi válvula de escape». Le recomendaron probar el yoga, aunque ella se sentía «inicialmente reacia porque venía de hacer cosas muy cañeras» y pensó que le iba a aburrir. Pero como suele suceder, la práctica de esta disciplina la conquistó: «me encantó, tanto que incluso, con el tiempo, empecé a formarme».

Para Borge la sorpresa vino a los pocos meses: sus dos profesoras de yoga le dijeron que tenía un don y que debía dedicarse a ello, ofreciéndole trabajar con ellas. «Imagino que el cuerpo tiene memoria y la danza te da esa conciencia». Al profundizar en la práctica y en la formación, sobre todo en movilidad y biomecánica corporal aplicada a la disciplina, se dio cuenta que al yoga «le faltan cosas» y empezó a incluir ejercicios de movilidad y de fuerza -con pesas- en las secuencias, ya que «llegan a las capas más profundas de los tejidos, no sólo a los músculos». Pero para Borge hay un punto más: «cada persona y cuerpo es diferente, tiene unas necesidades, una capacidad, un historial de lesiones, unos objetivos específicos... por eso es importante adaptar la práctica a la persona. Una rutina con unas secuencias extra de movilidad y fuerza, adecuadas a cada persona en cada momento determinado de su vida: es el yoga del futuro». Una práctica con la que sentirse más ágil, cómoda, dejar de tener molestias... y cuyo objetivo principal es la salud.
‘No violencia’: «Las mujeres tendemos a machacarnos, pero el verdadero éxito es estar sanas»
En 2022 Borge decidió volcarse de pleno en el yoga, abriendo su propio estudio en el centro de Reus y desde el que ofrece tres propuestas: dos opciones de programas presenciales en su estudio, una con clases guiadas de una hora y media de hatha yoga biomecánico y aplicado a la biomovilidad, en las que incluye secuencias con fuerza; y otra en la que practicar desde una pauta personalizada, en la que Borge va orientando y corrigiendo - y si lo ve necesario, readaptando ejercicios - a cada persona. El primero son 90€ al mes y el segundo, 125 € mensuales. En ambos casos «pueden asistir a tantas sesiones al mes de las que están agendas en el centro» y se crea «un clima muy bonito porque todas se sienten arropadas y acompañadas». La tercera opción es el programa online personalizado, recién lanzado el pasado enero y cuyo precio parte de los 400€ el trimestre: Power Flow. En él, Borge agenda una entrevista por Zoom, donde la clienta le «cuenta los problemas de salud y los deseos de mejora que tiene, cómo es su condición física, qué le motiva a empezar...» y valora si puede ayudarle. A partir de ahí, crea una rutina específica para esa persona, a la que hace seguimientos y correcciones a través de vídeos.
Cuenta Borge que ‘ahimsa’ es uno de los cinco yamas de la filosofía del yoga y significa ‘no violencia’. «Me resonó muchísimo al escucharlo, porque yo misma he sido muy violenta conmigo toda mi vida: siempre machacándome para ser la mejor en el trabajo, como madre, en el deporte... y creo que nos pasa a muchas mujeres, porque todavía se nos juzga mucho; sin embargo, el verdadero éxito es estar sanas, movernos cómodamente y sentirnos bien en nuestro cuerpo».