Con el fin de la obligatoriedad de llevar mascarilla en interiores y la derogación de todas las demás restricciones que tuvieron vigencia durante los dos años largos en que la pandemia condicionó nuestras vidas dimos prácticamente por superado uno de los momentos más negros de los últimos tiempos. A ello contribuyó de forma decisiva una masiva vacunación que propició que las continuas oleadas fueran menos letales y menos graves, a pesar de que los contagios crecieron como nunca antes lo habían hecho. Y, confiados, nos lanzamos con los brazos abiertos a recuperar esa normalidad tan añorada, en ocasiones como si no hubiera un mañana. Sin embargo, el coronavirus nos ha enseñado, a veces de manera muy cruel, que sigue ahí, al acecho, esperando la mínima relajación para volver a atacarnos. En este sentido, desde hace unas semanas y cuando ya muy pocos lo esperaban se ha producido un importante aumento de los casos positivos, hasta el punto de que los centros de atención primaria han notado un repunte de un 30% y los hospitales comienzan a ver llegar de nuevo pacientes con la Covid-19. Aseguran los expertos que no se trata de una nueva ola y añaden que no es una situación alarmante. Es, dicen, algo normal por la pérdida de la inmunidad al haber transcurrido seis meses de la vacuna, lo que ha coincidido con una mayor actividad social fruto de la llegada del buen tiempo y las ansias de salir a disfrutar de la ciudadanía tras dos años de restricciones. Es por ello que los consejos van dirigidos a inocularse con la dosis de refuerzo y a vigilar de forma especial a las personas más vulnerables. De hecho, la ministra de Sanidad, Carolina Darias, avisó hace un par de días que la cuarta dosis de la vacuna contra la Covid iba a administrarse en otoño «para toda la población». Sí, no hay motivos aún para la alarma, pero habrá que mantener la cautela y la precaución, porque el virus sigue entre nosotros.
Aunque no es motivo de alarma, los casos positivos han repuntado sensiblemente durante las últimas semanas
