Si creíamos que el crack de Lehman Brothers había servido de lección para que las entidades financieras minimizaran los riesgos que asumen y para que los reguladores extremaran la vigilancia al máximo, en apenas quince días la banca vuelve a estar en el punto de mira.
El viernes 10 de marzo cayó el californiano Silicon Valley Bank, al que le siguió la intervención de otra entidad estadounidense, Signature. El domingo 19 UBS acordó la compra de Credit Suisse por 3.000 millones de euros tras un fin de semana de intensas negociaciones para salvar al segundo banco suizo.
Ayer el foco saltó a la zona euro con Deutsche Bank como protagonista. La primera entidad financiera de la todopoderosa Alemania lleva años en el disparadero por una secuencia de problemas que han ido agravando su propia crisis.
Desde la anterior gran recesión, el banco ha sufrido multas por la manipulación de índices hipotecarios como el líbor (así ocurrió en 2015); también ha acatado sanciones por colaborar en operaciones de blanqueo de capitales, por su participación en el escándalo del fondo malayo 1MDB, por sus relaciones comerciales con el controvertido Jeffrey Epstein y hasta por supuestos sobornos en el mercado de divisas.
Los casos de Silicon Valley Bank, Credit Suisse o DB ponen de relieve la fragilidad con que opera el sistema financiero
Las autoridades monetarias y gubernamentales llevan días insistiendo en la fortaleza del sistema financiero europeo. Ayer mismo los líderes europeos celebraban una cumbre que pretendía enviar un mensaje de tranquilidad a los mercados financieros.
Sin embargo, estos casos ponen de relieve la fragilidad sobre la que sigue operando el sistema financiero mundial. Queda de manifiesto que hay grietas, que se sigue pecando de una supervisión demasiado laxa, por ejemplo, en lo referente a los requisitos de liquidez para entidades de cierto tamaño.
Deberíamos haber aprendido la lección de 2018. El asunto es demasiado serio.
