El 2 de enero de este años, Francia cerró su embajada en Niamey al mismo tiempo que sus últimos soldados estacionados en Níger abandonaban el país. Así concluye una secuencia que había comenzado en 2013 con el envío de tropas francesas a Mali para suplir las deficiencias del ejército maliense, que estaba siendo superado por los independentistas y yihadistas tuareg.
Inicialmente, el presidente maliense solo pedía apoyo aéreo; el estado mayor francés deseaba un dispositivo más amplio, más capaz de cambiar la situación a favor del gobierno maliense. Este dispositivo fue el que Mali aceptó al reformular su petición. El punto de partida de la secuencia es diferente de la narrativa que se ha retenido y que puede resumirse en una frase: «Los malienses nos pidieron ayuda, nosotros acudimos». Lo mismo ocurre con el final de la secuencia, que no puede resumirse simplemente en una sucesión de golpes de Estado que expulsaron a Francia de Mali, Burkina Faso y, finalmente, de Níger.
El antagonismo entre el gobierno francés y los golpistas no era inevitable, como lo demuestran los casos de Chad y Gabón. La situación refleja un problema estructural que involucra toda la relación entre Francia y el continente africano. Se trata de la dificultad, y en algunos casos la casi incapacidad de Francia para representarse el punto de vista africano, a pesar de que se supone que es un país familiarizado con el continente. Al decir esto, no insinuamos que este punto de vista sea el correcto (ni lo contrario). Lo que importa es la capacidad de insertar la acción pública internacional de Francia en un marco de reciprocidad de perspectivas, incluso si la parte francesa no está de acuerdo con sus socios. Francia ha abandonado el continente africano en manos de Rusia y China La ola de inmigrantes del Sahel que llega a nuestro país procede de la incapacidad francesa de articular una política en Africa lejos del neo-colonialismo. Esa torpeza es la causa eficiente del drama de miles de personas.