Si las elecciones del domingo supusieron un duro varapalo para el Gobierno y la izquierda en general, aún fueron una losa más pesada para Ciudadanos, que, sin representación en ninguna autonomía, queda al borde de la desaparición. Tan duro ha sido el golpe, que, sin capacidad de reacción, ha anunciado que no se presentará a los comicios generales del 23 de julio.
Tras esta realidad se hallan clamorosos errores estratégicos que han reducido al mínimo su espacio y credibilidad tras acariciar La Moncloa, según las encuestas, cuando la moción de censura de Pedro Sánchez derrocó a Mariano Rajoy. Sumida en la irrelevancia después de una sucesión de batacazos en las urnas y con un liderazgo débil tras una guerra cainita que enfrentó a sus dos figuras más relevantes, la organización, desangrada por la fuga masiva de votantes y cuadros valiosos a otros partidos, camina hacia la nada.
Ciudadanos nació como una respuesta de origen progresista al nacionalismo catalán y al catalanismo, transformada, al extenderse al conjunto de España, en una fuerza con vocación de bisagra. Su intención declarada era inclinar mayorías a un lado u otro del tablero parlamentario desde el centro, de forma que el Gobierno de turno no dependiera de los nacionalistas.
Albert Rivera se equivocó al despreciar un Ejecutivo de coalición con el PSOE en 2019 y al dar un volantazo a la derecha por su fatal obsesión en desbancar al PP como la gran referencia de ese espacio. Una bisagra que solo se abre a acuerdos con uno de los lados pierde su condición de tal y, de paso, utilidad. Así lo han interpretado los electores.
El decepcionante mandato de Arrimadas prolongó la agonía de un partido que vino a regenerar la política y ha acabado por reproducir algunos de sus males más asentados. Con serias dificultades para abrirse hueco en una España polarizada hasta el extremo, Ciudadanos se enfrenta a un muy negro futuro.
Con serias dificultades para abrirse hueco en una España polarizada hasta el extremo, Cs se enfrenta a un muy negro futuro
