Cuando lo mejor no interesa

30 diciembre 2022 13:34 | Actualizado a 31 diciembre 2022 07:00
Josep Moya-Angeler
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Hay personas que nos desbordan por su capacidad de pensar profundamente, de actuar y de crear. Son excepciones dentro de nuestra sociedad. Tiempo atrás, se les levantaba un monumento o se les dedicaba una calle para que su ejemplo perdurara y despertara nuestra curiosidad en conocerlos mejor.

Era un acto de justicia y agradecimiento por la herencia dejada. Ahora, las personas ilustres pasan al olvido porque los prebostes demuestran que no interesan, tal vez para que no se ponga en evidencia la mediocracia en que vivimos. Es más fácil dedicar calles a gente de la farándula.

Néstor Luján nació hace exactamente un siglo y murió relativamente joven, en un momento de plenitud creativa. Escribió más de veinticinco mil artículos magistrales y dejó docenas de libros apasionantes. Era un periodista, sí, pero en su sentido más intenso: el de la intelectualidad. Tenía la virtud de usar la palabra exacta y necesaria, a la vez que era ameno, esclarecedor, docto y convincente.

Néstor Luján nació hace un siglo y murió relativamente joven, en un momento de plenitud creativa. Escribió más de veinticinco mil artículos y dejó docenas de libros apasionantes

Demasiado para las medianías que nos envuelven. Casi nadie se ha acordado de él en este centenario de su nacimiento y la más loable excepción ha sido la de una esclarecedora exposición en el museo de Mataró, comisariada por su biógrafo, Agustí Pons (sin Pons, buena parte de nuestros más ilustres ciudadanos del último siglo no tendrían una biografía digna y brillante).

Visitar esa exposición hace recapacitar sobre un modelo de periodismo ahora enterrado, en que por encima de todo el periodista era una persona objetiva, curiosa, noble, directa en sus palabras y al margen de batallas dialécticas. El periodista se sentía observador externo del mundo que le rodeaba y jamás quería sentirse parte de él, para poder analizarlo y dar elementos de reflexión a sus lectores.

Luján se atrevió con todos los ámbitos de la crónica periodística porque tenía la puntería del tirador certero y sabía dar en la diana con pocas frases; escribió sobre todo de gastronomía y viajes, pero también de política en tiempos de Franco, historia, del toreo e incluso de deportes como el boxeo.

Viajar le permitió no mirarse nunca en el ombligo de nuestro pequeño país. Se ayudaba de una inmensa biblioteca en donde aprendía –sin olvidar, pues tenía una memoria prodigiosa– de todo lo que llamaba su atención o le ayudaba a entender a los demás.

No se casó con ningún ismo, y como pago el franquismo lo castigó reiteradamente y los poderosos de la transición, con su sectarismo habitual, lo despreciaron

Un hecho singular es que Luján era independiente y casi individualista. Como su amigo Enrique Badosa, no se casó con ningún ismo, y como pago el franquismo lo castigó reiteradamente y los poderosos de la transición, con su sectarismo habitual, lo despreciaron.

Un hombre sincero y deslumbrante que no interesaba si no estaba al servicio de uno de los bandos. Triste historia ésta y la de otros muchos periodistas de los años difíciles, que fueron marginados por su excelencia en su misión de acercar el mundo a sus lectores. «Nothing but the best» dicen los ingleses; sólo lo mejor. Pero lo mejor, a los señores del circo de la política actual, no interesa.

Rescatar al singular y admirado Néstor Luján en estos días nos empuja a quienes acudimos a releerlo y recordarlo a trabajar con mayor esmero y con la modesta esperanza de heredar algo de él. Se parecía a muchos periodistas de hoy que son conscientes de su misión, pero en grado superlativo, y que nadan como él en el imprescindible mar de la objetividad, la cultura y el servicio a sus lectores.

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