Me llega el nuevo (y polémico) libro de Joan Didion. Es uno de esos libros que quizás no deberían ser publicados porque su autora no lo pretendía. Y la obra la decide el autor, no el editor o los herederos. Pero como fanática de Didion que soy, yo me leería hasta sus tíquets de metro. Así que me dispongo a leerlo con un Stabilo Boss en mano (amarillo fosforito) para subrayar a gusto. Porque yo subrayo los libros. Ya sé que lo que importa de un libro es su edificio, no los ladrillos que lo componen. Pero no puedo evitarlo. A veces me interesa más una humilde piedra que el Arco de Trajano. Subrayando lo que hago es establecer una conexión íntima con lo escrito por otros, en realidad les reescribo sus libros y en muchas ocasiones, las terceras o cuartas lecturas de una obra (sí, lo mío no tiene remedio) son un cosido que va de subrayado a subrayado. En realidad no releo libros sino mis trazos fosforitos. Es bien sabido que quien empieza a subrayar, no puede detenerse. Entras en un frenesí de lujuria amarilla. Y ese nuevo libro es realmente el que has leído. El último libro de Joan Didion, Notes to John, ha sido criticado por el mismísimo New York Times. Pues se equivoca el NYT. Los libros de Didion son los que mejor permiten el subrayado, todos sus libros en mi biblioteca son un mosaico de trazos de colores. Y este último va por el camino de añadir más amarillo al amarillo.
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16 mayo 2025 20:11 |
Actualizado a 17 mayo 2025 11:00

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