¡Matadlos!

24 marzo 2023 19:08 | Actualizado a 25 marzo 2023 07:00
Josep Moya-Angeler
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Una mujer política ha espoleado a los suyos contra la oposición con un grito rotundo: «¡Matadlos!» Luego ha dicho que era en una conversación privada, es decir que no renuncia a la consigna de matar, pero que no deseaba que tuviera trascendencia pública.

Ni metafóricamente se puede decir «mata a este, o al otro», excepto en el ajedrez, un ámbito caballeresco en el que se comen piezas y casi nunca se mata al rey, porque este abandona antes. En un país que se blasona de anti violento y antibelicista, pero donde se cometen muchos crímenes abominables, nos hierve la sangre en muchos momentos y a una legión de ciudadanos no les importaría matar si no fuera porque luego te caen muchos años de cárcel.

Ni metafóricamente se puede decir «mata a este, o al otro», excepto en el ajedrez, un ámbito caballeresco en el que se comen piezas y casi nunca se mata al rey, porque este abandona antes

Pero el problema de este «¡matadlos!» no radica en la orden tajante, violenta y abominable, sino que uno puede decir este tipo de barbaridades, a su antojo, y no le ocurre nada. Es más, es una multitud la que defiende que es la pugna política, de la misma forma que hay que separar la vida público-política de la vida privada. Falsa excusa para quienes no tienen sentido de la ética. Porque la ética no es selectiva y puede ausentarse a placer, sino que abarca la integridad de la personalidad, sea en su ámbito privado o en el público.

La actividad de cualquier persona en el terreno profesional es un reflejo de la personalidad y manera de pensar de cada uno. En este sentido, los norteamericanos en su tradición protestante, defienden que incluso las empresas han de tener un actuar humano pues están formadas por hombres.

No somos el monstruo de Doctor Kelly y Mister Hyde, con desdoblamiento de personalidad. Un sátrapa lo es en su hogar, si es que logra tenerlo, y en su mesa de despacho. La excusa de ocultar ciertas bajezas en el terreno de lo privado no es válida por mucho que haya quien busca refugio para sus debilidades en la mal llamada intimidad personal.

La excusa de ocultar ciertas bajezas en el terreno de lo privado no es válida por mucho que haya quien busca refugio para sus debilidades en la mal llamada intimidad personal

Tampoco es de recibo alegar que lo que se hizo o dijo en determinado momento lo fue en un ámbito privado y hay que respetar esa privacidad. La sociedad no lo acepta, porque entiende que la transparencia personal es obligada. No acepta ni los abusos personales ni las vidas disipadas y se escandaliza –cada vez menos- cuando un dirigente político se desvía de la moral, no ya religiosa, sino de la moral natural. De ahí que con toda normalidad se sepa si un político está casado o tiene hijos, sin necesidad de ir más allá porque la privacidad también ha de ser respetada. Por otra parte, ¿no se llama «hombre público», o mujer, a quien se ofrece a representar a una parte de la sociedad? Si es público, lo es en todos sus sentidos, sin reservas.

La integridad de las personas es exigible en cualquier actividad que desee desarrollar. Íntegro en su actuar, sin ocultaciones o actividades bochornosas. Si se cometen torpezas un uno u otro ámbito que soslaye lel nivel moral que es requerible, se debe actuar con firmeza –motu propio o forzado– para ejemplarizar que la sociedad requiere personas sin mancha en su quehacer público. Y gritar «¡matadles!» evidencia una injustificable consideración de los rivales políticos con los que es exigible juego limpio e incluso espíritu de colaboración. Gritar «¡matadles!» es tiránico, casi penal e innoble. Pese a todo lo cual, la autora de esta orden no ha pedido perdón ni se ha ido a casa para siempre, que es lo que corresponde. ¿Se podría gritar contra ella lo mismo?

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