La revalorización de las pensiones, con el incremento aprobado por el Gobierno para hacer frente a la imparable inflación, ha provocado un efecto inesperado y contrario a lo que perseguía la norma –que contempla elevar paulatinamente la edad de jubilación para adecuarla al incremento de la esperanza de vida–, toda vez que ha incentivado las prejubilaciones.
Y es que el aumento compensa económicamente la penalización por el adelanto a la hora del retiro, a lo que se suma el sentimiento de muchas personas –motivado en parte por una pandemia que ha demostrado la fragilidad de la vida– de que ya han trabajado suficientes años y ahora les toca disfrutar.
Se trata, qué duda cabe, de un premio merecido tras una larga vida laboral que, sin embargo, contribuye a mostrar más aún las costuras de un sistema que presenta serios problemas para continuar siendo sostenible.
El aumento de las pensiones por la inflación ha provocado un alud de prejubilaciones, pese a lo que persigue la norma
Sobre todo, ante la previsible jubilación de los ciudadanos que componen la llamada generación del ‘baby boom’. La situación se agrava al comprobar que la pirámide poblacional tiende a crecer por la parte de arriba, lo que hace prever unos tiempos en los que la sociedad avanzará hacia un envejecimiento progresivo que no se ve compensando con el escaso número de nacimientos.
Es bueno que los jubilados vean revalorizadas sus pensiones y se les garantice así una vejez sin más sobresaltos que los propios de la edad. Así las cosas, el futuro y la sostenibilidad del sistema de pensiones, una de las señas de identidad del estado del bienestar, pasan en buena medida por la incorporación de inmigrantes al mercado laboral.
Al mismo tiempo, se antoja necesario mejorar las condiciones laborales de los jóvenes. Primero, porque es de justicia y les permitirá salir adelante y formar una familia con el fruto de su trabajo; y después, para que sus cotizaciones sean lo suficientemente potentes como para soportar la jubilación de sus padres.
